El amuleto de Siliit

3 - Verdades ocultas

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La primera en despertar fue Ymae, y lo hizo con un sobresalto. Volvió en sí igual que se había desvanecido, con el corazón acelerado. Creó un pequeño globo de luz, y el hecho de que el dragón estuviera observándola a tan solo un par de metros de distancia no ayudó a que se serenase.

Su instinto de supervivencia hizo que comenzara a tejer hilos de luz para generar de nuevo una cúpula protectora.

El dragón giró ligeramente la cabeza y levantó una ceja.

—¿En serio vamos a empezar de nuevo así?

Los había tenido inconscientes a sus pies y no había dañado a ninguno de ellos. Ahora solo les quedaba confiar en él hasta ver cómo se desarrollaban los acontecimientos.

Ymae interrumpió el conjuro. No los quería muertos. Al menos, de momento.

—Así, mucho mejor. Ahora, reanima a tus amigos y hablemos los cinco.

La aprendiz de mago hizo lo que le ordenaba sin rechistar y creó hechizos menores de vida para cada uno de sus amigos. Todos despertaron alterados, pero ella los calmó y les pidió paciencia hasta que el dragón les explicara algo.

—Bien, ahora que estamos todos despiertos y algo más calmados, creo que es tiempo de empezar de nuevo las presentaciones. Siento haber sido tan dura con vosotros, pero supongo que hace mucho que no trato con nadie y esto me ha agriado el carácter. Mi nombre es Sert.

Después del encontronazo inicial, esas palabras amables parecían un sueño, y se miraron los unos a los otros desconfiados y sin saber muy bien cómo tratar al impresionante ser que tenían delante.

Riss había sido nombrado representante sin votación alguna, así que el joven no alargó mucho más el momento.

—Mi nombre es Riss, y estos son mis amigos. —Hizo las presentaciones oportunas—. No pretendíamos invadir la cueva del dragón para molestarte y causarte la mala impresión inicial que te has llevado de nosotros. Te pedimos también disculpas por ello.

El dragón asintió.

—Disculpas aceptadas. Pero antes de seguir, permitidme aclararos una cosa: esta no es la cueva del dragón, sino de la dragona. Así que os pediría que utilizarais el género apropiado.

Una nueva sorpresa sacudió a los amigos, aunque esta era menor. El género de la última representante de su especie era irrelevante frente a la situación de encontrarse en el interior de una montaña que hacía siglos que nadie pisaba.

Todos asintieron en conformidad, y la dragona continuó:

—Y ahora decidme, ¿a qué habéis venido aquí?

De nuevo, miradas inquietas y dubitativas se cruzaron entre los cuatro amigos. Riss los examinó uno por uno, obteniendo siempre la misma respuesta: un encogimiento de hombros.

Fue Ymae la que respondió en esta ocasión:

—La verdad… es que no tenemos ni idea. Hemos acabado en la entrada de tu cueva por casualidad, y han sido los radors los que nos han convencido de que éramos dignos de adentrarnos en las entrañas de la montaña. Sin ánimo de parecer maleducada de nuevo, pero la profecía de la puerta se supone que es cosa tuya y que eres quien lleva cientos de años esperándonos. Así que supongo que podrás darnos algo más de información.

La dragona suspiró.

—Ojalá supiera algo más que vosotros. Caminar por el tiempo no es sencillo, y las interpretaciones de los pocos recuerdos que permanecen en nuestra mente tampoco. Solo sé que tenía que esperaros, pero no tengo muy claro para qué.

—¿Entonces?

—Entonces, yo sé poco más que vosotros. Tan solo sé que tendréis cierta relevancia en el desenlace de mi encierro. Nada más.

Todos se miraron en silencio tratando de comprender qué hacían allí, pero ninguno obtuvo respuesta alguna que pudiera aclarar la más mínima cuestión.

—Mientras se nos ocurre alguna cosa, ¿qué tal si me contáis qué ha sucedido en el continente durante los últimos siglos?

—¡Yo, yo, yo! ¡Me lo pido! —Al parecer, Koriki ya había perdido el miedo a la dragona—. Pero, eso sí, a cambio de todo lo que vamos a contarte, y como muestra de una buena anfitriona, tal vez podías regalarnos alguno de tus tesoritos, ¿no?

La dragona rio apesadumbrada.

—Esperaba que, después de mi largo sueño, el bulo del tesoro del dragón se hubiera disipado.

—¿Seguro que no tienes nada guardado por ahí en otra cueva secreta?

—Estoy segura.

—Pero ¿segura, segura?

La dragona asintió.

—Pero… ¿segura, segura…?

—¡Cállate! —El grito de Faiser los pilló a todos desprevenidos y los sobresaltó—. Estás ante uno de los seres más perfectos que han creado los dioses y solo a ti se te ocurre importunarla.

—No es por ofender —dijo Koriki—, pero ¿tú has visto este cuerpo espigado y estos ojazos que tengo? Porque hablando de perfección…

Ymae interrumpió la absurda conversación, no podía creer que se comportaran así delante del último dragón del mundo.

—Por favor, callaos los dos. Lo sentimos mucho, Sert. Espero que no te lo tomes como una ofensa, pero, últimamente, estamos un poco alterados.

La dragona rio.

—Tranquila, hacía mucho que no escuchaba una conversación desenfadada. La verdad es que las prefiero a los discursos aprendidos para impresionarme o intentar conseguir algo de mí.

—¿Conversación desenfadada? En eso somos expertos los lusan. Déjame que te cuente.

Así, en un ambiente distendido, Koriki se lanzó a narrar todos los acontecimientos que habían ocurrido en los últimos años y que ahora amenazaban la paz del continente.

 

 

Varias horas después terminó el resumen de Koriki. Tal y como habían acordado previamente antes de entrar a la cueva, ocultaron el tema de los amuletos divinos, tanto el de Dalkarén de Riss, como los de Cellant y Antyulis, de los que se había apropiado Lleu.

Sert estaba más apesadumbrada de lo que todos habrían podido imaginar.

—Suponíamos que tarde o temprano nos enfrentaríamos a una ofensiva de los engendros, pero no imaginábamos que sería una tan bien orquestada. Creo que os han tomado la delantera y que todo tiene muy mal aspecto.



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En el texto hay: fantasia y magia

Editado: 27.11.2020

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