Sarah Richardson era exageradamente rica. Su madre era una de las terratenientes más acaudaladas del condado y en total su familia poseía propiedades por todo Sussex, pero también en Charing Cross.
Su morada en Crawley era una portentosa casa señorial de vasta extensión rodeada por maravillosos jardines y un generoso lago en la entrada. Se llamaba Pound Hill y era conocido a parte de por su extravagante lujo, inédito en Crawley, por sus espectaculares fiestas.
Si vivías en Crawley o en sus inmediaciones no querrías perderte una fiesta de los Richardson; a no ser que desearas sufrir las consecuencias y quedarte fuera de todas las conversaciones durante más de una semana.
La Amanda precallum nunca se hubiera negado a acudir a una invitación de Sarah, y la
Amanda pos-sesión-de-besos-en-el-teatro, tenía menos intenciones que nunca de marcharse a
casa para estar a solas con el nuevo depredador que acababa de nacer dentro de su mejor
amigo.
No había razón para no acudir, al terminar la obra, a la animada fiesta que se estaba
desarrollando en Pound Hill.
De hecho, Amanda anhelaba abandonarse al alivio que el dulce vino tinto le procuraría en cuanto llegara a la mansión y vaciara su primera copa. El alcohol solía actuar rápido sobre sus sentidos; algo que nunca antes había apreciado tanto como en ese momento, en el que los nervios de su cuerpo estaban tan crispados que la ínfima llama de una vela, hubiera bastado para hacerla volar por los aires como la pólvora.
Y toda la culpa la tenían sus dos mejores amigos: Jane por haberla arrastrado a aquella situación y Callum por empeñarse en estar allí, obligándola inconscientemente a asediarlo en aquel palco de teatro.
Ahora ya no era quien solía ser, su cuerpo, sus miembros, todo lo sentía ajeno y recién estrenado. Cada fibra de su ser temblaba con una emoción tan a flor de piel que se preguntó porque nadie le apuntando con el dedo para comentar el cambio. Sus órganos, aquellos que llevaban dieciocho años funcionando como un silencioso ejército articulado para mantenerla con vida, habían sido sacudidos de su normalidad, y andaban revolucionados en su interior como si buscaran de nuevo su lugar y el ritmo que habían perdido.
Y todo ello había sido obrado por el joven al que había aprendido a querer como un amigo, un hermano; tanto o más como las demás personas importantes de su vida. Callum lo había derrumbado y sepultado todo bajo la embriagadora sensación que nacía en su pecho y viajaba por sus nervios hasta cada punta recóndita de su cuerpo. El mundo a su alrededor se había nublado y lo único sólido y brillante que quedaba era él.
Amanda apretó el paso para situarse junto a Jane e iniciar una conversación que su cabeza apenas podía mantener. Dejó que Callum caminase tras ella, pues sus mejillas ardían como las brasas de una chimenea cada vez que se encontraba con su mirada. Usó toda su fuerza de voluntad para concentrarse en la conversación, pero la piel de su espalda se empeñaba en tirar de ella, recordándole que él muchacho estaba allí y nada más requería su atención.
―Sarah dice que también van a ampliar las cuadras de Pound Hill ―decía Jane, mientras cruzaban el jardín delantero bordeando el gran lago.
Hojas secas de los árboles del perímetro flotaban en las oscuras aguas que contrastaban con la iluminación de las antorchas que habían sido encendidas alrededor del lago, para guiar a los invitados hasta la entrada de la casa.
Conforme se acercaron a esta lograron distinguir la animada música que brotaba incontenible de los amplios ventanales junto con las voces animadas de las mujeres.
Al escuchar la música supo que Callum se olvidaría de ella, pues esta suponía
una obsesión para el muchacho, una pasión mucho más intensa de la que ella pudiera despertar en él. Se quedaría sola en su obcecación, mientras él se entretenía con el amor de su vida. Estúpidamente enfadada por sus ridículos celos se negó a mirarlo cuando tuvo que ofrecerle su brazo para que el joven se sostuviera y hacer la entrada oficial en el gran salón.
El salón estaba abarrotado de jóvenes y no tan jóvenes, riendo a un nivel incrementado por el vino y el champan. Amanda solía amar los bailes, especialmente los organizados por las Richardson, pero en aquel momento se acongojó al ver tanta jovencita guapa y descontrolada alrededor de Callum.
Tenía ganas de chillar a todo pulmón que este le pertenecía, pero no podía hacer tal
cosa porque no era cierto. Su siervo poseía tanta voluntad como cualquier mujer y ella no tenía la más mínima potestad sobre él.
Callum le clavó los ojos con significado, y ella asintió entendiendo a la perfección. Se
movió en dirección a la banda y no pudo evitar dar un respingo, cuando él entrelazó sus cálidos dedos con los suyos que descansaban junto a su cadera. Pero no volvió la vista atrás, como hacerlo cuando sus mejillas habían vuelto a ponerse del color de los tomates maduros.