El Ángel en la Casa

Capítulo 8

Amanda escuchó la voz de su madre a través del pasillo que desembocaba en su despacho. El sol veraniego se colaba por las ventanas del corredor iluminándolo de una inusual y cegadora luz. Estaban disfrutando del mejor verano en cuarenta años. Se asomó por una de esas ventanas. Las sábanas blancas que habían sido colgadas en el patio apenas hondeaban por la ausencia de aire. Y más allá de este se extendía el bosque cuya frondosidad ofrecían una tregua del apremiante sol. Tampoco sabía donde se había metido Callum y eso no era bueno. Aquella mañana no había acudido a su alcoba como acostumbraba.

            La puerta del escritorio se abrió y su madre se asomó por el quicio. Pareció asustarse al verla, como si no la esperara allí, pero enseguida se mostró complacida por su presencia. Amanda la buscaba porque quería pedirle permiso para asistir al resultado de la Gran Votación en el Salón de Actos del centro de Crawley.

            ―Excelente, me disponía a ir en tu búsqueda ―dijo Mary, instándola con la mano a acercarse.

            ―¿Para qué me necesitas, mamá? ―preguntó un tanto extrañada. Su madre nunca antes la había convocado a su escritorio cuando estaba reunida con otras mujeres. Normalmente eran gente importante, con la que trataba asuntos políticos con los que ella poco tenía que ver.

            ―Nada importante ―desechó su madre―. Ven a saludar a mis invitadas.

            Aquello era peculiar, sin duda, pero Amanda no dudó en seguir las instrucciones de su madre y entró en el despacho donde se encontró con cinco mujeres sentadas, tomando el té.  

            ―Buenos días, Amanda ―dijo Elizabeth Hale, con una sonrisa bondadosa. Aquella mujer lograba parecer un ángel con el simple gesto―. ¿Cómo va todo?

            ―Buenos días señorita Hale, señoritas. Todo va muy bien, gracias.

            ―Hace poco recibiste a tu siervo, ¿verdad? ―preguntó otra de las mujeres cuyas gafas redondas parecían apunto de resbalarse de la punta de su nariz.

Amanda asintió.

―¿Considerarías que tu vida es más sencilla desde entonces? ―continuó la mujer de los anteojos.

“¿Sencilla? ¡Já!”. Se notaba que no conocían a Callum en absoluto.

―Supongo ―dijo, sin saber que más añadir. Sus circunstancias con respecto a su siervo eran de lo más peculiar y esa mujer no podía ni imaginárselo.

―¿Estuviste en la fiesta de las Richardson hace tres noches? ―prosiguió la mujer, sorprendiéndola por completo.

Asintió sin decir una sola palabra.

―¿Bailaste con Oscar Hawthorne?

Efectivamente, aquello se estaba tornando más extraño por momentos. Y no podía quitarse la punzante sensación de que su vida privada formaba parte de las discusiones de aquellas mujeres tan importantes y con asuntos de Estado.

―Sí, bailé con él repetidas veces. Pero ¿por qué me pregunta eso?

Mary se acercó a ella y le sonrió de forma reconfortante.

―Solo nos estábamos preguntando si lo notaste embriagado.

Amanda pestañeó varias veces.

―Por supuesto que no. Es ilegal servir alcohol a un sirviente. Oscar estaba perfectamente. Simplemente se resbaló en la piedra mojada por la lluvia. Fue un accidente.

―Por supuesto ―repitió su madre―. Ya te puedes retirar, querida.

Le tomó un instante moverse, pues la surrealista entrevista la había dejado un tanto pasmada. Pero justo cuando se giró para salir, las cosas se pusieron aun más extrañas. Y es que notó que algo había enganchado el chal que llevaba sobre los hombros y este se deslizó por sus brazos hasta dejarla completamente destapada. Se dio la vuelta para averiguar que había sido cuando se encontró con la mirada fija y horrorizada de todas las mujeres de la sala, que observaban con detenimiento los moratones y magulladuras que los entrenamientos con Callum le habían dejado por los brazos.

Se preparó para la avalancha de preguntas, pero esta no llegó. En su lugar reinó el más profundo silencio mientras cruzaban miradas entre ellas. Miro a su madre a la cual descubrió con una incomprensible sonrisa de satisfacción. El chal de Amanda estaba en el suelo a sus pies y la única explicación razonable a lo que había sucedido es que Mary lo había prendido entre sus dedos.

―Puedes retirarte ―repitió su madre con toda la normalidad del mundo, como si nada hubiera ocurrido. ¿Sería posible que se estuviera volviendo paranoica?

Emergió de la habitación con una escalofriante sensación de irrealidad, que no hacía más que incrementarse con el hecho de que no hubiera visto a Callum esa mañana. Decida a encontrarlo se movió con celeridad por las diferentes estancias de la casa. No estaba en la sala de música como había esperado, tampoco en el jardín de atrás.




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