El amor de al lado

Psicología del desamor

El mensaje decía: “Necesito un hombro para llorar. Resulta que Isaías solo quería usarme como herramienta de placer". Y varios emojis de llanto.

La rabia me quedaba pequeña para lo que sentía. Quería destruir la cama y las paredes a golpes, teniendo la imagen de Isaías en mente.

Llegué a una esquina de la habitación y me senté. Veía mis manos sangrar sin dolor alguno. De repente escucho que tocan la puerta y una voz que decía:

— Brandy, ya es tarde, hay que ir a clases, ¿Estás bien? Escuché unos gritos.

La puerta no le puse el seguro anoche, por tanto, estaba solamente junta. Entonces David decidió entrar, me vio en la esquina sangrando y muy enojado. Se me acercó con un pañuelo que tenía comenzó a limpiarme la sangre. Él era uno de esos buenos amigos que tenía en este instituto.

No se alarmó porque ya suponía mi rabieta y solo añadió:

— Diré en la enfermería que te caíste sobre cristales rotos. Llevaré la escusa al curso para que no tengas que ir a clases. Tu mente necesita reposo. Las clases solo te volverán más loco.

Lo miré y dos lágrimas se me fueron inevitables pararlas. Me tomó de un brazo y me llevó a la enfermería. Allí explicó la excusa y me pusieron vendas en toda la mano. Me mandaron a la habitación y de camino me encontré a la psicóloga, quien me dijo:

— Esa cara no es un dolor físico, ni siquiera mental. Ese dolor viene del corazón. La pared no es el mejor amortiguador de dolores.

Diciendo esto me abrazó. Luego añadió:

— Si necesitas hablar estaré en mi oficina. Y si quieres podemos dar una vuelta por los alrededores a respirar aire fresco.

La verdad era que estaba hecho un desastre. Mis emociones estaban cruzadas. No entendía nada de lo que me pasaba. No sabía si era odio o si era enojo o si era dolor o qué era lo que sentía.

Me dirigí a mi habitación. Me tiré de inmediato en la cama. Dormí unos veinte minutos, luego me levanté y tenía en mente salir a tomar un poco de aire fresco, ver la naturaleza para pensar mejor.

Por suerte el tamaño del instituto nos permitía algunas áreas naturales para contemplar.

Me senté en un banco debajo de un árbol. Allí pensaba algunas ideas locas que me llegaban a la mente. La más lógica de todas era ir este fin de semana a visitar a Flor. Los fines de semana había actividades internas, pero no todos los fines de semanas, así que este no creo que haya alguna actividad.

 

En lo que pensaba, sentí cómo alguien se sentó al lado de mí. No sentía su mirada ni yo salí a buscarla, entonces con su mirada distraída me dijo:

— La desesperación nos lleva por caminos a oscuras, cuando estamos ahí hacemos cosas que no sabemos que la hacemos hasta que ya es muy tarde.

Alcé la mirada. Era Miranda la psicóloga quien me hablaba. Me miró con una sonrisa hermosa y continuó su discurso con una pregunta:

— ¿Sabes cuál es la diferencia entre el hombre y la mujer?

— Su sexo y todo lo que implica.

Contesté con voz ronca.

— Obviamente, aparte de eso.

Moviendo mi cabeza con miras al suelo le di a entender que no sabía. Ella con amabilidad dijo:

— El tabú que existe entre el hombre y la mujer sobre la sensibilidad, sobre el sentimiento y el padecimiento son errados. El hombre no se distingue de la mujer en esos aspectos. Los hombres tienen derecho a llorar si es necesario y más si hay una mujer por medio. Así como la mujer es sensible ante el romanticismo y todo lo que esto contrae, de igual modo le sucede al hombre. Son dos seres humanos, solo que uno se ha creado una ideología superior que ha interpelado las generaciones. Sin embargo, ya está llegando a su fin.

Decía cada oración con pausas y de forma que me hacía arder el corazón. Dos lágrimas se me fueron inevitables detener de mis ojos. Sollozo le pregunté a Miranda:

— ¿Cuál es la receta de la cobardía?

Se acercó a mis oídos y me susurró:

— Ser más atrevido.

Me dio un abrazo y se fue. Nunca había visto a una psicóloga como ella, tan profunda. Sus últimas palabras se me habían clavado en la mente y quiero llevarlas al corazón. Espero poder lograrlo.

Aguanté hasta el fin de semana. Llegué al local donde trabajaba Flor. Ella al verme se lanzó a mis brazos. La abracé lo más fuerte posible. Sus llantos fueron inevitables.

— Déjalo salir todo...

Le dije tratando de no llorar. Duramos aproximadamente tres minutos así. Después se sentó en una silla que estaba cerca. La miré a los ojos y le pedí:

— Perdóname, debí de decirte que no era para ti.

Ella secando sus lágrimas de sus lindas mejillas me contestó:

— No es tu culpa. Fue mía por ser tan ingenua. Desde ahora será difícil que vuelva a creer en el amor.

— No digas eso. Porque el amor puede estar más cerca de ti de lo que crees.

Cerró sus ojos y recostó su cabeza en mi abdomen mientras me abrazaba. Luego resaltó:

— Quisiera que estés cerca de mí todo el tiempo. Contigo me siento que soy yo misma. Mi cuerpo apaga todos los interruptores de defensa y libera hormonas de confianza.

Mi mente recitaba las mismas palabras, solo que cuando estoy con ella no puedo ser yo mismo... tengo que ser su amigo.

Quisiera explorar y hacer lo que dijo Miranda. Pero sigo siendo un cobarde.

Nos quedamos un tiempo hablado de cosas que habíamos olvidado hablar cuando nos vimos la última vez. Entonces surgió el tema de por qué tengo las manos vendadas:

— ¿Qué te sucedió en las manos?

— Solo me corté con unos cristales rotos.

— Pero ¿nada grave?

— No, descuida.

Me despedí y llegué hasta mi casa. Rezaba para no encontrarme con Isaías ya que, si lo veía, mis puños iban a sangrar de nuevo.

En su lugar me encontré con Estrella. Estaba al frente de la casa de mi tía hablando con Yuli. Al sentir mi presencia, ambas me miraron. A Estrella se le hizo imposible no preguntar:




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.