Dormir es uno de los mayores placeres que nos ofrece la vida.
Especialmente cuando eres adicta a las páginas y tus madrugadas se basan en comenzar libros que nunca terminarás o devorar en solo horas, treinta y cinco capítulos de la novela cliché que, a pesar de sus numerosas críticas, a ti te sigue enamorando.
Mientras finjo estar completamente dormida para despistar a mi hermana, elaboro teorías de la historia con final abierto que terminé a las dos de la madrugada y ahora, siento mi existencia desvanecerse. Un pensamiento exagerado y dramático, pero... ¡Soy una lectora!
¿Qué esperabas?
Ana sigue jalando la colcha, esta vez con mayor fuerza, obligándome a "despertar" del sueño profundo. Al lograr quedar sentada en la cama y aclarar mi vista diviso la gran pancarta llena de dibujos que bordean a unas letras chuecas: FELIZ SAN VALENTÍN.
¡Genial! En lugar de tener a mi crush con flores declarándome amor eterno, ella me despierta un 14 de febrero. ¡Gracias vida!
Completando la escena matutina, mi madre entra a la habitación con una bandeja llena de galletas recién horneadas y un cintillo de corazones en donde las brillantinas cumplen su rol protagónico. La pequeña versión de mis padres se entretiene dando saltos por toda la estancia elevando el tono de sus pisadas cada vez que estas impactan contra el suelo y yo, me dedico a observarlas.
Cada año es igual. Me aferro a las esperanzas de cambiar el inicio de este día, pero mi ángel de la guarda o lo que sea, se empeña en recordarme que mi único novio se encuentra a un metro de distancia, en mi celular, dentro de un PDF.
En fin, debo alejar los pensamientos negativos, así que hago mi mayor esfuerzo para mostrarle una sonrisa a las dos. Ana se lanza a mis brazos sin esperar invitación, y mis dedos se enredan en sus rizos hasta que escucho quejidos lastimeros por su parte. Ha sido mala idea intentar ser cariñosa de esa forma.
—¡Feliz día del amor y la amistad! —celebro junto a ella.
—Estoy muy contenta —aplaude —. Mis amigos de clase me han enviado mensajes y llevaremos regalos.
Busco a mi madre con la mirada y descubro las lágrimas que recorren su rostro. Siempre que estamos las tres reunidas en una habitación pueden suceder dos cosas: la primera es que terminemos peleando, y de la segunda no hay mucho que decir, solo llanto.
Ignorando la posición de mi hermana le extiendo mi mano libre. Un leve apretón y el susurro de unas felicidades son el inicio de sonrisas bañadas en sentimientos que cambian repentinamente cuando la más pequeña retorna a su característica forma de ser.
—Voy a prepararme. Las chicas y yo quedamos en ir hoy con el pelo suelto y nuestro mejor labial —anuncia al tiempo que se gira, tomando una de las galletas que sostiene mamá.
Me quedo perpleja, todavía no me acostumbro a sus comentarios. Desde que conoció todos los productos de belleza y la utilidad de la plancha para alisar los rebeldes mechones que tiene en su cabeza, ganó habilidades que ni yo con dieciséis años poseo.
La tranquilidad, reina del ambiente, se ve interrumpida al tornarse el momento serio. Mi madre se levanta del borde de la cama para encararla y con un dedo acusatorio da inicio la misma pelea de siempre.
—Te lo he dicho millones de veces, Ana —regaña en tono autoritario —. Las niñas no usan labial.
—Pero mamá, todas en mi clase lo van a llevar —le reclama —. Hoy es un día especial y quiero impresionar a los chicos.
Luego de contenerme por tres largos minutos, estallo en carcajadas. ¿Una niña de ocho años ha dicho eso? Esto ya es el colmo.
—Ana Rodríguez Machado —pronuncia su nombre —. Usted no tiene la edad suficiente para usar labial o impresionar a los chicos. Por ahora, solo amigos —insiste.
La actitud que ambas toman a partir de esa aclaración causa que involuntariamente me atore con mis risas y termine estornudando, con los ojos de ellas evaluándome. Si algo amo de esta familia es lo graciosa que podemos llegar a ser.
En momentos como este vienen a mi memoria las palabras que nos dedicó papá hace años. Él suele decir que somos el huracán de su vida, y a la vez, lo más hermoso que reside en ella. ¡Cuánta verdad!
Sin más discusión Ana sale de la habitación resignada, susurrando una promesa de venganza que no alcanzamos a escuchar. La normalidad regresa a mi cuarto luego de unos minutos en donde estiro mi cuerpo y mamá se dedica a ofrecerme galletas.
—Tu hermana es imposible.
—Ma, déjala ser feliz. Un brillo claro en los labios estaría bien —sugiero mientras ella va hacia mi armario.
—¿Ya tienes pensado lo que usarás, cielo? Recuerda que esta es tu oportunidad. Hoy es el único día que no usarán uniforme escolar.
—Me pondré cualquier cosa, da igual —comento sin ánimos.
—Una porque quiere arreglarse mucho, y a ti porque todo te da igual —compara frustrada —. Tienes 16 años. Esta es la edad de IMPRESIONAR A LOS CHICOS —grita.
—No te preocupes. Ellos estarán ocupados buscando citas con las chicas revista, y yo contando las horas para volver a casa.
Una de las facetas que más odio de mi madre: CONSIGUE NOVIO, MAYA.
Dando por terminada la conversación abandona mi cuarto. Después de todo ella respeta mi opinión, aunque me vea en la obligación de soportar durante veinte minutos una charla sobre yo teniendo una pareja a la que darle amor.
Recorro el pasillo arrastrando mis pies y el agua fría sobre mi rostro agiliza mis movimientos. No puedo llegar tarde a la escuela. Si eso sucede mi teléfono estará lleno de amenazas por parte de Rachel, mi mejor amiga, y no deseo invocar su locura tan temprano.
Trato de acoplarme a la festividad eligiendo jeans azules, tenis cómodos y un pulóver de color rojo que no pasa desapercibido debido a la frase que lleva estampada. Amor es todo lo que necesitas.
Bajo rápidamente las escaleras para encontrarlas desayunando.
—Al fin bajas —me dice mamá levantándose de la mesa.