Esa noche, Malkolm me dejó en su habitación para visitar una vez más a su hermano. Recuerdo su vuelta, o cómo lo escuchaba moverse en medio de la oscuridad. El sonido de su ropa desprenderse de su cuerpo y refrescar su garganta siempre disponible en la mesa la jarra de agua. Tras recibir la cama, extendió su brazo para dejarlo colgado en mi cintura. Su aliento era como un soplo de un día de verano, pero para mí, que vive con el invierno en sus carnes, era más que agradable. Para ese entonces no estaba muy consciente. Por eso, entorné mis ojos y cuando me topé con los suyos, compartí el silencio, pero le sonreí como saludo. Una sutil caricia recibida por el dorso de su mano en mi mejilla que tomé de prueba que no era un sueño. Malkolm era un hombre que prefería transmitir sus sentimientos a través de gestos y miradas que con palabras. Percibí lo mismo que yo: alegría y tranquilidad de encontrarlo a mi lado. Cerré mis párpados con la tonta sonrisa, pero un pensamiento originario de la cena de Breyton lo borró como la mopa al polvo.
Volví a abrir los ojos. Malkolm los había cerrado pactando con el sueño. Y yo le seguí, con menos ánimo que antes.
Fue justo al amanecer cuando no deseé dormir más cansada de los inquietantes sueños que provienen de mis grandes preocupaciones; cerraba los ojos y acudía uno peor que el anterior. Parecía una misión imposible salir de la cama por Malkolm y que no despertara y todo porque —como era habitual cuando la compartimos— se aferraba a mí con un enredo de brazos y piernas; algunas veces, se olvidaba que necesitaba respirar. Tenía la teoría que de niño perdió su peluche favorito de dormir dando paso a un trauma. Tal vez mi cuerpo pequeño influía para confundirlo. Al final y como solía pasar, tuve que despertarlo porque no había manera de escapar de él. Protestó soñoliento, sin embargo, me liberó. Apoyé mi espalda en el cabezal de roble y observé la habitación como si fuera la primera vez que la visitaba. No tenía hambre ni ganas de hacer mis cosas. Cada vez, era más duro despertar entre pieles y paredes de piedra... Al comienzo, cuando tengo que despedirme de un valor personal, no lo extraño, a veces, lo olvido, pero con los días, la ausencia se convierte en una caja vacía envuelto de dolor y recuerdos. Daría por un día en acudir a la floristería para ver y ayudar a Marie y quedar con mis amistades. Incluso, la campanita de la puerta del recibidor de la tienda lo extrañaba.
— ¿No tienes sueño? —Surgió la voz de Malkolm mientras su mano se hundía en el cuero cabelludo y sus miembros se doblaban y estiraban, formando pliegues en la sábana.
— No. Pero tú sigue durmiendo, no te molestaré —Sonreí.
Se recuperó de las secuelas de la somnolencia más rápido que un humano como su mirada, más atenta y audaz.
— No importa, tenía que despertar temprano para visitar a mi hermano.
— ¿Otra vez?
La información del estado de Áric era escasa y de las pruebas que lo sometían por temas de confidencialidad. Dichas se realizaba para recuperar el control de su mente y cuerpo y así no supusiera un peligro para los demás y quebrar la paz de las tierras. Cuando las pasara, tendría que responder ante la Superiora de las acusaciones y se debatiría la devuelta del cargo como líder.
— Ha mejorado desde que lo acompaño —dijo Malkolm que parecía convencido.
Yo no lo estaba de saber sus actos que lo trajeron hasta ahí. Aún así, fingí decirlo, no quería traer discusiones.
Le apliqué un pellizco en la mejilla. Gruñó molesto y confundido de mi gesto con la mano al lugar infringido
— Así todos querríamos tener un hermano mayor como tú.
Malkolm puso los ojos en blanco hasta volver a enfocarse en mi persona y hacer el intento de unir sus cejas en una.
— ¿Has tenido algún sueño premonitorio?
Joder, qué directo e inesperado era a veces.
—No... Sólo eran pesadillas, pero nada relevantes —Esbocé una sonrisa para calmarlo.
Colocó su antebrazo bajo la almohada sin borrar su aire observador. Era más atractivo viéndolo desde mi punto: la piel más sombreada por la escasez de luz y mayor marcaje en los ángulos faciales.
— ¿Cuál fue tu última visión?
No había preguntado todas las visiones y la última no intimidaba.
— La última...—comencé a limar mis uñas contra las yemas de los dedos—. Estaba en el campo de tiro. Tenía un arco y me preparé para disparar la flecha hacia una diana. Nunca llegó porque se desvió por otra. No sé quién fue.
— Breyton —Aseguró por su firmeza al decir su nombre.
— ¿Tú crees?
— Es el único que sabe disparar una flecha en Betj Dubh.
Cierto, pero... Tenía el presentimiento que no era él.
Recibí una tierna caricia en mi brazo y me di cuenta que me había encerrado en mis cavilaciones. La espalda de Malkolm dejó de yacer en la cama para apoyarla conmigo en el cabecero.
—¿Estás segura que es una visión y no un sueño? —preguntó mientras tomaba una de mis inquietas manos.
Yo asentí convencida tras reconocer el arco que se exponía en el campo de tiro.
—¿Tu me ves disparando con un arco?
— Sí —Me sorprendió su respuesta. Sus labios besaron mis dedos antes de rozar su nariz—. La vez que me pediste sostener la espada, fue una evidencia que te esfuerzas por cumplir lo que te prometiste y a Daiah: que puedes enfrentarte a cualquier cosa.
— Pensé que... —Retiré la mirada y al volver al lugar de mi pareja, me invitó a compartir el pensamiento—: Llegué a pensar que no estarías a favor de que aprendiera hacerlo.
— Existen cosas peores. Pero en esta coincido que tiene su beneficio si estás en peligro, que espero, que no corras esa suerte —Entrecerró sus ojos y retomó la pregunta del día anterior—: ¿No tienes más información acerca de esta virtud?
Esta virtud... No me gustaba ese término.
— No...—Musité decepcionada. Doblé mis rodillas y las abracé mientras divagaba en mis memorias a fondo—: Quizás la familia de mi madre pueda saberlo. Pero hace tiempo que no contacto con ellos y tendría que buscar la agenda de números en la casa de Susan. Estará en su habitación, en uno de los cajones...
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Editado: 12.03.2021