El amor en los tiempos del internet

Capítulo 1: La maga

Esta es una historia de amor, de mi primer amor. También es una historia de pérdida y de dolor y de mis intentos —y los suyos— de sostener una relación a distancia. Es una historia de todo, menos de olvido.

¿Por qué la estoy escribiendo? Es algo que me he cuestionado mucho, es posible que se trate de un intento de tributo a aquella juvenil y entrañable relación.

En aquel entonces, yo apenas estaba dejando de ser un niño y me estaba convirtiendo en un adolescente, tenía tanto que aprender de la vida. No puedo quejarme con lo que la vida me ha enseñado hasta ahora, ya que he conocido a una de las personas más maravillosas que podría haber conocido.

En ese entonces yo era bastante inmaduro, bueno, quizá lo sigo siendo, no es que me crea muy maduro ahora mismo como para juzgar a mi yo del pasado. “Madurar es para frutas”, solía decirme a mí mismo. Escribo esta historia en un cuaderno escolar mientras estoy sentado en mi sillón con forma de pelota de fútbol en mi departamento monoambiente. Supongo que al menos, en comparación a esa época, he crecido algo, aunque sea físicamente, mi voz es más gruesa ahora, por ejemplo y tengo algo de barba, —¡al fin! Vaya que se tomó su tiempo para aparecer.

Jamás había buscado el amor en la "vida real", no era algo que me pareciera relevante. Tampoco lo busqué en la vida virtual, simplemente fue algo que sucedió sin que ninguno de los dos se lo esperara.

Aún recuerdo nuestra primera conversación. La verdad es que todo sucedió a través de un juego de rol online que hacía un tiempo había empezado a jugar con unos amigos. Magnus, se llamaba. Lo jugaba siempre al volver de la escuela.

Magnus trataba de un mundo alternativo medieval, donde te creabas un personaje que podía ser lo que más quisieras, se podía elegir entre diferentes clases, un guerrero o un mago, un alquimista o un curandero y ¡muchas cosas más! Y a medida que jugabas y cumplías objetivos asesinando monstruos, tu personaje crecía, subía de nivel y así podías mejorar sus habilidades.

Aquella tarde, cuando volví de la escuela, ninguno de mis amigos estaba conectado, yo sabía que Bruno tenía turno con el dentista después del colegio y que Santiago muy probablemente había decidido dormir. Para él dormir era algo sagrado, aún más que los videojuegos, aún más que la comida, aún más que la amistad e incluso aún más que su novia. Yo ya lo había aceptado así y cuando no respondía a los mensajes de textos ni a las llamadas, era muy probable que estuviera durmiendo.

Me conecté de todas formas, pensaba ir por mi cuenta a asesinar unos cuantos no muertos y demonios para subir algo de nivel. Mi personaje allí se llamaba Sunspeaker y era un clérigo curandero, tenía muchas habilidades para sanar a mis compañeros y para pelear contra criaturas no muertas y malignas.

Me encontraba intentando matar un demonio de tres cabezas, cuando apareció ella, “Lutina”, una maga que, muy descortésmente, asesinó a mi víctima, llevándose ella sola toda la experiencia, convirtiendo así mis minutos de trabajo en desperdicio.

—¡Ey! ¡Ese era mío! —le escribí.

—¡Lo siento! —Leí que me respondió, oh, era agradable—. No es mi culpa que tardaras tanto en asesinarlo, noob. —No, no era agradable, ¡era cínica!

—¡Soy un curandero! –Me defendí–. No se supone que asesinemos muy rápido.

—Lo sé –me respondió ella–. Y eso era un demonio, debiste matarlo más rápido usando algún hechizo sagrado o algo así. Por cierto, ¿me curarías mi vida y me bendecirías mi varita para hacer daño sagrado yo también?

Me reí, ¡era una descarada!

—¡Primero me robás mi experiencia, y después me pedís mis servicios! –le escribí velozmente—. ¿Quién te pensás que soy?

—Espera, me estoy riendo –me respondió–, leí todo lo que dijiste con acento argentino.

—Entonces lo leíste bien, porque soy argentino.

—No he visto muchos de ustedes por estos lados. ¿Le vas a Boca o a River?

—A ninguno, que sea argentino no me condena al fútbol –me reí por el prejuicio.

—Claro que sí—me respondió—, ¿qué clase de argentino eres, entonces? Espero que al menos tengas la nariz correspondiente.

 —¿Y vos de dónde sos?

—No te voy a decir hasta que me respondas, ¿cuánto te mide la nariz? –Me envió una animación de un emoji riéndose, ¡era la pregunta más extraña que me habían hecho!

—Jamás me he medido la nariz –le respondí, mientras que en la vida real me la tocaba desde el tabique hasta la punta—. ¿De dónde sos?

Necesitaba esa información para también poder jugar con los prejuicios del país contra el que me estaba enfrentando.

—México.

Ahh bien, debía pensar un prejuicio, ¡rápido!




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