“—La octava diosa es la encargada de dictar el juicio final. La humanidad está subyugada a su criterio.”
Hoy en la mañana, antes de las clases particulares, mis hermanos soltaron al cachorro y lo dejaron libre.
Por alguna razón, Chuck se encariñó con Sileia, aunque no era algo mutuo ya que mi hermana se quedaba quieta como una estatua cada vez que el cachorro se acercaba y le lamía los pies.
Bueno, al menos era un avance. Sileia ya no echaba espuma por la boca o salía arrancando al verlo. Encerrarla durante una hora con el cachorro sirvió para que ganara un poco de tolerancia ante los perros.
Sin embargo, hubo un grave problema. Después de que Faidon y Kassani se llevaran a Flavia a Nevrochi, llegaron durante el anochecer. Al parecer, la situación se me había ido de las manos y solo pude esconderme en la habitación durante toda la noche. Pero ahora tendría que enfrentar las consecuencias.
En fin, lo importante era curar a Sileia y lo conseguimos. Bueno, de manera parcial pero estamos avanzando en ello.
—¡Aquí estás! —gritó Flavia. Venía hacia mí con los ojos llorosos.
Tragué saliva.
—Hermanita querida. ¿Cómo estás? ¿Qué tal tu paseo en Nevrochi?
Me agarró de la túnica y me comenzó a zamarrear de un lado para otro, dejé que mi cabeza fluyera con el movimiento.
—¡Desgraciado! ¡Eres un desgraciado! ¡Me llevaron por todo Nevrochi exigiéndome que les dijera quien fue! ¡No sabía que decir y ahora piensan que lo estoy encubriendo! ¡No me quieren dejar salir! ¡NO ME QUIEREN DEJAR SALIR!
—Pero hermanita —dije, y luego señalé a Sileia—. Tu sacrificio no fue en vano. Curamos a Sileia.
Flavia se detuvo y miró por un instante a Sileia. Ella parecía una estatua con la mirada perdida al frente, mientras Chuck le seguía lamiendo los pies.
Flavia me volvió a zamarrear con más fuerza.
—¡Devuélveme mi libertad! ¡DEVUÉLVEME MI LIBERTAD AHORA!
Por un golpe de suerte, Kassani llegó a último momento y nos separó.
—¡Qué estás haciendo! ¡A tu habitación!
—¡Pero mamá! —reclamó Flavia.
—¡Ahora!
De pronto, Kassani se dio cuenta de Sileia. Guardó silencio durante algunos segundos como si estuviese analizando una estatua.
—¿Qué está haciendo tu hermana? —preguntó Kassani.
—Está meditando. Parece que le gusta que Chuck le lengüeteé los pies —respondí.
Kassani frunció el ceño.
—En fin, no hagas ninguna maldad y vigila a ese animal. No quiero que se escape otra vez.
—¿A quién quieres que vigile, a Flavia o a Chuck?
Solté un grito de dolor cuando la dama de las manos de hierro me pellizcó la mejilla. Se me escaparon unas cuantas lágrimas. ¿Cómo era posible que otra vez me hiciera llorar?
—No vuelvas a tratar mal a tu hermana. ¿Entendido?
—Está bien, no lo volveré hacer.
Kassani me miró con los ojos entrecerrados. Sin embargo, se fue sin decir nada más.
Me acerqué a Sileia y agarré a Chuck sosteniéndolo con ambas manos. Creo que mi hermana estaba por agotar su paciencia con el cachorro.
—Te voy a matar —dijo Sileia con un hilillo de voz. Seguía rígida como una estatua.
—Yo también te quiero, hermanita —respondí.
Y me llevé a Chuck al establo. Cizca solía jugar en ese lugar, así que sé que la pequeñita estaría contenta de pasar un rato con el cachorro.
Ahora tenía un tema pendiente que solucionar. ¿Cuál? Muy simple. Si dejaba las cosas tal como estaban ahora, Stavros se convertiría en una piedra en el zapato a futuro. Pensé una solución a este problema.
Después de las clases, el caballero Savris se preparaba para partir al bosque. Generalmente, Faidon junto a sus soldados rondaban las murallas exteriores de Nevrochi para proteger el pueblo.
Sin embargo, Savris se quedaba en la mañana cuidando la casa e impartiendo clases tanto de esgrima, defensa personal y entrenamiento físico.
Sí. Teníamos mucha suerte de contar en casa con un caballero instruido en estos temas. Las casas nobles de campo, con suerte, podían contar con un soldado o quizás un caballero de rango inferior.
Savris se encontraba en el establo, preparando a su caballo para unirse a la cacería de bestias salvajes y despejar los caminos.
Antes de hablar con él, dejé a Chuck con Cizca. Mi hermanita pequeña estaba feliz y corría junto al cachorro.
Abrí la puerta del establo y entré. Vi a Savris cargando algunas provisiones en los costados de la montura, donde guardaba pequeñas bolsas de cuero. El caballo solo se dedicaba a comer alfalfa, indiferente de la situación.
—Hola. ¿Se puede conversar? —pregunté.
El caballero Savris me miró.