La silueta de Malkolm se apreciaba unos segundos si el débil aire mecía a un lado la cortina del velador. Estaba arrinconada al tronco de un árbol de ramas bajas y grandes hojas que proporcionaba la sombra que necesitaba. Tenía el escozor de la envidia en la garganta por la resistencia de los hombres y mujeres con aquel día caluroso. Empezaban a prepararse para los entrenamientos según se apreciaba desde lejos. Muchos se colocaban petos de cuero endurecido y brazaletes del mismo, brazales, como los llamaban. Había más atuendos y accesorios de armadura que desconocía sus nombres. Me preguntaba por qué se protegían si tenían habilidades sobrenaturales de curación. Vi al grupo cercano de Breyton reunirse con el resto, entre ellos a Nerelyn para dar órdenes e instrucciones como de costumbre al ser capitana de armas. A pesar de emplear una voz moderada que podría pasar desapercibida, era la firmeza de su mirada y sus gestos que hacían recrear la autoridad sin falta de un título. Su pareja, Seiren, parecía ser de esas personas que participaban en actividades por deber, no por placer. Intentaba mantener el margen, odiaba los enfrentamientos y sólo conversaba con aquellos de su confianza. Kenril o Condor parecían la pareja de casados que no se soportan, pero la palabra divorcio no entraba dentro de su vocabulario. No exageraba, discutían allá donde los viera, pero después eran como compañeros inseparables. Esa vez, era por quién le tocaba enseñar a los nuevos reclutas una tarea que no llegué a comprender si no lo veía. Tenía que reconocer que admiraba la valentía de Condor de enfrentarse a Kenril pese al notable rebaje de su constitución y los había visto a punto de soltar puños. Echaba una rápida mirada y agudizaba el oído comprobando si la normalidad se mantenía dentro y si la había, volvía hacia el campo. Apenas escuchaba la conversación del interior y acercarme a espiar no era propio de mí y sumaría puntos en mi contra si me pillara alguien.
Una esbelta mujer que había visto en contadas ocasiones como guardiana del pasillo que conducía al comedor, que siempre le colgaba una larga y doble trenza de un dorado oscuro, de piel crema que lo cubría una fina capa de sudor y llena de pendientes de oro en los contornos de su oreja, manipulaba una espalda con aire desganado mientras escuchaba a la capitana como el resto del personal. Ella recogió mi interés y con una gran expectación, pero aún era pronto para ver con buenos ojos la hoja de un acero, de ahí el revoltijo de miedo sobre mí. Como si fuera una gimnasta de baile con su cinta, ella entornaba su muñeca y se desprendía de la empuñadura, dejaba voltear el arma en el aire unos instantes para después afianzar el agarre. Y sentí el impacto de su mirada al dar conmigo. No esperaba una cara desinteresada en su jornada, pero tampoco una que reflejara una desconfianza que me helara, como el zorro que merodeara en el territorio de un granjero. Los prejuicios de ser extranjera de un mundo privilegiado estaban bien enterrados en ellos. En Heiklam aprendí finalmente que no podía gustar a todo el mundo y que intentarlo era absurdo y no hacía justicia de mi valor como persona. El calmar el sentimiento de la soledad con ellos no sólo era peligroso... Extrañaba muchas cosas de mi anterior vida, pero sobre todo una amistad como la de mejor amiga, Daisy, donde las risas no faltaban, las anécdotas del día, ser yo con alguien más que no fuera mi pareja...
La chica me ignoró finalmente, pero había atraído la atención de otros, percatandose de mi existencia. Los escuchaba sin problemas porque no se molestaron en reducir la voz. Se preguntaban qué hacía allí, como si allanara una propiedad, su espacio y por qué no me acompaña su líder o Yoreg, El Portador; nunca había escuchado aquel apodo.
Los súbitos rugidos entremezclados en animal y humano me distrajeron de las caras increpantes. No fue difícil hallar el punto de origen: era dentro de una parcela de arena. Las cabezas de dos lobos emergieron y sentí un escalofrío junto a los golpes de mi corazón contra el pecho, pero no me moví. Sacudieron sus abundantes pelajes como lo haría un perro después de un paseo. Uno reunía toda una gama de grises y otro tan negro como las sombras. Pensé aterrada de un combate y esperando que alguien lo detuviera, incluso correr a avisar a Malkolm, pero hasta que los gritos de Kenril lanzando la orden de un comienzo, entendí que estaban sujetos a una prueba. Los vi circular entorno a un eje invisible que ellos creaban amenazantes. Mi campo de visión se vio interrumpida por varios hombres que rodearon el perímetro. No obstante, desistí de hacerlo enseguida de sólo escuchar ladridos, gemidos lastimeros, gruñidos desgarradores y brutales zarandeos de cuerpo contra cuerpo que erizaban el vello. Aquello me condujo a recordar a la lucha de los lobos en el bosque.
Así que, abrumada e tan incómoda que me costaba respirar, me alejé del escándalo aunque eso incluyera el velador. Y sin darme cuenta, estaba dentro de la zona de disparo con arco. Y completamente desierta. El entorno estaba más organizado que la última vez de visitarlo. De solo recordarlo, me entró un malestar en el cuerpo. Un salvaje Malkolm a punto de estallar puños contra Breyton que se divierte provocando.
Tantas emociones y malestares podrían hacerme enfermar, sino fuera porque no podía.
Hice una inspección: No había armas desperdigadas o abandonas en bancos. Los maniquíes de paja en fila hasta una diana que los separaba una valla y a mi lado, una mesa con una pergola de tejado rojizo. No me protegí del Sol, sino me dirigí al puesto de la diana recordando un sueño que dejaba de serlo a cada paso. La pintura del círculo rojo parecía comerme los ojos. Las perforaciones ocasionadas por las puntas de flecha se concentraban allí mismo que en el resto de los anillos azules. Era la resultado de la excelente habilidad de los arqueros en su práctica. Los acaricié con los dedos sumida en mis pensamientos. No era un sueño, era una visión del futuro. Ahora estaba convencida. Algún día, volvería a estar aquí, lanzando flechas... Pero, ¿en qué debía estar alerta? porque, todas mis visiones tenían algo muy en común: eran mensajes de advertencia y guías. Recordaba mi disparo y éste desviarse por otra flecha oponente. Puede que la persona quien lo provocó era el aviso. ¿Y cómo reconocerlo? Breyton sería demasiado obvio para una premonición. Otra, a decir.
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Editado: 12.03.2021