Recibí una leve sacudida en el hombro y un Malkolm llamándome para que despertara. Mi nombre en sus labios sonaba agradable que no me importó que insistiera. Y cuando levanté mi cabeza sobre la mesa, un tirón me golpeó desde el cuello hasta la espalda baja, un dolor que me recordó a la época estudiantil. El rostro de mi pareja estaba casi a mi altura, pues estaba inclinado y en medio cuclillas.
— ¿Malkolm?
Malkolm tenía los ojos más abiertos, o eso me parecía. Estiró su mano para tocar mi rostro, justo en la comisura de la boca que la noté húmeda.
— Anoche te oí salir de la cama, pero me sorprendió que al despertar te encontrara dormida en la mesa. Le tendrás cariño para dormir de un tirón por tu cara —Sonrió burlón.
Me sonrojé un poco, no por quedarme dormida de ese modo, sino que Malkolm me había limpiado la baba de la boca como si fuera un bebé. Oculté y limpié con el dorso de mi mano la zona y rodé los ojos a la superficie de la mesa. Había cuatro hojas donde no había espacio para más trazos. Se deslizó ante mi vista uno de ellos por la intromisión de la mano de Malkolm ya con las piernas estiradas.
— ¿Y estos dibujos?
— Son… Estaba practicando unos ángulos faciales, pero es difícil avanzar con este material.
Malkolm volvió a posar su atención en ellos. Gracias que no lo había terminado. Ninguno. Daría cierta cosa, pues intentaba dibujarlo a él. Despacio, dejó el dibujo en la mesa.
— Traeré tu material de la mansión —dijo comprometido y me dolió más escucharlo que sentirme agradecida.
Hebras de mi cabello de lo que antaño fue un recogido se trasladaron de lugar para dejar al descubierto parte de mi cuello; Malkolm lo cubrió con su acaricia que alentó calentar mi cuerpo.
— ¿Estás triste por la partida de mañana? —preguntó.
— No, claro que no —expresé con sarcasmo. Malkolm sonrió, para mi sorpresa, con buen humor, pero no duró suficiente como un cielo despejado en Edimburgo.
— ¿No tienes la mañana reservada para Breyton? —Por su tono, supuse que la idea continuaba causándole cierto rechazo.
Las lecciones de Breyton prosiguieron hasta el anochecer. Como él dijo, Malkolm se pasó por allí, pero totalmente preocupado por mí, puesto que me buscaba al no dar conmigo en su habitación. No le hizo mucha gracia verme tan concentrada únicamente en acertar con los cuchillos y con Breyton de profesor... Bueno, no estaba segura si le enfadaba más que creyera que me había perdido por el castillo o que Breyton corrigiera por enésima vez mi postura corporal. Cuando volvimos a la habitación a cenar y prepararnos a dormir, poco habló de lo ocurrido con su hermano. Dijo que volvió a tener problemas de autocontrol. Yo estaba segura que la camisa que llevaba no era la misma con la que salió. Y él era de conservar sus ropas limpias y pulcras.
—Pacté un día libre por ti, por ser nuestro último día juntos —Malkolm le agradó aquello, su expresión facial se suavizó. Dejé la silla y lo abracé llevada por la necesidad de apaciguar el prematuro dolor de la despedida—. ¿Y en qué quieres invertir el tiempo?
— Yo diría…—Besó mis labios y dejó una sutil mordida en el inferior, el cual yo plagié después con una sonrisa mientras terminaba de decir—: con sexo… —Sonreí disfrutando del sonido de la palabra, pero Mal añadió precavido—: Pero, primero, debo atender una cosa.
— ¿El qué?
Vaciló un momento y entendí que aún era pronto para que se acostumbrara a hablar libremente de sus problemas no tan corrientes de hacerlo con una mortal que ha vivido ajena a su mundo.
— Hay días que las necesidades de mi naturaleza son primordiales para ejecutar otras actividades… con la normalidad que deseo. Si lo contengo, me vuelvo más impulsivo y menos razonable.
Yo asentí con la cabeza con un mohín de aprecio o de intento. Tener de pareja a un ser sobrenatural tenía sus cosas, claramente. Y una parte de ellas las vivía al estar embarazada de él. Resultaba agobiante la mayoría del tiempo. Me lo podría imaginar por él, pero no el doble.
Tomé su mano entre las mías y le pregunté algo tímida:
— ¿Puedo acompañarte?
Por su expresión, no lo aprobó. Y me molestó un poco.
— Vamos, Mal —insistí tirando un poco de su brazo—. Me prometiste que me compensarías por lo de ayer.
— Sarah… —Frunció sus labios y suspiró—. No tendré esta forma, sino la de un lobo. Y no uno que imaginas.
— ¿Por qué lo ves como un problema? No es la primera vez que veo a uno de los tuyos transformado —Le recordé por Áric—. Y estoy segura que no te confundirás de que soy el almuerzo.
Suspiró otra vez, acariciándose la nuca.
— Qué confiada eres a veces y cuando no debes.
— ¿Apostamos? —Ofrecí la mano apostadora.
Malkolm la miró y luego a mí. No la estrechó, sino que llevó mi mano a sus labios a dejar un sellado beso y lo interpreté a su forma de aceptar la apuesta.

El olor a bosque era intenso como la recuperación de la tierra tras una lluvia abrumadora o la época del polen. Y el olor de Malkolm también, pero se asemejaba más al salitre que al pino, similar al perfume que usaba en su mansión. Él caminaba con pasos lentos, pero firmes, siempre con la mirada puesta a sus alrededores. Y yo… bueno, aburrida. Los paseos en silencio con aquel calor no eran del gusto de muchos. Retiré el cordón del cuello de mi camisa prestada con la intención de atarlo al cabello en una coleta. Pero había un bicho en el dorso de mi mano. Uno grande y bien feo. Y salté dando un grito que podría llegar al otro mundo.
Malkolm se había sobresaltado evidentemente y me preguntó el motivo del grito tras repasar que estaba en perfectas condiciones físicas.
— Era un bicho. —dije con una risita nerviosa—. Creo que una arañita. En realidad, quiero creer que no sea algo peor —Exclamé más en broma que realmente preocupada. Yo acaricié con los dedos la zona de la mano donde me producía un cosquilleo que no detecté cuando tenía el insecto.
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Editado: 12.03.2021