El amor existe

CAPÍTULO 7

CAPÍTULO 7

Al llegar a la empresa, me encontré con un caos absoluto. Me dirigí al área de presidencia y encontré a mi padre hablando por teléfono.

— Padre — exclamé.

— Te llamo después — dijo, colgando la llamada. — Hijo, qué bueno que estás aquí. Tu hermana está viajando y llegará mañana por la noche. Se quedará en tu casa. Estaría mucho más tranquilo si estuviera allí; hay muchos periodistas afuera de la mansión. Todavía tu madre no sabe lo que está ocurriendo, y no quiero preocuparla — explicó.

Aunque yo tenía mis propios negocios y a menudo me encargaba de mis propios asuntos, siempre ayudaba a papá en temas familiares. Mi hermana, que estaba en el extranjero estudiando, se encargaría de la empresa familiar. Según me había contado mi padre, ella pensaba regresar a finales de año, pero ahora adelantaría su viaje debido a la situación.

— No te preocupes, padre, con gusto la hospedo en mi casa. En cuanto a mamá, debes contarle lo que está pasando. Si se entera por otros medios, sabes que no te lo va a perdonar — dije. Mi madre era conocida por su rencor y no toleraba que le ocultaran cosas, especialmente problemas de tal magnitud.

— Lo sé, hijo. Cuando llegue a casa, hablaré con ella — dijo mi padre. Se sentó en el sofá con un vaso de licor y estaba por tomarlo cuando se escucharon unos gritos afuera.

— Niccolò, ¿me puedes decir qué significa esto? — era mi madre, visiblemente furiosa. — ¿Cómo pudiste ocultarme algo así? ¿Acaso no confías en mí?

— Cariño, no es eso — respondió mi padre, acercándose a ella. — Todo ocurrió demasiado rápido, no tuve tiempo de mencionarlo.

— Está bien, voy a hacer como si te creyera — dijo, mirándolo con recelo. — ¿Y tú qué haces aquí? Me dices que no tuviste tiempo, pero aquí está tu hijo. No creo que sea una coincidencia.

— Madre, tranquilízate, por favor. Me llamó buscando apoyo.

— Está bien, por el momento voy a dejar este tema, pero sabes que no me gusta que me dejes fuera de tus problemas, Niccolò — respondió mi madre con dureza.

Se pusieron a hablar, y mi padre la estaba poniendo al día sobre lo sucedido.

— Pero, ¿cómo pudo suceder algo así? Ya abrieron las investigaciones, supongo — dijo mi madre, con preocupación.

— Sí, cariño, ya están investigando, pero según me informó mi técnico, no ha quedado rastro alguno de las transferencias que se realizaron. Eso nos deja en una posición muy complicada — respondió mi padre.

— Yo ya puse a mis técnicos a revisar todo, debe haber algún rastro de las transferencias que realizaron — les hice saber. — Ahora, padre, necesitas decirme quiénes tuvieron acceso a la computadora de tu oficina y a todos los archivos que se encuentran aquí.

Mi padre me proporcionó una lista de personas que habían tenido acceso a su oficina. Descartamos a algunas, pero uno de los nombres me llamó la atención.

— ¿Quién es él? — pregunté al reconocer ese rostro en la lista.

— Es el secretario de tu padre — respondió mi madre. — Se llama Eduardo. Antes trabajaba como ayudante en contabilidad. Cuando vi su currículum y sus habilidades, le ofrecí el puesto. Hasta ahora, ha hecho un trabajo excepcional — mencionó, aunque tenía algunas dudas. Mi madre era muy minuciosa al realizar entrevistas, pero yo había visto a este hombre merodeando por la oficina de mi padre en varias ocasiones. Tendría que investigarlo a fondo, no quería culpar a alguien sin pruebas.

Ahora, lo importante era rastrear el destino del dinero. Pasé toda la tarde buscando soluciones y trabajando en la empresa, hasta que se hizo de noche. Finalmente, tuve que ir a casa; no podía dejar a mis hijos solos tanto tiempo.

Al llegar a casa, pregunté por ellos y me dijeron que ya se habían ido a dormir. Me dirigí a su habitación y los encontré acurrucados en sus camas. Les di un beso antes de dirigirme a mi oficina. La encontré en un estado deplorable, entonces me acordé de lo que me había dicho Itzel. Pedí que limpiaran el lugar y me fui a mi habitación.

Recibí una llamada de mi técnico, quien me informó lo mismo que le había dicho a mi padre: no había encontrado rastro alguno. Sin embargo, me dio la dirección de alguien en Francia que podría ayudarme. Le agradecí y colgué.

Salí al jardín para despejarme un poco. Fue entonces cuando me di cuenta de que tenía a Itzel secuestrada en mi casa y que mi hermana llegaba al día siguiente. Maldita sea, ¿qué iba a hacer ahora? No tenía planeado liberarla todavía.

De mal humor, me dirigí al sótano de mi mansión. Al abrir la puerta, encontré a Itzel dormida. Me debatí entre dejarla allí y prohibirle a mi hermana acercarse al sótano, pero sabía que eso solo avivaría su curiosidad. Finalmente, decidí cargarla en brazos, llevarla a mi habitación y dejarla en mi cama. Luego, me retiré.

Itzel Dubois

Me desperté en una cama diferente, más cómoda de lo que había experimentado antes. Las sábanas eran suaves y el lugar tenía un olor familiar que me recordaba a mi captor. Me levanté de inmediato, explorando la habitación en busca de una forma de comunicar mi paradero. No encontré nada útil, pero vi algo interesante: el número de Frederick y su dirección. ¿Acaso el idiota me había traicionado?

— ¿Qué haces? — me preguntó Lorenzo, al sorprenderme escondiendo el papelito.

— Nada — respondí rápidamente. No quería que supiera que había descubierto a su cómplice. Si llegaba a salir de allí, no habría lugar en el mundo para que esa cucaracha se escondiera.

— ¿Qué escondes?

— Nada, ya te lo dije — insistí. Forcejeamos hasta que él me quitó el papelito.

— ¿Por qué escondes esto? — insistió, con el papel en la mano. — ¿Lo conoces?

No supe qué responder. Estábamos a punto de ser interrumpidos por unos golpes en la puerta. Agradecí la distracción momentánea, pero ahora me preguntaba qué le diría cuando volviera a preguntarme sobre el papelito.




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