Ivana desde luego que se alejó inmediatamente apenas comenzó a terminar de ver aquella visión tan macabra.
—Sálvame, por favor. Te lo imploro— repetía en una voz de perdición mientras se marchaba con la demás gente. Pero no pudo evitar tener miedo por la siguiente habitación, es decir, eran animales, y quería pensar que ya todo había acabado. Que diría lo ya mencionado y seguiría con su vida de manera normal. Avanzó, con los ojos cerrados y tocando las paredes tratando de recordar la estructura del lugar para poder llegar al otro lado, y quedar con el otro vagón, y de pecho se encontró con la señorita Baker.
—Hola, señorita Baker, ¿qué tal? — dijo con nervios y queriéndole evitar a toda costa.
—Hola, estoy muy estresada, ¿te importaría ayudarme con mi bebé? — contestó extendiéndole al bebé a sus brazos.
Ivana tomó al bebé en brazos y se dio cuenta de que en realidad era el cadáver en descomposición de un bebé, contaba con un color blanco como la nieve y una mirada de horror, de miedo. Y vino esa mirada y visión que estaba teniendo con todo lo de su alrededor: en 1956, una madre en una crisis económica y marital, le invadió la perdición humana y mató a su bebé cuando esté hacía un llanto inconsolable. pensó que debía irse con su madre, así que fue a la estación y quiso tomar el siguiente tren, lo que ella no sabía, era que el siguiente tren a su destino era el 8/4. Escuchó el sonido del vapor saliendo por la chimenea, aquella combinación de sonidos viniendo del tren 8/4, la obligó a saltar y quitarse la vida siendo devorada por el tren.
E Ivana, tiró al bebé al suelo del susto, éste que, se encontraba en putrefacción, comenzó a llorar muy fuerte. Yo, esperando por llegar a casa y acabar con todo aquello que había vivido ese día. Mas sin embargo, no acababan las visiones, vio a la esposa del chofer del tren, mas sin embargo no al chofer; su amada, vestía con un gran vestido lleno de plumas extravagantes, pues contaba con parte de la empresa de trenes que tenía más dinero en ese momento. Esta mujer extravagante contaba con una enorme bufanda de tela enrollada al cuello que medía demasiado, era estrafalaria. Y, esta misma, salió por la ventana y comenzó a ser papaloteada por el viento mientras ella jugaba y servía un trago de champaña para cada uno, 《Porque seremos millonarios》, dijo en forma de brindis levantando la copa, pero antes de si quiera poder beber una sola gota de champaña, fue jalada por su bufanda que se había enrollado en una de las ruedas del tren, ésta le ahorcó más fuerte por cada que daba vuelta sin poder escapar de tal amarre, terminó rota la bufanda, pero ella ya había muerto, era demasiado tarde para la joven futura esposa. Pero las malas vibras no terminaban allí.
Aunque había dentro del tren una atmósfera que sólo ella que había “vivido” podía explicar, no resultaba ni de cerca menos difícil, era como dentro de todo el tren corriera una vibra inquietante. Sin querer ver mucho más, trató de evitar aquellas visiones y presuntos espíritus que le parecía haber visto caminar a su lado, sólo para dirigirse a donde se había sentado antes. —Supongo que ya lo sabes— dijo la señora Jobs.
—Sí. Creo que sí.
—Cuando escuches la ventana ser golpeada, o veas a una persona; te recomiendo alejarte, detrás de las ventanas suelen estar todos aquellas frías almas que no puedes descansar por la impertinente infelicidad que los rodea.
—¿cómo es eso? — le preguntó encogida de hombros y con los vellos del brazo puestos de punta.
—Ellos se acercan a ti y piden ayuda, siempre están detrás de algo físico que no pueden atravesar, aunque usualmente están detrás de las ventanas; te piden ayuda, y te tocan, pero cada parte de su roce está lleno de muerte y de perdición. ¡No dejes que te toquen! O te verás condenada al mismo abismo por haberte comido la felicidad que albergaba dentro de tu cuerpo.
Ivana no pudo hacer más que guardar silencio y esperar que aquella mujer de detrás de los robles no haya sido más que otra ente de dentro del tren, aunque resultaba curioso que si al morir, no eras feliz, tu alma vagaba buscando la felicidad de los demás en viejos lugares que de benignos no tenían nada. —Señora Jobs, ¿cómo murió usted?
La señora Jobs soltó una leve carcajada acompañada de un suspiro final que la dejó sonriendo —en su entonces no estaba segura de haber muerto, es decir, no pude deducirlo en su momento. Cuando mi esposo y yo fuimos a la central de trenes, yo le juraba a él que venía un tren llamado El Amadeus M, que incluso podría oír un campaneo del chofer y el silbido de la chimenea echando el vapor al aire. Pero él después de haberme jaloneado para que nos fuéramos a casa y yo haberle insultado, decidió dejarme en la estación sola.
No me preocupaba, puesto que escuchaba al tren llegar, pero cuando me subí, me di cuenta de que el tren no paraba, no llegaba a ningún lugar, y me di cuenta de que había sido demasiado tarde para mí.
—De verdad lo lamento, señora Jobs— dijo levantándose del asiento y queriendo dirigirse a la gabina del conductor, estaba dispuesta a levantarse en contra de lo que sea que estaba sucediendo. Allí fue cuando se preguntó si a esto era a lo que se referían los padres con “protegerle del mundo real”.
Ella marcó pasos para dirigirse a la cabina del conductor, pero le detuvieron los niños de overol y camisa a rayas. —No te lo recomendamos— dijeron ambos al mismo tiempo, mirándole fijamente a los ojos. —¿Quiénes sois vosotros? — respondió.
—No tenemos nombre. Tampoco edad, por si pensabas preguntarlo. Hemos crecido aquí, y nadie nos ha puesto nombre alguno.
—¿Cómo llegaron aquí? — les dijo agachándose a su altura
—Él nos tragó— respondieron simultáneamente.