El amor en tiempos de cuarentena

Invasión histórica sobre ruedas

—¡Y ahora, ¿qué querés?!

—Que me prestes atención cuando te hablo, Bruno.

Bruno bufó. Sus pasos resonaban fuertes sobre la escalera y el almuerzo pesaba en su estómago. Ya bastante atención le había prestado. A fin de cuentas, era la misma discusión que venía repitiéndose desde marzo. Hacía un par de meses desde que el distanciamiento social obligatorio había sido impuesto, y Bruno nunca había sentido tanta paz. No entendía por qué sus padres y su hermano insistían tanto en que saliera de su casa. ¿De qué servía la cuarentena si salían tan seguido? No, absoluta y rotundamente no, ellos tendrían que seguir su ejemplo y quedarse puertas para adentro más seguido; sí, señor.

—No está bueno quedarse encerrado así—Matías, su hermano mayor, abrió la puerta de la habitación donde Bruno había ido a refugiarse después del penoso almuerzo—Menos para un chico de tu edad…

—¿Qué te hacés el grande, vos?  Ni veinte años tenés—espetó Bruno, girando para quedar con la panza en el colchón y la almohada cubriendo su cabeza, como si eso pudiera de alguna forma impedir que las voces de su familia lleguen a sus oídos. Típico de su hermano querer darle consejos como si tuviera la sabiduría o la autoridad como para hacerlo—Encima te la pasás juntándote con tus amigos. Lo único que hacés es contribuir a que el virus se expanda y que la cuarentena sea más larga. Al final es culpa tuya que me tenga que quedar encerrado.

Matías abrió la boca para contestar algo, y la cerró. Bruno sonrió triunfante, sabiendo que por mucho que intentara justificarse, su hermano no podría negarlo. Pero la sonrisa se borró completamente de su rostro cuando escuchó los pasos de su mamá acercándose a la pieza con decisión.

—A ver, no te hagas el tonto, que cabeza te sobra—suspiró ella, cruzándose de brazos al lado de su hijo mayor y haciendo una mueca frente al desorden en el cuarto de Bruno—La pandemia no es lo que te importa, así que no la uses como excusa para quedarte en casa todo el tiempo. La verdad, me preocupa un poco que no quieras ver a nadie…

—Problema mío.

—No, no es un problema sólo tuyo si después estás con un humor horrible—su padrastro se asomó por la puerta—Eso nos afecta a todos.

—¿En serio?—Bruno se llevó una mano al pecho, el sarcasmo en su voz prácticamente palpable—¿No será que estoy con un humor horrible porque me obligan a hacer cosas que no quiero?

Con eso, se dejó caer sobre su estómago en la cama, enterrando la cara en un almohadón, y los tres invasores suspiraron.

—Como decía Guido en Los Ocho Escalones, hasta acá llegamos—dijo su madre, firme—No querés juntarte con nadie, me parece perfecto, amargate si tenés ganas. Pero a nosotros no nos arrastrás con vos.

Bruno abrió los ojos.

—¿Y eso qué quiere decir?

—Quiere decir que, de ahora en más, a las cuatro y media, cinco de la tarde, salís un ratito a andar en bicicleta, no sé, veinte minutos—se encogió de hombros con las cejas levantadas, firme—Seguro que te va a ayudar un poco a despejarte y mejorar ese mal humor.

—¡¿Qué?! Ni loco.

—Ya está, fin de la discusión.

—Tampoco te va a hacer mal un poco de deporte—agregó el padrastro—estás hecho un palito.

¿Hacía falta el comentario?

—De vuelta, problema mío.

—No se discute más—dijo su madre antes de que se generara otra discusión—Vas a salir en bicicleta, o a caminar o correr, lo que prefieras, y punto final.

—¿Y si la policía me para y me pregunta qué hago afuera?

—Le decís que vas a la panadería.

Bruno sabía que era inútil discutir, a este punto. Cuando su madre sentenciaba algo, era más sencillo darle la razón que seguir discutiendo y arriesgarse a un mayor castigo. Quizás la palabra castigo no era la más correcta, porque esto era más una tarea que cualquier cosa. Una tarea asignada a él específicamente por no cumplir ciertos estándares sólo conocidos por ella. O sea que era, básicamente, un castigo.

Una vez que su familia había salido de su habitación y su puerta se había cerrado por completo, se estiró sobre el áspero acolchado gris de su cama para agarrar su celular de la mesita de luz. La palabra ‘tarea’ le había recordado que tenía un trabajo práctico de historia para ese mismo día, antes de las 23:59 exactas según el Google Classroom. Sabía que muchos de sus compañeros ya tenían toneladas de trabajos atrasados, aunque recién estaban en mayo, y Bruno no quería caer en ese mismo túnel. Aun así…

 

Yo: eu

Yo: hiciste lo de historia??

 

...Tampoco tenía muchas ganas de hacerlo. Normalmente era buen alumno, casi siempre quedaba entre los mejores promedios de su curso, y la mayoría de sus trabajos los hacía él mismo. Aún así, había veces, excepciones como hoy, cuando el peso de las discusiones nublaba su mente, que sabía que por mucho que intentara no iba a poder concentrarse lo suficiente.

 

Lara: qué raro vos pidiendo trabajos




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