—¿Has mirado bien? —le preguntó Lachlan a Dane.
El doctor asintió y corroboró su dictamen para cerciorarse de que estaba en lo cierto. Amplió la
imagen para que pudiera verlo y creérselo.
—No hay error, yo veo dos fetos.
Olivia no podía hablar.
Quedarse embarazada a la primera de intentarlo había sido mucha suerte, pero que vinieran dos
era una broma del destino.
Leah contuvo el aliento unos segundos antes de reír como una loca. Abrazó a los futuros padres y
se acercó a mirar la pantalla de la ecografía donde podían verse sus futuros sobrinos.
—Oiga, enfermera. No es usted muy imparcial, ¿eh? —le reprochó un Lachlan blanco como la
pared.
Pero a la humana poco le importó lo que el lobo tuviese que decir. Fue saltando por la consulta
como si aquello fuera una fiesta.
Olivia no podía escuchar a nadie, de hecho no estaba siendo consciente de que hubiera alguien
más en esa habitación que ella y sus pequeños.
Se había quedado mirando la pantalla sin poder apenas respirar. Allí había dos manchas que
eran sus hijos, los dos en su barriga. Eran la vida que habían creado Lachlan y ella, su regalo
después de tanto sufrimiento.
Se pasó las manos sobre la barriga y no le importó mancharse las manos con el gel que usaban
para las ecografías.
Sonrió satisfecha.
Ella había crecido en un orfanato junto a Leah. No eran hermanas de sangre, pero eso no había
importado jamás. Lo eran en el corazón que es donde verdaderamente importaba.
Esos pequeños no iban a tener esa vida jamás. Iba a encargarse de que tuvieran una gran vida.
Una en la que se sintieran queridos, donde sus padres y sus muchos tíos iban a protegerlos con
garras y dientes.
Les iba a entregar el mundo en bandeja de plata para que pudieran hacer con él lo que quisieran.
—Mis bebés… —susurró acariciándose sin parar la barriga.
No era lo que había esperado, puesto que con un hijo hubieran estado contentos, pero dos era el
doble de alegría. Iban a necesitar ayuda para hacerlo, pero sabía que no estaban solos.
Tenían toda una manada dispuesta a ayudarles y a una base plagada de Devoradores. ¿Qué
podía salir mal?
Dane limpió su barriga y le susurró.
—Enhorabuena, Olivia.
—Gracias.
El doctor estaba contento por ellos y lo agradeció. La familia iba a aumentar en unos meses,
tenían mucho que preparar antes de que llegasen los pequeños.
Se acomodó la ropa y se tocó, nuevamente, la barriga. Ahí había dos pequeñas semillas que se
iban a transformar en dos grandes lobos. Suyos. Bueno, de Lachlan también porque había
participado plenamente en su creación.
Lo miró, el pobre estaba hablando con Leah o, más bien, repetía las palabras que su cuñada le
decía.
—Pañales, chupetes, ropita y mucha por si cambian a lobo. Cochecito, baberitos, mantas…
Estaba claro: su tía estaba emocionada y enamorada sin conocerlos de sus dos sobrinos o
sobrinas.
—Hay que pensar el nombre —dijo yendo a por una libreta para tomar nota de todo lo que hacía
falta.
—Leah, quizás sea un poco pronto. ¿Podrías dejar que los padres tengan tiempo para poder
asimilar la que se les viene encima?
Pero su hermana había desconectado del mundo y saltaba por la consulta como si le acabara de
tocar la lotería.
Lachlan, el pobre había dejado de pensar.
Se había sentado en la camilla de al lado y estaba probando de tomarse la tensión él solo. Dane
corrió a quitarle la máquina de las manos.
—Necesitas descanso, nada más —le prescribió.
El Alfa negó con la cabeza.
—¿Dormir? Los próximos seis meses porque cuando nazcan los pequeños no voy a ser capaz de
hacerlo.
Lachlan salió de la consulta olvidándose a su esposa. Olivia le dio un beso en la mejilla a su
hermana y otro a Dane antes de salir en su busca. Por suerte no lo encontró demasiado lejos,
estaba sentado en medio del pasillo mirando el techo.
—Cariño, sé que es mucha impresión que vengan dos hijos de golpe, pero estás empezando a
asustarme.
El lobo susurraba palabras inconexas que no fue capaz de comprender. Hablaba consigo mismo
y su mente estaba lejos de la base donde se encontraba.
Olivia caminó hasta quedar a su lado y se sentó. La espalda tocó la pared y cerró los ojos. Los
miedos afligieron el corazón. ¿Y si Lachlan no estaba preparado? ¿Y si se arrepentía de haberse
casado con ella?
—Lo siento… —susurró.
Su marido seguía muy lejos así que ella le tomó su mano y la apretó entre las suyas.
—Sabíamos que era un riesgo grande y más cuando Seth sigue con vida, pero sé que somos
capaces de protegerlos. Podemos darles una buena vida. Tus hermanas estoy segura de que
pueden ayudarnos y que esto no sea tan difícil.
Lachlan reaccionó entonces girando la cabeza y centrando su mirada en ella. Sorprendentemente
sus ojos estaban anegados de lágrimas y no era capaz de contener lo que ella deseó que fuera
emoción y no pena.
—Por favor, dime que es alegría y no pena. Porque si ahora quieres divorciarte de mí voy a
morirme.
Lachlan asintió.
Logró incorporarse hasta arrodillarse ante ella. Sus manos temblorosas buscaron su barriga y la
acarició con sumo cariño. El gesto estaba lleno de dulzura, como si pensase que pudiera romperse
con el roce de sus dedos.
—Vas a tener que empezar a hablar o voy a pedirle a Dane que te haga un chequeo completo.
—¿Cómo has podido?
A Olivia se le detuvo el corazón. Su mente pensó mil posibilidades para que su marido pudiera
pronunciar una pregunta así. Y no lo hizo una sola vez, la repitió tantas veces que casi sintió los
puñales clavándose en pecho.
—Sé que no es lo que esperábamos, pero jamás pensé que pudieras reaccionar así —dijo al
borde de las lágrimas.
Se sintió en el borde del precipicio, como quien se asoma a mirar y después siente miedo de la
caída. Así se sentía, temiendo volver a los días oscuros en los que había estado sola.
—¿Cómo has podido hacerme el hombre más feliz del mundo? —preguntó Lachlan reformulando
la pregunta.
Olivia no daba crédito. Se encogió de hombros incapaz de saber qué era lo que debía contestar y
el lobo enloqueció. Comenzó a reír como si le hubieran explicado el mejor chiste del mundo.
—Creo que sí que voy a pedirle a Dane ese chequeo.
Lachlan negó con la cabeza tratando de contenerse. Le resultó difícil y lo pudo ver por cómo le
temblaban las manos mientras se tapaba la boca.
—Creía que cuando viéramos a nuestro hijo iba a ver una pequeña mota con la que poder soltar
algún chiste e irnos a casa contentos.
Su voz era temblorosa, aunque logró contenerse.
—Pero cuando he visto dos manchas he sabido que el mundo me estaba devolviendo el chiste y
creo que aún no me he reído lo suficiente.
Mostró sus perlados dientes y volvió a tomarla de la barriga. Ahí fue cuando la miró como si
pudiera ver a través de la piel de Olivia y pronunció:
—Voy a ser el padre más cansado y el más feliz del mundo.
Se abrazó a su cuerpo de tal forma que su oreja derecha cayó sobre los pequeños como si
tratase de escuchar sus diminutos corazones.
Ahora tenía una familia a la que cuidar y no había nada más peligroso que un lobo cuidando de
los suyos.
Alzó la mirada hasta chocar con los ojos de Olivia.
—Gracias —susurró.
Al fin Olivia pudo llorar de felicidad.
***
—¡¿EPISIOTOMÍA?! —bramó Lachlan al borde del desmayo.
—Tranquilo, es un pequeño corte que ayudará a que las niñas puedan salir mejor. Se hace para
evitar que la madre se desgarre vaginalmente.
Lachlan sentenció que ya había escuchado suficiente. Se levantó y apagó el monitor con el que
su hermana Ellin le estaba tratando de enseñar.
—Nadie va a cortarle el coño a mi mujer o lo voy a matar.
Olivia no se molestó en decir nada. Llevaba todo el embarazo loco de nervios por el tema del
alumbramiento y mucho se temía que el pobre doctor que la atendiera aquel día iba a tener que
tener muchísima paciencia.
—Pues si te hablo de la cesárea puede que colapses aquí mismo —comentó Ellin rodando los
ojos.
Sí, eran cosas que no deseaba ver hasta que llegase el momento y faltaban cuatro meses para el
gran día, quizás un poco menos por ser dos.
Su sobrina Iris se acercó a ella y colocó su oído en la barriga. La suerte de ser lobos era su gran
oído, ya podían sentir el latido de las pequeñas si se acercaban lo suficiente. Una pareció notar a su
prima, ya que se movió lo suficiente como para dejar la marca de su pie en su barriga.
Era tan pequeñito que ambas sonrieron.
—Dice mamá que una vez fui así.
Olivia asintió.
—Yo no te conocí, pero me lo creo.
Lachlan se fue de allí gritando que ningún bárbaro iba a hacerle daño a su mujer o iba a
comérselo.
—¿Quieres que te dé el mejor de los consejos? —preguntó una Ellin sonriendo divertida ante las
reacciones de su hermano.
Asintió.
—Aquel día pide la epidural y un calmante para el padre. Fue lo que hice con Howard en el último
y estuvo tan suave que repetiría la experiencia.
El susodicho palideció, estaba claro que la idea de ser padre nuevamente no le entusiasmaba
demasiado. Provocó la risa de casi todos los presentes. El Alfa estaba demasiado ocupado en sufrir
que en escuchar lo que sucedía a su alrededor.
—¿Ya habéis pensado nombres? —preguntó Aurah.
Lachlan pareció resurgir de su locura y contestó:
—Sí, Margarita y Pasiflora.
Su hermana se quedó perpleja incapaz de decir algo bonito.
—Es muy… original.
Olivia agradeció la educación de Ellin, pero no pudo contenerse más y arrancó a reír.
—Es broma. Hemos pensado en Riley y Hollie.
Lachlan hizo un pequeño mohín.
—Con lo bonitos que eran los nombres de plantas.
—Son unos nombres preciosos —comentó Aurah.
Lo eran y sus pequeñas iban a ser los ojitos derecho de mamá, de papá y de muchos de los de la
manada. Aunque, para ser justos, también iban a serlo de algunos pertenecientes de la base de
Devoradores.
—Vuestras tías van a volverme loco —comentó Lachlan hablándole a la barriga.
Sí y tenía donde escoger.
Su mundo iba a cambiar, pero era para mejor. La locura era el sello de la casa y sabía bien que
su padre iba a cuidarlas mejor que nadie en el mundo.
—Ya verás cuando los lobos empiecen a preguntar por ellas.
—¡Eso sí que no! Nadie se acercará a mis pequeñas.
Lachlan se cruzó de brazos a modo de negativa. Estaba claro que no pensaba permitir que nadie
respirara encima de sus pequeñas y pobre de los que fueran a ser sus parejas. A pesar de eso les
deseó que tuvieran la misma suerte que habían tenido sus padres y lograran encontrar a sus
compañeros de vida.
—Tendrás que dejar que vayan a divertirse, conozcan a gente, el sexo… Todo —rio Ellin.
—¿Sexo? ¿Qué es eso? He estado leyendo un libro muy bueno que dice que la virginidad alarga
la vida. Con esos valores las voy a criar.
Olivia entornó los ojos. Sabía que no lo decía de verdad, pero iba a ser difícil para quien tratase
de enamorar a las pequeñas.
No solo era su padre, era el Alfa de la manada. ¿Quién tendría valor de enfrentarse a él?