Costaba creer dónde me encontraba tras abrir los ojos entre tensos parpadeos de la claridad. Estirarme con un suspiro de placer entre las blancas y tersas sábanas, bajo el techo de una cama dosel, con toda la calma del mundo, sin un despertador sonando... Era estar en otro sueño. No tenía responsabilidades en la casa de Malkolm. Todas mis necesidades estaban cubiertas como prometió. Fue entrar a la habitación con él y encontrar en el diván de la cama un blusón para dormir y en el baño, una cesta de aseo con lo necesario.
«Como un sueño. Sí»
Y entonces la cena de anoche apareció en mi mente. Se reprodujo como si lo reviviera de nuevo: La nata sobre el mentón, su mano sobre la mía, la propuesta de Malkolm a una relación sin límites. La tentación estaba ahí como un pastel pese a las dudas que aún circulaban por mi cabeza y que debía aclarar antes de aceptar.
Como si se tratara de un hotel, me dirigí al fondo de la habitación, pasando de lado a la imitación del salón y entré al baño a refrescar mi cara. Unos minutos después, escuché el sonido de las compuertas abrirse. Eché un ojo a buscar a la persona quien se adentró. Vi un moño castaño, unos hombros firmes como si usara en corpiño de ayuda, y un uniforme de empleada: camisa larga y por encima un vestido negro estrecho de cintura, pero suelto y cortado a las pantorrillas. La reconocí. La chica tímida quien sirvió mi café. Sin aparente sorpresa, se volvió y vi una nueva muda de ropa sobre el diván. El olor a desayuno me llegó; una bandeja con una alta taza de café y unas tostadas, junto a pequeños tarros a los tonos de la mantequilla y mermelada.
— Gracias, pero no hace falta que traigas más de tu ropa. Usaré la que llevé anoche que está limpia —dije y la empleada aparentó estar confundida—. Harailt me dijo que el camisón es tuyo y parte del aseo también. Te doy infinitas gracias y me siento en deuda contigo. ¿Cómo te llamas?
La chica hizo un gesto de manos a su garganta y luego una negación de dedos. Del bolsillo de su delantal sacó un pequeño blog de notas y un lápiz. Empezó a escribir y de verla entendí parte del asunto.
Me entregó la nota y yo la leí en alto:
— "Me llamo Blaire y es un placer ayudarla señorita Taélis. Le he traído su desayuno como me dijo el señor que se disculpa de no acompañarla. Si necesita algo más, estoy aquí para atenderla".
— Encantada, Blaire. Y puedes dirigirte a mí por mi nombre —Atendí el repetitivo modo gestual sin expresar palabra y pregunté—: ¿Estás bien de la garganta? Justo tengo unas pastillas en el bolso que me van genial para la irritación.
Ella negó en un perfecto rodeo hasta que lo adiviné avergonzada:
— Eres muda.
Lo afirmó asintiendo acorde a la tranquilidad.
— Perdón. Dios, lo siento.
Una mano alzó con gesto indiferente mientras sonreía restando mi sonrojo. Encontré el sello de un lunar en el rabillo de su ojo izquierdo. Alabé la curvatura de su cara y las cejas acentuadas. Labios estrechos, sobresalientes y de forma de manzana.
«Es guapa», admití.
— ¿Sabes dónde está Harailt?
Recurrió de nuevo a su blog.
—"El señor está en los establos"—Leí en mente la nota.
No me sorprendió tanto, pues Malkolm hablaba alguna que otra vez de sus caballos y de anécdotas en su crianza. La necesidad de verlo aumentó. De surgir una gran curiosidad de si tan diestro era con la montura como un profesional.
— ¿Puedes llevarme hasta él?
Dudó, pero al final accedió a ayudarme.
⚜️
Nunca había conocido un establo en persona, así que el olor a serrín y cuero, y otros aromas desconocidos, aunque intensos impactó en mis fosas. Era más pequeño de lo que pensé; el hormigón pintado en las paredes de blanco le daba más claridad al lugar, el heno ocultaba las losas de piedra y algunos de los caballos residían en cuadras de madera que brillaban por el barniz. La puerta de una cuadra del fondo se abrió y con ella salió Malkolm preparado con una chaqueta corta y unos pantalones desgastados. Le siguió un caballo de color a roble como la madera predominante de la mansión. Tenía una pincelada de blanco en su frente y patas. Era fornido, unas extremidades largas y rectas, pero de pezuñas anchas y velludas. Era el animal espiritual que representaría a Harailt.
Él arrastró su cara de disculpa al verme.
— Perdóname por no acompañarte en el desayuno —Rodeó con la mirada el establo—. Tenía que poner orden por aquí.
— Da igual —Observé al animal que sacudía su cola como si espantara a las moscas—. ¿Puedo acercarme a tocarlo?
Animó al caballo hacerlo por mí. Mis nervios hacían mella en mis dedos y puede que el caballo llegara a notarlo como su dueño.
— Es Tarih —dijo con ligero orgullo—. Es de raza Clydesdale.
Me atreví acariciar más arriba de su delgada cabeza. Sus oscuros mechones cosquilleaban mis dedos; daba una hermosa imagen de salvaje dejándolos libres y despeinados por la anchura de su cuello.
— ¿No lo llamaste así porque de potro era como un rayo? Es más hermoso de lo que imaginaba cuando hablaste de él.
Hubo una luz de admiración en él de saber que lo recordaba; Intenté ignorarlo, pero la sonrisa me la jugaba.
— ¿Ibas a sacarlo?
— Sí, de camino pensaba dar otro rodeo a buscar una yegua. Volveré en una hora y compensaré el desayuno.
Al hablar, apareció una cortina de pena y la acometida frustración de sus nudillos aferrando más las riendas.
— ¿Puedo ayudarte a buscar la yegua?
Fue como pedirle que se tirara conmigo de un acantilado.
— La nieve se estará derritiendo y el camino que tomaré será complicado de recorrer... —Echó un rápido recorrido por mi estrecho abrigo y mis vaqueros ceñidos hasta acabar en mis botas sintéticas.
— No tengo miedo de ensuciarme. Y con un estropajo se quita la tierra y dejarlo al calefactor se seca enseguida.
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Editado: 12.03.2021