Aquel mediodía de marzo, sucedió, no es así?
Yo salí de algo que no tenía salida, y tu rostro apareció, como fuego carmesí.
Reconozco que no creí, no daba el brazo a torcer; y te empecé a conocer, vaya momentos tan bellos.
Es que yo, escéptico crecí, solo mentiras puedo ver, solo veo tinta y papel. Tú me quitaste ese velo.
Brillante, intrigante, elegante, curiosa.
Interesante, relajante, entre muchas otras cosas.
Fue brillante esa noche, cuando gustaste de mí, y yo intrigado, aunque curioso dije lo que no sentí.
Y pasaron breves las lunas, donde ambos nos gustamos, como las gotas de lluvia, fuimos mojando el camino.
Llegaron luego los soles, donde más ausencia brilla. Con tus ojos que apagan, el sol deseó no haber nacido.
Hasta el fatídico día en el que en un cielo nublado, te apartaste de mi lado y quise no haberte querido.
¿Cuánto tiempo habrá pasado? Quizás meses, tal vez años, y todavía me pregunto, ¿Acaso tuve algún error?
Me quitaste mi velo, pero no mis noches en vela. Mientras más busco consuelo, miro lo solo que estoy.
Por un momento pensé que por fin conseguí olvidarte, mirando siempre adelante. Solo Dios sabe que te amé.
¿Será que para ti fue igual de complicado superarme, si algún día me pensaste como yo a ti te pensé?
Finalmente estaba avanzando. Un nuevo día, un nuevo año, hasta que como un disparo, te pude volver a ver, y...
Maldición, estabas tan hermosa como te recuerdo, aunque ahora mis sentimientos gritan para no ceder.
Mis pensamientos repetían: “Ella era la indicada” Y aunque lo intentara mil veces, te volveré a perder.
Cientos de golpes al espejo, grito que ya me olvidaste, y luego de tanto tiempo digo que perdí el interés.
Y es que ahora hay alguien más que ocupa tu lugar.
Alguien que supuestamente aliviará mi sufrimiento.
Pero, oh, sorpresa, nada parece cambiar.
Maldita sea, siempre se repite este cuento.