"El Alpha "

❤Capitulo 4 ❤

—Dile que la quiero —suplicó Leah.
Ryan asintió tratando de cargar los cientos de bolsas que le había dado para llevarle a Olivia.
—Y que iré a verla en cuanto Camile deje de tener esas fiebres tan altas —insistió nuevamente.
—Que sí. Le diré cuánto la quieres, que la echas de menos y que vendrás a verla y abrazarla en
cuanto puedas.
Esperaba que eso calmara a la frenética Leah. Desde que Olivia estaba en la manada había
tratado de visitarla, aunque solo lo había conseguido en un par de ocasiones. Resultaba difícil
hacerlo cuando la base era un lugar tan movido.
—Lo entenderá. Sabes que no se enfada, que desea que la pequeña esté bien.
¿Y por qué Camile no iba a ver a su tía? Porque la híbrida de lobo era inestable y con ello
evitaban un desastre aún mayor. Por ahora era mejor reservarse para cuando estuviera mejor y
pudieran reunirse como una gran familia feliz.
—Pero yo quería abrazarla.
—Y lo harás, la próxima vez que Lachlan diga que es posible verla —dijo para reconfortarla.
Eso era lo que peor llevaba. No podía ir allí libremente y visitarla como deseaba. Todo se trataba
de horarios, unos que establecían los días más apacibles para verla. Unos en los que la
probabilidad de cambio era mínima.
—Me siento la peor hermana del mundo —susurró Leah al borde de las lágrimas.
Hannah entró en acción en cuanto escuchó esas palabras. Entró al comedor con la pequeña
Camile en los brazos y se plantó ante Leah de una forma feroz. Antes de poder decir algo, hizo que
Ryan tomara en brazos a la pequeña y, después, se lanzó sobre la humana para estrecharla entre
sus brazos.
—De eso nada, querida. Eres la mejor y Olivia lo comprenderá. —Besó la coronilla de Leah—.
Cuando todo esto pase estaréis más unidas que nunca. Créeme.
Los poderes de Hannah fluctuaron y Ryan se alejó unos pasos para salir del campo de ataque.
No estaba nervioso y no necesitaba que “mamá oso” lo calmara. Sonrió al ver como Leah
canalizaba sus nervios y suspiraba.
—Gracias. Lo necesitaba —comentó Leah.
Hannah le restó importancia agitando las manos. Desde que la humana había llegado a la base,
la Devoradora había adoptado el papel de protectora sobre ella. Leah se había ganado el corazón
de todos en la base, pero ella era su chica especial.
—Siempre que te haga falta aquí estaré.
Ryan tosió levemente esperando romper aquel momento para darles prisa. Debía salir hacia de la
base cuanto antes si quería llegar a casa temprano para cenar con uno de los Devoradores de su
generación. Ambos acababan de ser graduados y eso era genial, pero ya apenas tenían tiempo
para verse.
—Cierto, disculpa, Ryan. —Leah le entregó una bolsa más—. Espero que esté bien, manda
saludos a Lachlan.
Asintió.
—Lo haré.
Se despidió de ellas todo lo rápido que pudo, no sin antes besar en la frente a la preciosa Camile,
ella era su niña favorita.
Al salir de casa de Leah arrancó a correr antes de que la voz de Dane lo detuviera en seco.
—¡Novato!
Ryan alzó un dedo y lo señaló.
—Ya no soy un novato.
El doctor rio levemente. Ahora su compañero era feliz, más de lo que había sido en toda su vida y
eso le alegraba. En su vida había entrado una híbrida entre humana y Devorador que lo había
revolucionado todo. Pixie era especial y, tras unos momentos muy tensos, la paz había regresado a
la base.
Eso sumando que Keylan también era otro Devorador recién emparejado con otra humana. Ya
tenían en común un bebé precioso llamado Jack.
También habían perdido a Sean, un gran Devorador que se había merecido una vida feliz, pero el
destino había deseado destinarle otros planes. Había sido enterrado en la misma tumba que su
amada humana. Era mejor así, de lo contrario, se había convertido en un espectro al servicio de
Seth.
—Saluda a Pixie de mi parte al salir —le comentó Dane.
—Lo haré —contestó.
Y la carrera continuó, deseaba ir rápido.
Su trabajo en la consulta como ayudante lo mantenía demasiado ocupado y una noche a la
semana era para él. Y justo su día de fiesta le habían pedido el favor de ir a la manada. Lo cierto
era que no le importaba si la petición venía de parte de Leah.
En los casi doce meses que Olivia llevaba en la manada él había sido su conexión con los
Devoradores. Leah no había podido ir las veces que había deseado y a él no le había importado
hacerle el favor.
—¡Sin correr en mi turno!
El grito feroz de Pixie provocó que se detuviera en seco.
Ryan estaba ante el muro de la base y tuvo que mirar hacia arriba para verla. El muro había sido
reforzado por los recientes ataques y, ahora más bien, parecía una muralla. Los sistemas de
seguridad eran tan elevados que era casi imposible que una hormiga entrara sin hacer saltar las
alarmas.
Y ahí estaba la híbrida, asomada con el típico uniforme negro, luciendo una sonrisa de oreja a
oreja. Sus cabellos rubios habían sido recogidos con dos trenzas a modo de guerrera desde las
sienes hasta la nuca.
Para ser sinceros, el puesto de vigilante era una ironía teniendo en cuenta que ella había llegado
a la base derribando la puerta con un coche. Había resultado que era una guerrera feroz y ese era
uno de los mejores puestos para asignarle.
Al menos se la veía feliz.
—Lo siento, llego tarde —se justificó Ryan.
Pixie asintió y dio la orden de abrir la puerta para dejarle pasar.
—Sé bueno con los lobos —canturreó cuando cruzó las puertas.
—A la única a la que deben temer es a ti. Eres una bomba de relojería.
La híbrida rio a carcajada llena y siguió con su ronda sin decirle nada más. Ese trabajo le iba
como anillo al dedo y, por lo que decía Doc, entrenando había mejorado tanto que había levantado
curiosidad sobre otros Devoradores que habían acudido a pelear con ella.
Justo al cerrarse las puertas de la base vio donde habían aparcado su coche. Le quedaba hora y
media de viaje hasta llegar a la manada, suerte de la música a todo volumen.
***
Llamaron a la puerta y Olivia gruñó fuertemente queriendo espantar a quien fuera que estuviera
tras ella.
—Servicio de habitaciones, paso —canturreó Lachlan llevando una bandeja de comida entre sus
manos.
Un segundo gruñido fue ignorado para pasar a la exasperación. Aquel Alfa no la había tenido en
cuenta todo el tiempo.
—No tengo hambre —declaró Olivia.
—Pero tienes que comer. Dado los últimos cambios sospecho que el próximo será en hora y
media, suficiente como para que te dé tiempo a comer.
Solo pensar en cambiar hizo que sus intestinos se revolviesen dolorosamente, no quería dejar
salir a su bestia interior.
—¿Por qué no envías a otro a que me traiga la comida?
—¡Por favor! ¿Y perderme a lo más alegre de mi manada? ¡Por supuesto que no! Si alguien va a
disfrutar de tu compañía ese seré yo.
Odiaba a Lachlan y su increíble buen humor.
—No puedes tocarme o Leah te convertirá en una alfombra.
Lachlan se encogió de hombros.
—Leah puede besar mi culo al natural cuando se canse de ese marido suyo tan serio… Mortimer.
—Dominick.
—Lo mismo es.
Olivia giró sobre sus talones para quedar mirando por la ventana. La habían reparado tan rápido
que casi había sentido el impulso de romperla nuevamente para ver si mejoraban el tiempo de
respuesta.
—No quiero insistir, pero me veo en la obligación. Come, Olivia.
Su voz autoritaria provocó que conociera la orden propia de un Alfa, instintivamente su cuerpo la
instó a obedecer, no obstante, se negó en redondo. Luchó contra ese deseo de hacerle caso,
después de tanto tiempo se negaba a ceder y mucho menos ante él.
—No —contestó.
Levantó un dedo como si acabara de recordar algo y giró sobre sus talones directa a encararlo.
—Me queda una semana y seré libre. Podré salir de este lugar, lejos de todos. Ya no habrá
habitación para contenerme, ni casa donde mantenerme entretenida.
Lachlan no perdió la sonrisa.
—Esta casa tiene doscientos metros, patio vigilado con piscina, sala de cine… entre otras cosas.
No considero que haya sido un cautiverio tan duro.
Olivia discrepó con esa afirmación. Podía ser todo lo grande que quisiera sin embargo, seguía
siendo una prisión. Una de la que necesitaba salir.
Por alguna extraña razón no había intentado huir, pero estaba a punto de hacerlo de no ser
porque le quedaban muy pocos días para abandonar todo aquello.
—¿Dijiste que te queda una semana? —preguntó él con el ceño fruncido.
—En siete días podré abandonar esta casa, tu manada y todo lo referente con vosotros. —Alzó
ambas manos a modo de paz—. No quiero parecer maleducada, pero solo quiero estar con Leah y
mi sobrina. Necesito volver a la realidad.
Lachlan escuchó atentamente; su rostro no mostró emoción alguna.
—Siento joder tus planes, pero entraste en celo tres meses después de llegar aquí.
Olivia se paralizó al instante, la ira se arremolinó en su estómago provocando que alzara la voz.
—¡¿Y eso qué significa?!
—Significa que vamos a disfrutar de nuestra compañía unas poquitas semanas más.
La mente de Olivia colapsó. El mensaje era perturbador y no podía imaginarse allí encerrada más
tiempo del esperado. Gruñó apenas sin darse cuenta y avanzó un par de pasos. Sus pies sonaron
golpeando el suelo fuertemente y comenzó a sentir como toda ella se desbordaba.
—Olivia. —La voz de Lachlan fue muy suave—. Ambos sabemos que esta parte de nuestra
relación no me agrada demasiado.
Era tarde.
La loba tomó el control por completo y surgió de una forma tan feroz que Lachlan apenas tuvo
tiempo a arrancarse la camiseta para transformarse. Su piel se abrió exponiendo al lobo que llevaba
dentro dispuesto a detener al miembro de su manada sin control.
Olivia, en forma lobuna, lo aplacó con tal contundencia que no pudo más que caer al suelo
mientras acababa su transformación. Cuando el Alfa surgió a la superficie se reincorporó y gruñó
fuertemente en señal de advertencia.
Normalmente eso era suficiente para que, cualquier miembro de su manada, se detuviera en seco
y cejara en su empeño. No obstante, Olivia no era un miembro y tampoco había nacido entre lobos
para adquirir sus comportamientos.
Ella era una híbrida y no tenía experiencia en nada. Su vida había cambiado en muy poco tiempo
y todavía estaban en proceso de adaptación. Una que no parecía superar a corto plazo.
Olivia se lanzó sobre él, sus dentadas en su lomo le hicieron aullar levemente antes de
revolverse. Aquel movimiento hizo que la loba golpeara el suelo estrepitosamente. Eso era una
buena noticia, ya que Lachlan aprovechó para colocarse encima.
Debía imponerse o aquella situación iba a ir a peor. Por desgracia ella era inestable y mucho más
en aquel momento.
Olivia sintió el pesado y caliente cuerpo del alfa sobre ella, él la oprimía duramente casi robándole
la respiración. Eso no hizo que cejara en su empeño, deseaba salir de allí. Necesitaba volver a
sentir el aire en su rostro, ver a Leah y sentir que era dueña de su propia vida.
Nadie podía arrebatarle eso y mucho menos un hombre al que no quería tratar.
Jadeó y lanzó un par de dentadas al aire con la esperanza de alcanzarlo. No lo consiguió y,
pasados unos minutos, sintió el cansancio. Comenzó a respirar agitadamente, pero dejó de
retorcerse por ser libre.
Lachlan volvió a su forma humana. Su cambio fue rápido y sin los sonidos estremecedores que
emitía su cuerpo al hacerlo. Su piel perdió el pelo hasta tornarse claro como él era. Entonces un hilo
de envidia se tejió en su corazón, ella deseaba cambiar sin dolor. Deseaba ser loba sin pasar por el
atroz tormento que eso significaba.
—Menudo carácter gastas, lobita. Tenemos que hacer terapia.
Olivia negó con la cabeza. Odiaba ese humor que le caracterizaba.
—Tienes que calmarte. Cuidaremos bien de ti. —El alfa suspiró—. Reconozco que no he llevado
bien tu encierro, pero puedo cambiar eso. Lo haré más soportable.
Sus palabras fueron algo desesperanzador. ¿Cuántas veces habían peleado? ¿Cuántas había
intentado huir de aquel encierro? ¿Y ahora cambiaba de opinión?
Supo entonces que no era por sus actos sino por las palabras de alguien. Y eso provocó que se
sintiera más desesperada, no la escuchaba y tampoco se había preocupado por cómo se sentía.
Únicamente la había apartado del mundo como si fuera una especie de cuadro valioso al que
exhiben como en un museo.
No deseaba ese dichoso celo, no pensaba dejarse tocar por nadie. No era peligroso salir a la
calle e iba a demostrárselo.
Abusando de su mayor forma empujó a Lachlan lejos de ella. Sabía que iba a tener poco tiempo,
no obstante, se alzó y corrió todo lo que sus cuatro patas le permitieron. Apenas tocó las escaleras
que ya estaba abajo, era mucho más veloz de lo que imaginaba. Al llegar a la puerta comprobó que
su forma lobuna era inútil para abrir la puerta.
Gruñó desesperada, no sabía volver a la forma humana para abrirla y huir. Justo en ese momento
una pequeña brisa le dio una vía de escape: una ventana abierta.
Un crujido procedente de lo alto de la escalera le indicó que Lachlan ya se había tornado lobo y
mucho se temía que no iba a dejarlo estar.
“No se te ocurra”. —La voz del alfa en su mente la enfadó.
“Que te jodan” —contestó corriendo hacia su vía de escape.
Atravesó el comedor en cuestión de segundos y se lanzó sin valorar la caída. Era un primer piso,
pero no esperaba el contundente golpe que dio contra el suelo.
“Voy a tener que enseñarte a volar” —rio Lachlan en su mente.
Olivia se incorporó, sus patas dolían como si se las hubieran roto pasándole un coche por
encima, sin embargo, eso no la detuvo. Volvió a la carga con su huida ignorando las miles de caras
sorprendidas que la rodeaban.
“Esto no me gusta nada, Olivia”.
Ignoró cada palabra pronunciada por el alfa con la esperanza de poder hacerlo fuera. Y siguió
rauda y veloz lejos de aquel lugar tan odioso. No conocía las calles, pero poco importaba. Cada
zancada que daba la llevaba un poco más hacia su libertad.
Necesitaba llegar cuanto antes a la ciudad más cercana para localizar a Leah e ir a la base de los
Devoradores de pecados. Ellos también eran seres paranormales, aunque casi los prefería a los
lobos.
Únicamente deseaba ser libre por primera vez en mucho tiempo.
“Voy a cazarte, cachorrilla”.
Esa voz y ese tono le provocó un escalofrío. Era un auténtico Alfa dando una orden explícita y
todos los sentidos le exigían obedecer. Seguir adelante costó, luchar contra ese absurdo deseo de
ceder ante él fue desesperante.
Y, de pronto, alguien que conocía le barrió el paso: Ryan.
No era un lobo sino uno de los Devoradores que cuidaba de su hermana Leah. Uno muy especial,
lo recordaba con el apodo de “el novato” y, muy a pesar de que era joven, ya no era un niño. Era un
gran hombre.
Ryan sonrió al verla y Olivia supo que no iba a dejarla marchar. En parte, aquellos seres también
la habían encerrado allí, a pesar de ser engañados por las palabras de Lachlan.
Ella mantenía la esperanza de poder hablar con su hermana para liberarse, ella comprendería la
situación y todo iría a mejor.
—Hola, Olivia. Me alegro de verte —dijo Ryan tan dulcemente que la hizo enfurecer.
Olivia gruñó  furiosa y mostró sus fauces para provocar que la temiera y huyera despavorido.
Obviamente, no funcionó; su plan hacía aguas por todas partes y casi comenzaba a ver todo
aquello peor que el hundimiento del Titanic.
Lachlan apareció a su espalda y supo que estaba acorralada. Ya casi podía sentir el aire
empobrecido de aquella apestosa habitación rodeándola. Tres meses más en aquella agonía.
Ryan le mostró ambas palmas de las manos y, lentamente, se agachó para no mostrar signo de
amenaza.
—¿Y si hablamos de esto?
Ella se limitó a negar con la cabeza, pero eso no borró la dulce sonrisa que dibujaba el Devorador
en su rostro.
—Te veo muy agitada. Casi puedo sentir el caos que hay en tu interior —comentó frunciendo el
ceño.
Olivia lanzó otro gruñido a modo de advertencia cuando nuevos rostros se acercaron a ella. Tras
otro de Lachlan todos se mantuvieron inmóviles y quedaron allí como simples espectadores de una
película. Pero la loba sabía que su vida, no era un largometraje, sino una película de bajo
presupuesto que no llegaría a entrar en taquilla.
Se fijó en que algunos lobos la rodearon y dejaron de caminar justo en el momento en el que el
alfa les gruñó en señal de advertencia. No dejó que nadie pudiera alcanzarla, además, ellos
obedecieron sin rechistar a pesar de que vio a alguno bufar.
—Siento no haber sido capaz de verlo antes. Veo colores nunca vistos a tu alrededor —comentó
Ryan llevándose toda la atención.
De haber estado en forma humana hubiera fruncido el ceño, aquel chico decía cosas muy
extrañas.
—Parece que nuestro querido novato es capaz de ver el aura que posee cada uno, además de
las energías que fluctúa a nuestro alrededor. Algo muy útil para poder alertar el próximo movimiento
—dijo Lachlan en forma humana.
Ryan alzó un dedo para remarcar:
—Ya no soy novato, soy ayudante de enfermería en prácticas. Voy poco a poco.
Eso significaba que ayudaba a su hermana Leah, ella también era enfermera. Le alegró saber
que aquel hombre era su compañero.
—Olivia, deberíamos volver a casa —comentó Lachlan de forma pausada.
Y la ira llenó sus venas, toda ella se erizó y mostró sus fauces. Era una respuesta clara: no
pensaba regresar.
—No pasa nada, no es necesario volver allí.
La voz de Ryan la hipnotizó como el cántico de una sirena, sondeó su cabeza como las olas del
mar y casi meció su cuerpo obligándola a mirarlo.
—Vamos a hacer que esto vaya a mejor, pero antes necesito que te tumbes y te eches una
siesta.
Olivia bufó y el Devorador volvió a alzar las manos.
—Será corta, lo prometo. Para ayudarte a descansar. Te sentirás mejor, lo prometo.
Sin saber bien la explicación ella se tumbó en el suelo y se acurrucó entre sus patas delanteras.
El sueño era algo que la estaba esperando, como si hubiera estado allí observando la conversación,
esperando para entrar como un actor de teatro a su escena. Cerró los ojos y suspiró profundamente
antes de permitir que el sueño la abrazara.




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