Me mantengo con los ojos cerrados durante todo el trayecto. Siento que si miro algo o alguien empezaré a llorar. Antes era muy sentimental, con el tiempo fui dejando eso a un lado, dejé de llorar por cualquier cosa y si lloraba lo hacía sola en mi habitación donde nadie me podía ver o escuchar.
Siento como el auto se detiene y abro los ojos, me sorprendo cuando me doy cuenta que no estamos en el aeropuerto. ¿Dónde estamos? Miro a los demás por una explicación, pero ellos me evaden la mirada.
—¿Dónde estamos? —trato de sonar lo más calmada que me es posible en esta situación.
Ellos empiezan a quitarse los cinturones de seguridad, pero no me responden.
—Estamos en mi casa —me dice Annie—. Bienvenida.
Veo como se bajan del auto sin al menos darme una explicación de porque estamos aquí. Me bajo del auto y me acomodo la chaqueta. Ellos empiezan a caminar hasta la puerta roja de la casa de Annie, mientras ella saca una llave y abre la puerta.
—No, yo tengo que ir al aeropuerto. ¿Qué les pasa? No pueden decidir por mí como si nada.
Estoy muy molesta, no entiendo porque es tan difícil para ellos entender que lo único que quiero es irme. Que con cada minuto que sigo aquí me siento más y más asfixiada. Sólo quiero irme.
—Bien, te irás, pero no ahora. Son las doce de la noche, piensa con cabeza fría y ya mañana si aún quieres irte te prometo que te llevamos al aeropuerto.
Annie habla con mucha calma, pero de manera firme, no está dispuesta a dejarme ir tan fácilmente. Sé que es una batalla perdida tratar de enfrentarme a ellos ahora. En este momento, no tengo fuerzas para nada.
—Está bien —le digo.
Entramos en la casa y Annie enciende las luces. Es una casa muy bonita, amplia y luminosa. Decorada en tonos suaves y con diferentes pinturas en las paredes. Puedo ver que a Annie le gusta mucho el arte. Ella nos lleva hasta sala, enciende la chimenea y le pide a David que la acompañe a la cocina por algo de chocolate caliente. Yo me siento en el enorme sofá café claro frente a la chimenea. Me quito las zapatillas y mis pies tocan la fría madera del piso. Cierro los ojos y recuesto mi cabeza en el sofá.
—Aquí está el chocolate —dice Annie mientras me da una taza color rosa muy bonita.
Bebo mi chocolate en silencio mientras veo como las llamas de la chimenea se mueven de un lado a otro creando extrañas figuras.
La puerta de la casa de Annie suena y escucho como ella se levanta abrir. Escucho varios murmullos, pero no presto atención. ¿Quién puede ser a esta hora? Y en ese momento lo entiendo, me han tendido una trampa y ya es muy tarde para salir huyendo. Me han traído aquí para que hable con Ian, como fui tan estúpida y no me di cuenta antes. Debí saberlo, ¿por qué de todos los lugares vinimos aquí? Me paro del mueble y veo a Ian parado cerca del librero blanco de Annie. El observa mi reacción. Erick está detrás de él y coloca una mano en el hombro de Ian.
—Bien —digo resignada—. Habla.
Me siento física y mentalmente exhausta. Sé que se nota en mi rostro lo cansada que estoy. Es como si en unas cuantas horas me hubieran caído todos los años encima.
—Emma, tienes que creerme jamás te lastimaría a propósito.
Una risa amarga sale de mi garganta.
—En eso te equivocas.
—Emma, yo no me acosté con ella.
Escucho que alguien suelta un bufido bien bajito desde la otra habitación. Me doy cuenta que todos se han ido en silencio y nos han dejado solos a Ian y a mí en la sala. Pero estoy segura que están escuchando todo.
—Y ella se embarazó mágicamente —le digo mientras levanto las manos en señal de frustración—. Me hubieras avisado que ella es la siguiente virgen María. Recuérdame prenderle una vela la próxima vez que la vea.
Ian niega con la cabeza mientras se pasa una mano por su cabello. Él también está frustrado.
—No, no es lo que trato de decir. Yo no recuerdo acostarme con ella.
—¿Crees que soy idiota? —le pregunto— ¿En serio pretendes que te crea eso?
—Es la verdad —me grita él—, lo único que recuerdo es estar en mi habitación de hotel en Barcelona y verla a ella en la puerta, nada más. Cuando desperté en la mañana estaba desnudo en la cama y había una nota de ella en la sala.
Lo miro a los ojos, pero a parto la mirada cuando siento que es demasiado y las ganas de llorar empiezan aparecer de nuevo.
—En la nota decía que esperaba volverme a ver —termina él.
Pero yo no quiero escuchar eso, quiero que me diga que todo lo que ella dijo es mentira. Que no van a tener un hijo. Quiero que me mienta y me haga feliz, pero sé que no lo va a decir porque como hayan pasado las cosas, al final ellos van a tener un hijo.
—¿Y? —le pregunto— Ya está, ahora van a tener un hijo. Felicidades.
Él no parece entender mi punto de vista. No parece comprender que me duele toda la situación, en especial que ella vaya a darle el hijo que yo tanto soñé darle.
—Emma, yo te amo, jamás, escúchame bien, jamás te engañaría ni con ella, ni con nadie. Yo solo te amo a ti, yo sólo quiero estar contigo. Por favor, créeme.
—Te creo, quizás y ella te drogó, lo cual es terrible y deberías hacer algo al respecto, realmente no sé qué pasó y no voy a quedarme averiguarlo. Van a tener un hijo, eso es todo en lo que puedo pensar ahora, me duele y no quiero verte. No quiero seguir aquí y ver como ella te da algo que yo soñaba con darte y no puedo. ¿No ves cuanto me duele todo esto? Ian, por favor, déjame irme. Esto —nos señalo a los dos—, se terminó, ya no hay nada que puedas hacer al respecto. Se acabó, Ian, ya todo terminó.
Nos quedamos ahí de pie a varios pasos de distancia mirándonos a los ojos. No puedo evitar pensar en todos los buenos momentos que pasamos, en las risas y los llantos. En las promesas y los sueños, en las desilusiones y los deseos.
—Emma, por favor, no te vayas. No Me dejes, por favor, no te puedo perder.
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Editado: 12.07.2022