“—A veces, un adulto está limitado por ciertas reglas y normas. Si de mí dependiera, haría todo lo posible por ayudarla.”
Me encontraba con Ana dentro del orfanato. Nos habíamos sentado en una esquina del patio, en una zona estratégica que nos permitía pasar desapercibidos por la mayoría de los niños.
No podía concentrarme en los grupos, debido a que seguía pensando en lo que había sucedido ayer. Faidon y Savris se emborracharon a más no poder, y empezaron a soltar barbaridades. Por mi parte, fue un festín de información, pero solo lo usaría en caso de emergencia.
Respecto al sobre. Llegamos a casa a duras penas. Estuvimos a punto de volcar los carruajes varias veces, pero por un golpe de suerte no sucedió lo peor. Después del regaño de Kassani a Faidon por llegar borracho, me soltaron. Sin embargo, me hice el tonto y me quedé cerca para escuchar lo que tenían que decir respecto al sobre.
Al final, la carta de los Buralliz era en referencia a Milios. No logré conocer muchos detalles ya que perdí el interés casi de inmediato, pero noté preocupación tanto en Kassani como en Faidon mientras ambos la leían. Lo único que sé, es que pronto nos visitará un representante de la casa matriz.
En fin. Me mentalicé para enfocarme en el orfanato. No era buena idea tomarme tan a la ligera este sitio y tampoco me apetecía otra golpiza. Sin embargo, gracias a Ana logramos identificar a cuatro grupos importantes, y a tres niños líderes. Con esa información, algo podría hacer. Quizás por eso mi mente divagaba de un pensamiento a otro. Tal vez necesitaba un objetivo diferente.
—Tarcus —dijo Ana, parecía preocupada.
—¿Sucede algo?
—Sí. No veo más grupos.
Me llevé una mano al mentón. Al parecer, ya habíamos terminado de estudiar el entorno, por lo menos respecto a los niños. Lo que queda ahora es conocer mejor a los líderes.
—¿Averiguaste el nombre de alguno de ellos?
—No —respondió Ana. Parecía intranquila.
—Entiendo. No te preocupes, lo descubriremos pronto.
—Ellos parecen tristes.
—¿Tristes?
Ana asintió.
—Bueno, creo que nadie quiere estar aquí. Quizás…
—Anasfeli —nos interrumpió un sacerdote—. Te buscan los asistentes en el comedor. Necesitan ayuda.
Ana miró al sacerdote, y luego su mirada se dirigió a mí, parecía dubitativa.
—No te preocupes, ve a ayudar en el comedor. Yo me quedaré aquí hasta que termines.
La niña albina asintió y se fue junto al sacerdote.
Por mi parte, esta era una situación que podría aprovechar bien. Ana estaría resguardada por los clérigos encargados del comedor, lo que me daba margen para investigar mejor el orfanato. Un pequeño golpe de suerte.
Aprovechando esa situación, comencé a estudiar a la sacerdotisa que siempre estaba de pie, vigilando a los niños, mientras éstos jugaban en el patio. La comencé a mirar en detalle.
Era impresionante que una chica tan joven se convirtiera en sacerdotisa. Al ojo, ella podría tener entre 18 a 25 años. De rostro ovalado y cabello ondulado que le llegaba hasta el hombro. Una belleza, algo raro de encontrar en un monasterio.
Sin embargo, se me hacía conocida. En la ruta de le elegida albina, hubo una sacerdotisa que la ayudó hasta que en cierto punto, y de un momento a otro, desapareció del orfanato. ¿Quizás ella era la persona que había ayudado a Ana?
De pronto, unos niños comenzaron a armar un alboroto. Parecía que se estaban peleando por quien ganó alguna clase de juego. La sacerdotisa se acercó a ellos y los separó, calmando a los dos niños.
Por mi parte, decidí caminar con lentitud hacia otro lado, haciéndome el tonto. Quería investigar un poco más a Grikis. Sentía que recordaba a ese niño, pero mis recuerdos seguían siendo ambiguos y nebulosos.
Sentí que alguien me acompañaba a mi lado mientras me alejaba de allí. Me detuve y miré quien era. La sacerdotisa estaba a mi lado. Guardé silencio y esperé a que ella iniciara la conversación.
—Hola, pequeñito —dijo la sacerdotisa, mientras se inclinaba para acercarse a mi altura—. Veo que te hiciste amigo de Anasfeli. Estoy muy feliz por ustedes dos.
Me pilló desprevenido. De verdad que esta charla me pilló completamente desprevenido.
—¿Por qué dejan que los otros niños la sigan molestando? —solté, sin pensar demasiado.
El rostro de la sacerdotisa expresó tristeza, aunque ella trató de ocultarlo.
—A veces, un adulto está limitado por ciertas reglas y normas. Si de mí dependiera, haría todo lo posible por ayudarla.
—Entiendo.
De pronto, desde el interior de su túnica, sacó una especie de tarjeta de madera bastante fina, con algunos símbolos dibujados en ella.
—No es mucho lo que puedo hacer por ustedes, pero con esta tableta de recompensa, podrán canjearla por un poco más de comida o por algún juguete donado a la Eclesia. Por favor, compártelo con Anasfeli.