CAPÍTULO 11
Sentí un gran alivio cuando Itzel aceptó ayudarme. Su cooperación era crucial para resolver esta situación.
— Espero que esta vez sí cumplas con tu palabra — le dije. — Me sentiría más segura si firmáramos un contrato, pero sería en vano, ya que continúo en cautiverio y no podría hacerlo valer estando aquí.
— Podrás ir a donde quieras, no te lo voy a prohibir, pero irás acompañada — respondí con una mirada decidida.
— Es lo mismo — le contesto. — Ahora dime, ¿en qué puedo ayudarte?
Saqué el nombre y la dirección que me habían dado.
— ¿Lo conoces, no es así? — pregunté, al notar la duda en su mirada. Asintió, agarrando el papel con firmeza.
— Necesito que te contactes con él y le des mi número — le expliqué.
— ¿Eso es todo? — inquirió.
— No. Vas a ser intermediaria entre los dos. Me dijeron que es muy difícil contactarlo y que, cuando lo encuentras, no es fácil que te ayude. Y yo no puedo perder tiempo.
— ¿Cuál es la prisa? — preguntó, con curiosidad.
No quería contarle toda la situación, pero sabía que eventualmente se enteraría. Le expliqué la situación con la empresa de mi padre.
— Vaya, pero ¿estás seguro de que Frederick es la persona que buscas? Él trabaja en la empresa de mi padre; jamás tuve conocimiento de que era un hacker conocido en el bajo mundo.
— Di con él por la dirección que me brindaron. Fue difícil rastrearlo, pero estoy seguro de que es el hombre que necesito.
— Está bien, haré lo posible para que te ayude a buscar al culpable. Pero para eso necesito mi teléfono — dijo, esperando.
Dudé en dárselo, pero se me ocurrió una idea.
— No lo tengo conmigo. Cuando regrese por la noche, te lo daré — aceptó de mala gana y salimos en dirección al comedor, donde se encontraban mis hijos junto a su tía.
Comimos mientras mi hermana les contaba historias sobre su tiempo en China. Al finalizar la comida, era hora de que los niños fueran a la escuela. Había conseguido que expulsaran a la directora y a los niños que habían molestado a mis hijos.
— Niños, es hora de que vayan a la escuela — anuncié, levantándome. Ellos me miraron con temor y comenzaron a llorar.
— No quiero ir — dijeron, y se fueron corriendo escaleras arriba. Traté de seguirlos, pero mi hermana me detuvo.
— ¿Qué sucede, Lorenzo? — interrogó, preocupada. — Los niños no se ponen así por nada.
Dudé en contarle, pero al final lo hice. Su reacción fue furiosa.
— ¿Cómo es posible que permitieras algo así? — exclamó, indignada.
— No tenía conocimiento de este tema. Si lo hubiera sabido, ¿crees que lo hubiera permitido? Por Dios, Aurora, son mis hijos. Los amo y me duele mucho que hayan sufrido por culpa mía y de su madre.
— ¿Y piensas enviarlos al mismo lugar en el que han sufrido la mayoría de los abusos?
— Todos los responsables fueron expulsados, ya no hay nadie que les haga daño.
— ¿Y solo los dejaste ir así nada más?
— ¿Qué querías que hiciera? Son solo niños.
— A ellos también se les tiene que dar una lección — intervino Itzel. — Puede que sean solo niños, pero estoy segura de que saben que está mal lo que hacen. Eso se llama maldad.
— ¿Y qué propones? No puedo darles una lección sin dejar un historial manchado en ellos.
— Bueno, yo me puedo encargar de esto, solo si me das tu autorización — dijo Itzel con determinación.
Las miré a las dos, parecían dos fieras listas para cazar. No estaba seguro de si me arrepentiría de esto después, pero también quería darles una lección a esos niños. Como no sabía qué hacer y confiaba en su juicio, les di mi autorización.
— Está bien, solo espero no arrepentirme.
— No te preocupes, fratello, nosotras nos encargaremos de esto. Ahora tú ve a la empresa, que seguro te necesitan. Mañana yo iré, hoy le dedicaré el día a mis sobrinos — dijo Aurora, guiándome hacia la salida y cerrando la puerta en mi cara.
Negué con la cabeza, arrepintiéndome al instante, pero ya era tarde. Le indiqué a mis hombres que cuidaran a Itzel y a mi hermana, y que me avisaran de cualquier cosa. Luego, me dirigí a la empresa, preparado para enfrentar los desafíos que me esperaban allí.