El albino de pelo negro

Capítulo XII - Una semana

—La sanción por atacar al líder de una Eclesia es el castigo físico.

 

Me encontraba junto a Ana y dos niños más. Nos habíamos repartido en tres grupos, cada uno de ellos tendría una artimaña distinta para distraer la atención del Alto Sacerdote. La orden era clara. Había que mantenerlo alejado del despacho.

Tragué saliva. No quería imaginarme lo que sucedería si el Alto Sacerdote me encontraba hurgando en su despacho. ¿Sería capaz de matar a un niño? ¿Qué pasaría si yo le revelara que soy un vástago de la familia Buralliz? ¿Causaría algún incidente diplomático entre la Eclesia y mi casa?

Moví la cabeza de un lado a otro. Ya estaba aquí, y lo mejor era no pensar en las consecuencias. Si al menos conseguía los objetos que los niños habían perdido, ellos protegerían a Ana. Eso era lo más importante, lo demás sería secundario.

De pronto, la puerta del despacho se abrió. Y tal como habían dicho los niños, el Alto Sacerdote salió, dejando la puerta entreabierta. Era nuestra oportunidad.

—Vayan ahora. Den aviso a los demás —dije.

Los niños corrieron a toda prisa. Había dispersado al grupo en distintas zonas y cada uno de los niños interpretaría un papel. La orden era simple, distraer al Alto Sacerdote a como dé lugar.

Me acerqué al despacho y abrí la puerta. La luz del sol entraba por la ventana, las persianas se encontraban enrolladas. Me aproximé a un escritorio que estaba taponado al frente y que permitía mirar al usuario hacia la puerta. Parecía ser un buen escondite en caso de urgencia, ya que dejaba bastante espacio como para meterse ahí.

Busqué en los cajones del escritorio. Finalmente, encontré los objetos que el sacerdote Phanos había confiscado. Los guardé en el bolsillo interior de mi túnica.

Miré encima del escritorio, y pude ver un sobre abierto. Saqué la carta y comencé a leerla.

 

♦♦♦

 

Grikis esperaba su oportunidad para distraer al Alto Sacerdote mientras observaba como los demás hacían su trabajo. El niño sentía que sus ojos se estaban cerrando, pero insistió en mantenerlos abiertos. No podía fallar y tampoco quería dormirse.

El primer grupo de niños comenzó a armar una pelea entre ellos. Estaba todo pactado. Sin embargo, el Alto Sacerdote los ignoró y se acercó a un niño que estaba mirando el alboroto.

—Llama a un Quírigo y pídele que detenga esa pelea sin sentido.

El niño, totalmente ajeno al plan, corrió a avisarle a un Quírigo.

La primera distracción falló. El Alto Sacerdote los ignoró por completo y siguió su recorrido como si nada hubiese pasado.

Grikis frunció el ceño. ¿Qué había salido mal? Se preguntó a sí mismo.

El segundo grupo de niños se preparaba para distraer al Alto Sacerdote. Uno de ellos se lanzó al suelo y comenzó a gritar como si tuviera alguna clase de dolor.

Los otros niños del grupo corrieron directo hacia el Alto Sacerdote, pidiéndole ayuda.

—Dile a un Quírigo y él se encargará de cuidarlo. No me hagáis perder el tiempo con esta clase de tonterías.

Y siguió su recorrido, desentendiéndose del asunto.

«Viene hacia acá. Los ignoró a todos», pensó Grikis. Comenzó a temblar al imaginar en lo que tendría que hacer para detener al Alto Sacerdote. «No quiero dormir, no quiero dormir. Mamá me cuidará, necesito a mamá», pensó. Su cuerpo empezó a temblar.

Grikis comenzó a recordar su infancia. Había sido feliz con su familia. Su padre era un soldado de Sarabia y su madre se encargaba de las tareas del hogar. Siempre compartían la última comida del día y a veces, salían a pasear por la ciudad.

Sin embargo, en un momento de su vida, su madre comenzó a ausentarse de la casa durante varias horas al día. Para Grikis, era algo normal. Nunca lo relacionó a nada malo, simplemente pensó que ella salía para comprar provisiones, o a conversar con los vecinos.

Un día, sus padres tuvieron una fuerte discusión que casi acaba a golpes. Grikis nunca entendió por qué se pelearon. Desesperado, intentó detenerlos, pero su cuerpo no reaccionó. Él jamás los había visto discutir de esa forma.

Su padre comenzó a llegar tarde a casa, y su madre se ausentaba cada día más. Algo había cambiado.

Grikis ya no soportaba estar en casa. Comenzó a salir fuera, a alejarse por completo. Nadie le dijo que no lo hiciera, ni se lo impedían. Se quedaba hasta el anochecer en las casas de sus amigos, esperando que algún día, todo pudiese cambiar para bien.

Y nadie le dijo nada. Incluso comenzó a llegar de noche y solía encontrar a su padre bebiendo, y a su madre en otra habitación o haciendo las tareas del hogar. Ya no compartían algo tan común como una comida, un paseo en las tardes o una conversación trivial.

Durante una noche, Grikis volvió a casa. Encontró a su padre sentado en una silla, tumbado en la mesa y con una botella distinta al licor que acostumbraba beber. Y vio a su madre en la silla, en una posición similar. Para Grikis, ambos se habían dormido juntos. Pensó que quizás se habrían reconciliado y ahora volverían a ser una familia como antes.



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En el texto hay: fin del mundo, elegidos, dioses artificiales

Editado: 20.08.2022

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