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Siendo domingo no pretendía hacer mucho, quería tomarme un tiempo para mí, y aunque me hubiera encantado tener a mis amigas conmigo, seguramente no podrían. Además ya habían hecho mucho con desocupar un tiempo para el día de amigos que tuvimos ayer. Tenía la certeza de que si en caso le pidiera a Christian llegar y salir a divertirnos, probablemente aceptaría, pero descarté la opción cuando las palabras de mi madre resonaron en mi cabeza.
No quería creer las locas ideas que ella se estaba creando, tampoco quería pensar que Christian podía tener sentimientos hacía mí. Sin embargo, la única forma de despejar la insistencia de mi mamá y el temor de que nuestra amistad se fuera caída abajo, era preguntarle a él. Pero claro, yo no haría eso.
Decidí que saldría un rato y despejaría mi mente, tal vez podría recordar algún texto en específico que pueda ser el inicio de esta aventura a la que mis amigos y mi mamá, me estaban lanzando.
Eran las tres de las tarde aproximadamente, no era de estar en lugares concurridos y demasiado públicos, principalmente porque podía ser objeto de algún atentado, pero me dirigí al parque central, ese que alguna vez me había parecido uno de los lugares más grandes que podían existir —eso pensaba a mis ¿cinco años? Sí, seguro que sí—. Tomé asiento en una de las bancas que tenían vista a la fuente, quería dedicarme a pensar, recordar, sentir, todo esto en forma positiva, pero realmente era difícil estando al pendiente de que algún sujeto se acercara para asaltarme.
Traté de relajarme y dejarme llevar por la tranquilidad que, quién sabe de dónde salió, pero la tenía «A pesar de estar donde estaba», sin embargo, sólo me dediqué a observar lo que a mi alrededor había y que la brisa rozara mi rostro.
El cielo comenzó a nublarse, «De seguro lloverá», me puse de pie y caminé en la dirección en la que había dejado mi auto, no había logrado mi objetivo y hasta cierto punto me molestó, creía que había perdido una buena parte de mi tiempo en algo que no me tuvo nada de provecho. En el fondo sabía que algo bueno salía de aquello, ¿por qué? Bueno… me relajé, me dejé llevar por lo que acontecía a mi alrededor y no en lo que mi mente atormentada me gritaba.
Abordé mi auto y me dirigí a casa, «Si llueve no tiene caso que siga fuera». El trayecto fue más tardío de lo normal, el tráfico estaba peor de lo que podía estar en otras ocasiones «O quizás es porque nunca salgo un domingo por la tarde».
Las primeras gotas de agua se dejaron venir, cayendo una a una, sobre el parabrisas. Las personas que caminaban, corrían en busca de refugio, mientras los el caos en los conductores se hacía notar con el congestionamiento que se estaba creando.
No quería perder esa paz que había obtenido, pero era imposible con los conductores que, sólo estaban ocasionando problemas en la vía, «Paciencia». Diez minutos, veinte, treinta y cinco, y luego perdí la cuenta, los autos habían avanzado al menos, unos cuatro metros, la lluvia se había intensificado y todo se veía tan gris y oscuro, «Yo tratando de ver todo feliz y tranquilo, pero el mundo me lo quiere pintar gris».
Estaba aburrida, así que opté por llamar a mis amigos y hablar con alguno, estando en altavoz. Y para variar, ni Fran, ni Malenca, atendieron el móvil, Christian lo hizo al tercer tono.
—¡Hey! ¿Qué tal, cabezota? —dijo, haciendo referencia a lo que mis amigas habían dicho la noche anterior.
—Qué gracioso —contesté, tratando de sonar molesta.
—¿Y ese humor? ¿Es porque llueve? —cuestionó con tono de broma.
—A veces sueles ser un poco molesto, ¿sabes?
—Así te agrado —sus palabras me llevaron a lo que mamá decía.
—Supongo.
—¿Supones? O sea que, ¿has estado fingiendo una amistad conmigo?
—Podría ser, nada es seguro en esta vida.
—¿Cómo de que no? Hay muchas cosas que sí.
—El dinero en los bancos, no siempre está seguro.
—Ahora entiendo porqué el “cabezota”.
—¡Oye! —chillé.
—Realmente mereces ese sobrenombre —señaló.
—Qué molesto, creo que me equivoqué de número —le dije, tratando de sonar a despedida.
—Bien, fue un gusto molestarte por algunos segundos —al parecer le daba igual si acababa la llamada, «Ves, no puedes interesarle», decía mi subconsciente.
—¿En serio? —no quería dejar de hablar.
—Te estás quejando, no puedo hacer mucho —el desinterés en su voz, se hizo presente en la conversación.
—Perdón por molestarte —dije.
—Tú eres la que no aguanta nada —se defiende.
—Sólo quería conversar —murmuré.
—Suéltalo.
—Ya no.
—Bien, no me digas, ¿eso es todo?
—¿No quieres hablar conmigo?
—Quién te entiende, cabezota —nadie, de seguro nadie lo hace.
—Es que no sé qué hacer.
—¿Distraerte? ¿Pretendes que yo merme tu aburrimiento? Estás equivocada.
—¡Ay! Perdón por molestarte con mi amistad.
—Es que eres muy confusa.
—Estoy atrapada en el tráfico —solté, antes de seguir con la absurda conversación.
Fueron dos horas de tráfico y de camino a casa, donde Christian y yo mantuvimos una linda conversación, de amigos. «Sí, de amigos».
Al llegar a casa, me duché y me fundí en el sofá, pedí comida a domicilio y sólo esperaría. Le di play a una película que hacía semanas que había dejado pausada, pero el timbre de mi móvil me hizo distraerme y terminé navegando en la app, anuncios de ropa, maquillaje, joyas, libros, comida y varias cosas más, y de repente en mí entró un poco de aquello llamado: Curiosidad, así como un toque de travesura.