El amor existe

CAPÍTULO 5

CAPÍTULO 5

Itzel Dubois

Pasé toda la semana buscando un lugar para establecerme. Mañana tenía una cita con un agente inmobiliario que me mostraría algunas casas alejadas de la ciudad. Al llegar la noche, decidí bajar al bar del hotel para despejarme un poco. Pedí un cóctel, me aparté un poco de la gente y disfruté de mi bebida con los audífonos puestos. Al terminar, salí al área de la piscina y la recorrí por unos minutos. Me sentí un poco mareada, así que me senté en una de las tumbonas.

Poco después, alguien se acercó y se sentó a mi costado. Sentí una voz familiar, pero lejana, y al reconocerla, me asusté. Sabía que algo malo iba a pasar. Cuando intenté levantarme, no pude sentir mis piernas y lo último que escuché fue:

―Un placer volver a vernos, señorita Dubois. Espero que haya disfrutado su estadía en mi hotel, porque será la última vez en su vida que disfrute de estas comodidades. De ahora en adelante, solo enfrentará miserias. No se preocupe, su infierno recién comienza.

Después de eso, todo se volvió oscuro.

(...)

Me removí en la cama, que resultaba incómoda. No recordaba que el colchón del hotel fuera así. Poco a poco fui abriendo los ojos y al darme cuenta de que no conocía el lugar, me levanté rápidamente. Sin embargo, un fuerte dolor de cabeza me devolvió a la cama.

―¿Qué demonios? ― murmuré. No recordaba haber bebido mucho. Entonces comprendí lo que había pasado. Ese hombre quería verme sufrir. Tal vez era un psicópata. Camille siempre decía que me metería con la persona equivocada y que eso me costaría muy caro. Al parecer, mi suerte se había acabado.

Traté de calmarme y no pensar demasiado, ya que eso solo intensificaba el dolor. De repente, la puerta se abrió y entró el hombre que me había secuestrado.

―Ya despertaste ― dijo, tomando asiento frente a mí. ― Espero que recuerdes todo lo que te dije ayer.

Sacó algo de su bolsillo y me lo tiró en la cara. Era una pastilla para el dolor. La miré y esperaba que me diera un vaso de agua. Tenía un problema con los medicamentos; no podía pasarlos sin algún líquido. Una vez intenté tomar una pastilla sin agua y casi me asfixio.

―Necesito agua ― dije, sentándome en la cama.

―Olvídalo. Tómalo así. Es lo único que vas a tener de mi parte ― me miró con frialdad. La forma en que me miraba hizo que mi cuerpo se estremeciera. Cualquier persona habría acatado su orden, pero yo no. No quería morir con un mal sabor de boca y con algo que obstruyera mis vías respiratorias.

―No puedo hacerlo sin agua ― respondí, mirándolo directamente. ― Si lo intento, voy a vomitarlo todo.

―Ese es mi problema. ― De verdad, me dolía la cabeza. Sentía que en cualquier momento explotaría. Mi madre solía decir que era muy delicada físicamente. Cualquier golpe, por leve que fuera, dejaba un moretón en mi piel.

Puse la pastilla en mi boca y traté de pasarla usando mi propia saliva. Cuando sentí que lo había logrado, el aire se me cortó. Intenté expulsarla, pero no pude. Traté de toser o respirar por la boca, pero se me dificultó. Cuando ya sentí que el aire no entraba a mis pulmones, el hombre frente a mí me ayudó a expulsarla. Poco a poco el aire volvió a entrar y pude respirar de nuevo.

―¿Quién demonios se atraganta con una maldita pastilla? ― me gritó. Lo miré con odio. ¿Cómo podía reclamarme a mí cuando le había advertido sobre el problema?

―Te lo dije, idiota ― respondí con dificultad.

Se dirigió a la puerta y hablo con alguien, después de un tiempo haciendo respiraciones recuperé la compostura.

― Aquí tienes ― me lanzo la botella de agua nuevamente.

Se dirigió a la puerta y habló con alguien. Después de un tiempo, mientras intentaba recuperar la compostura, finalmente llegó la botella de agua que me había prometido.

―Aquí tienes ― dijo, lanzándome la botella.

Tomé la medicina rápidamente y me recosté en la cama. Permanecí así durante unos minutos hasta que el dolor se hizo más tolerable. Abrí los ojos y me di cuenta de que la noche había caído por completo. ¿Qué hacía yo aquí? Pensé que ya me había ido.

―¿Te sientes mejor? ― preguntó él, tratando de sonar indiferente. Asentí en respuesta.

Se volvió a sentar frente a mí y comenzó a buscar algo en su teléfono. Cuando lo encontró, me extendió el dispositivo. Al mirar la pantalla, vi la foto de una mujer que me resultaba extrañamente familiar. Mi confusión aumentó. ¿Quién era este hombre y cómo conocía a esta mujer? ¿Qué tipo de relación tenían?

― La conoces, ¿verdad? ― dijo él, mientras yo asentía lentamente y levantaba la vista de la pantalla. ― Ella es mi esposa, pero eso ya lo sabes, ¿no es así? ― preguntó con un tono que denotaba frustración. ¿Por qué tendría que saber algo sobre la vida de esa mujer?

― Te equivocas. Yo sí la conozco, eso es cierto. Por desgracia, tuve la oportunidad de conocerla, fuimos compañeras en la universidad ― respondí, recordando por qué había evitado Italia durante tanto tiempo. ― Pero no entiendo por qué me preguntas por ella. Yo no tengo nada que ver con ella.

― ¿De verdad crees que me voy a tragar ese cuento? ― dijo él, respirando profundamente. De repente, su mirada llena de furia se tornó en una expresión de nostalgia y dolor. ― Ella murió hace un año. El día de su muerte me dijo que había recibido una amenaza de su excompañera. La única que la odiaba eras tú.

Me quedé en silencio, procesando lo que acababa de escuchar. Sofía había muerto. Es cierto que la odiaba, pero amenazarla de muerte era algo que jamás haría. Mi estilo era hacerles pagar sus actos mientras vivían, no en la tumba. Le hice pagar caro el haberse metido conmigo, pero nunca deseé su muerte.

― No sé qué te dijo, pero créeme, lo último que quería en esta vida era volver a encontrarme con ella. No me gusta compartir el mismo aire con mujeres de su clase ― le respondí, tratando de mantener la calma. Sin embargo, la reacción de él fue inmediata.




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