Los guardias entraron en su jaula y le inyectaron algo antes de que pudiera defenderse. Estaba
tan asustada que imploró que no le hicieran daño, pero no importó. Era solo un peón en un juego en
el que solo valía por los billetes que hacía ganar.
La arrastraron por un largo pasillo hasta que la puerta se abrió y pudo vislumbrar un gran ring. La
metieron dentro de un empujón y cayó una jaula sobre el cuadrilátero; eran las medidas de
seguridad para evitar que escapase de lo que estaba a punto de ocurrir.
Un gran hombre entró en la jaula.
Olivia se refugió en una esquina y luchó por salir a pesar de saber bien que era inútil. No podía
transformarse, dolía y era tan aterrador que no era capaz de respirar.
Sin embargo, el fármaco que le habían inyectado hizo efecto y su loba interior comenzó a empujar
hacia el exterior. Eso era lo que querían, el espectáculo que vendría después cuando su otra yo
tomase el control.
Lloró cuando el dolor se tornó insoportable, cuando sus huesos se agrandaron tornándose en
aquella bestia fuerte y poderosa que pedían que fuera.
Antes del cambio final, después de que su piel se agrietara y se reconvirtiera en algo mucho
mayor a su tamaño habitual, vio como los colores cambiaban; señal inequívoca de que estaba a
punto de dejar atrás su forma humana.
Estaba allí para matar, para hacer una masacre del pobre diablo que se atreviera a entrar allí en
busca de hacer daño a su raza.
Y Olivia dio el espectáculo que esperaron de ella, torturándolo hasta el punto de que el pobre
hombre suplicó por su vida y no tuvo piedad. Porque, a fin de cuentas, ¿quién se apiadaba de ella?
La loba gritó cuando Alma la despertó. La pobre llevaba gimoteando un buen rato hasta el punto
en el que se apiadó de ella y decidió sacarla del terrible sueño que la atrapaba. Miró a su alrededor
para tratar de ubicarse para luego mirarla directamente a los ojos.
La confusión dejó paso a los recuerdos y el dolor se vio reflejado en ellos.
—¿Estás mejor? —preguntó susurrando.
Olivia asintió.
—Estaba teniendo una pesadilla.
Alma suspiró y caminó hasta su asiento.
—¿Las tienes muy a menudo?
Olivia asintió.
—Casi todas las noches —dijeron ambas a la vez confesando en voz alta su calvario.
Ambas habían vivido su propio infiero y, aunque habían salido con vida de él, no habían vuelto a
ser las mismas personas del principio. Habían cambiado por el camino y todo se había vuelto
diferente desde entonces.
Olivia no era capaz de mirarla a los ojos sin sentir vergüenza. Aquella pobre mujer había estado
vendiendo su cuerpo creyendo que así su marido estaba a salvo. No solo no lo estaba y estaba
siendo explotado como combatiente sino que se había enamorado de una de sus compañeras de
fatiga.
No se imaginaba el duro golpe que habría supuesto para ella saber la verdad después de tanto
tiempo.
—Alma, nunca pude decirte nada. Lo siento, mucho, muchísimo —confesó y era cierto.
Ambas habían perdido al hombre de su vida y tenían diferentes tipo de duelos, pero el dolor
seguía latente y podía verlo reflejado en su rostro.
La humana hizo una respiración profunda tratando de contener las lágrimas y se sentó en la silla
que estaba más cercana a Leah, la misma que antes de dormirse había ocupado Doc. Seguramente
había tenido que irse por algún motivo importante.
—No te preocupes, tú ya viviste un infierno, si mi marido te dio consuelo me alegro por ambos. No
me imagino lo que os pudo costar sobrevivir a ello.
Su alma era tan pura que Olivia no pudo evitar levantarse con los ojos anegados de lágrimas.
Sorbió por la nariz y trató de contener todos los sentimientos que se agolparon en su cuerpo tan
dolorosos que amenazaron con consumirla.
—No puedes perdonarme. Ódiame, me lo merezco más que nadie.
Alma la miró de soslayo.
—Lo hice durante un tiempo y al final llegué a la conclusión de que no servía absolutamente de
nada.
La sorpresa la golpeó duramente.
—No comprendo lo que dices —susurró tratando de buscar una explicación factible.
La humana se tomó su tiempo, como si cada palabra fuese una puñalada en su corazón. Se midió
totalmente, desde el tono de voz hasta los movimientos de sus manos y su lenguaje corporal.
—Después de lo vivido no eras mi persona favorita, pero me puse en vuestro lugar y si eso os
hizo sobrevivir me alegro por ello. A pesar del horror que vivió fue feliz los últimos instantes de su
vida, yo lo hubiera dado todo por un rayo de esperanza en el tiempo que estuve allí cautiva.
El alma de Olivia cayó al suelo partiéndose en mil pedazos. ¿Cómo podía haber sido tan mala
persona? Aquella pobre mujer se había mantenido con vida con la promesa de ser libre y volver a
los brazos de Cody algún día. Y para cuando él fue liberado estaba amando a otra.
—No puedes perdonarme, no te lo permito.
Ella la miró con paz en sus ojos, como si viera a través de ella.
—Ya lo hice y no me arrepiento.
El mundo era cruel y déspota. El reencuentro con Alma no había sido como había imaginado justo
en el momento en el que volvió a verla y no tenía claro si eso era bueno o no.
Respiró suavemente tratando de contenerse y volvió a tomar asiento. Miró a Leah y los ojos se
inundaron de lágrimas pidiendo salir. Puede que Alma le hubiera perdonado ese pecado, pero el
que había cometido con su hermana era imperdonable.
—Ella va a odiarme, no tanto como lo hago yo misma ahora, pero lo hará —dijo acariciando las
piernas de su hermana.
Alma asintió.
—Lo hará como yo lo hice al principio, pero acabará perdonando.
—No quiero que lo haga. Yo he provocado todo esto.
El odio que se tenía a sí misma era tan fuerte que no comprendía como nadie podía verlo como
ella.—
Tenías tus motivos. Nadie en tu situación hubiera elegido que los pequeños lobos murieran, yo
no al menos —confesó Alma.
Olivia volvió a mirar a Leah. ¿Pensaría ella lo mismo?
***
—¿Ese es tu plan? —preguntó Nick sorprendido.
Lachlan no torció el gesto, estaba convencido de lo que decía y no pensaba retroceder.
—¿Propones uno mejor?
Aimee, Nick, Lachlan y Chase estaban reunidos en el despacho de Dominick, el que estaba
destinado a ser del líder de la manada.
—La verdad es que no. Llámame quisquilloso, pero buscar a Seth y meterse en su base para
buscar a Dominick me parece un plan un poco suicida.
—¿Y propones esperar en lo que Seth consigue de alguna forma acabar con Dominick? O peor,
que consiga que forme parte de sus filas.
Esa era otra opción terrible que no deseaban contemplar. Los últimos instantes de Dominick
había sido atravesado por una espada, con una herida casi mortal en su estómago.
—Si llevo a alguno de los Devoradores de esta base o de cualquier otra los asesinará sin piedad
—explicó Nick.
—No es que él no planee acabar con la gran mayoría de vosotros —sentenció Aimee, la cual
estaba apoyada con el trasero en la mesa y los brazos cruzados.
Había permanecido en silencio y pensativa hasta entonces. Para todos era una encrucijada y,
sorprendentemente, había desarrollado cierto cariño hacia los Devoradores que la había llevado a
protegerlos cuando más lo habían necesitado.
—Necesitamos un plan, no podemos entrar allí como locos y acabar todos muertos.
En eso todos estuvieron de acuerdo con el nuevo líder de los Devoradores. No podían lanzarse a
la muerte sin más, sin un plan de escape. No podían comportarse como si les hubieran cortado la
cabeza.
—Contad con los lobos. Nos ha tocado lo suficiente los cojones como para querer su cabeza en
bandeja de plata —sentenció Lachlan.
Y era así, el mundo se enfrentaba a una guerra fatídica y todos debían estar en el mismo bando si
deseaban tener una oportunidad.
El teléfono de Chase sonó y tomó la llamada. Tras dos leves palabras cruzadas colgó y miró a
todos los pares de ojos que habían puesto su atención en él.
—Es Leah, ha despertado de mal humor. Creo que deberías ir para llevarte a Olivia, ya tendrán
su momento más adelante.
Lachlan no esperó más para salir corriendo hacia el hospital y Nick también lo hizo. No querían
que la posible ira de la humana despertara el odio de los suyos contra una raza que no había tenido
culpa alguna en el juego que Seth se traía entre manos.
Chase y Aimee quedaron mirándose atentamente. Ella señaló la puerta y al no obtener respuesta
preguntó:
—¿No te vas?
—No, creo que son suficientes como para detenerla.
—He visto que estás muy unido a ella, tal vez te necesite.
Chase asintió.
—Nos tiene a todos y no le estoy negando nada, pero ahora mismo tiene muchas cosas encima
para agobiarla. Cuando se calme un poco hablaré con ella. No me imagino el dolor que debe estar
sintiendo en estos momentos.
Aimee miró al cielo.
—Debe ser terrible perder a quien amas de esa forma tan traumática.
—¿Hay alguien esperándote? Deben estar desesperados buscándote.
Ella sonrió amargamente y negó con la cabeza.
—No hay nadie, estoy sola.
—Lo siento.
Aimee únicamente se encogió de hombros como si eso no importase.
—No es culpa tuya. Te estoy muy agradecida.
Chase se sorprendió con sus palabras y ella decidió explicar el porqué de ellas.
—No eras un capullo hablando solo, me hiciste mucha compañía el tiempo que estuve dormida.
Él no contestó con palabras, lo hizo con un suspiro de alivio. Al parecer era cierto que podía
escucharlos cuando la hablaban. Eso le hizo sentir mejor y menos estúpido. Ya no era un loco
hablando con una mujer en coma.
—Dane me ha dicho lo del paro cardíaco.
—Parece ser que morí para revivir nuevamente. Qué suerte tuve —dijo con una sonrisa amarga.
¿Qué secretos escondía aquella mujer?
El teléfono sonó nuevamente y él decidió ignorarlo.
—Cógelo, no tengo pensado desaparecer.
Le hizo caso y tuvo que dejar esa conversación que deseaba tener.