“—Las ratas siempre vuelven por el mismo sitio.”
No hubo caso. Durante la noche, los Sirvientes se turnaron para vigilar. Además, ocurrió algo inédito aunque predecible. Cerraron las puertas de las habitaciones con llave y no nos dejaron salir. Si querías ir al baño, estabas jodido.
Fue frustrante. Era el último día posible para recopilar información, y ahora estaba estancado solo con teorías sin sustentos. Tenía un as bajo la manga, pero eso implicaría someterme a la Eclesia.
En la mañana, uno de los sirvientes nos abrió la puerta del dormitorio y logramos salir al jardín a tomar aire fresco. Sentía un dolor en el estomago, como si fuesen nauseas. Y aparte, estaba bastante nervioso.
Si hoy, todo salía mal, me tendría que despedir para siempre de la elegida albina. Y en el peor de los casos, mi familia se vería involucrada en esta situación.
Me apoyé en el arbol donde solía practicar el don divino del reforzamiento. ¿Realmente había hecho lo correcto? ¿Debí involucrarme en la vida de esa niña? Y por ultimo, ¿por qué lo hice? Esa pregunta no dejaba de plantearse en mi mente, sobre todo en la noche.
Siempre que intentaba dormir, surgía esa pregunta. ¿Por qué lo hice?
La opción más viable era mejorar mis habilidades, crecer sano y planear las formas de evadir las futuras dificultades que se venían encima.
—Hedmanito, perdón —dijo Cizca. Apareció de repente, como siempre.
Me acerqué a ella y le jalé ambas mejillas.
—Perdonada, pero jamás vuelvas a hacer algo como eso. Por cierto. ¿Por qué no lloraste? —pregunté, al ver a la niña aguantar las lágrimas mientras le apretaba las mejillas.
—Quiero ver a Ana —contestó.
Vaya. Así que también se ha ganado a Cizca. Ver para creer. Tal vez la niña albina tenía alguna clase de carisma innato en ella.
—Es difícil que la volvamos a ver.
—Pero yo quiero verla.
Vi a Cizca cabizbaja. Le acaricié el cabello.
—Quizás algún día, si todo sale bien.
Mi hermanita pequeña parecía disconforme, pero asintió. Finalmente volvió a la casa.
Me quedé mirando al suelo de tierra, y pillé un gusano que se arrastraba a una fruta a medio masticar. Un cebo que había preparado para atraer bichos.
La agarré con dos dedos y comencé a practicar. Hice los preparativos para activar el percutor. Cerré los ojos e imaginé como mi cuerpo entraba en un estado de ebullición.
Después, me imaginé al gusano, detallando los pliegues y su forma original en mi mente.
—Refuerzo —dije.
Las palabras no hacían el trabajo, pero ayudaban a maximizar la concentración de lo que intentabas hacer. Era una estrategia para aumentar el porcentaje de éxito cuando usabas un don divino.
De pronto, el gusano se endureció y sentí con el tacto de los dedos que ya no podía apretarlo como antes. Mi tasa de éxito había aumentado, aunque aún necesitaba practicar más. No quería terminar con algún órgano interno destruido por negligencia.
Dejé al gusano en el suelo y desactivé el percutor. El bicho volvió a su estado natural.
Antes de que empezaran las clases, decidí que no podía dejar pasar esta oportunidad para cambiar la estructura jerárquica del orfanato. Solté un resoplido.
Primero, necesitaba a alguien que me ayudara a concretar ese plan.
Busqué a Milios hasta que lo vi cerca del jardín frontal. Se encontraba solo y se le veía pensativo.
—Te estaba buscando.
—¿A mí? —preguntó. Se señaló a sí mismo—. ¡Ah, entiendo! Vienes a por tu puñetazo diario. Con gusto te lo daré.
Antes de que golpeara mi hombro, lo esquivé.
—Espera un momento, ¿recuerdas mi consejo sobre escuchar a los demás? Necesito tu ayuda y por eso vine a conversar contigo, te conviene.
Milios impulsó su puño para golpearme, sin embargo, se detuvo. Aflojó el brazo.
—Ya. Pero solo quiero que me digas si ya tienes algo pensado. Y quiero algo grande, que nunca se me olvide.
—Lo sé. Conozco la ubicación de unas cosillas muy interesantes. Pero primero, necesito que me ayudes. Es algo bastante sencillo y no tendrás ningún problema en realizarlas. ¿Está bien? No te meterás en problemas si me ayudas con esto.
Milios bajó la mirada y se llevó una mano al mentón, pensativo.
—Está bien, te escucho.
♦♦♦
Finalmente, ingresé al orfanato. Todo se iría al diablo si Milios fallaba.
Al llegar al árbol que tapaba la entrada, vi que las malezas estaban aplastadas. Supuse que fue Ana o alguno de sus amigos. Seguí caminando hasta llegar a la salida. En el patio del orfanato, no había nadie conocido por los alrededores.
Era extraño. Aunque podía entenderlo, ya que era de mañana. Quizás estaban en alguna ceremonia o se encontraban preparando a la mayoría de los huérfanos para la llegada del Obispo.