El árbol de los 1000 ojos

Capítulo 12

Lo tomé con mis dientes y lo puse en mi cama. La cama era tan grande que había espacio para los dos sin problemas. Con la boca tomé unas croquetas y las puse a su lado.

—Te tendrás que conformar con esto — le dije seriamente.

Pascal se devoró las croquetas con un hambre voraz. Se tardó unos quince segundos en terminar toda la comida. Si que estaba hambriento.

—Estoy tan feliz de que hayas venido — le comenté a Pascal muy sincera —. Pero si te quieres quedar aquí vas a tener que esconderte, ¿ves a esa humana? — señalé a Sara, quien estaba ayudando a su padre a ponerse el pijama mientras este miraba los últimos minutos de las noticias.

Pascal asintió ante la presencia de que será una de sus peores enemigas.

—Ella aplastó a uno de los tuyos. Sin dudarlo y sin piedad. Y si te ve te va a convertir en una maldita calcomanía.

—Descuida, no me voy a quedar mucho tiempo aquí — Miró a su alrededor —. Aunque es innegable que te has conseguido un estupendo hogar.

La sala era el sinónimo de acogedora. Uno de esos lugares donde uno, apenas pone un pie dentro de la casa, baja la guardia y se relaja al ver las paredes color naranja. Habían dos muebles enormes cerca al televisor. Uno, estampado de rosas; y el otro, verde. El televisor era un modelo gordito, de los que ya no se fabrican. Transmitía una buena noticia sobre el gobierno tomando medidas para frenar la deforestación del Amazonas.

El señor Ricardo y Sara apagaron la televisión y se fueron al cuarto del anciano para terminar de prepararlo y arroparlo para irse a dormir.

Pascal no la hizo larga y me dijo para que había venido.

—Vine para que me ayudes a recuperar mi lugar como líder de la manada, ¿Lo recuerdas? ¿Recuerdas nuestro plan?

Me quedé en silencio, Pascal esperaba una respuesta. Yo me preguntaba: ¿Cómo le digo?

De la mejor forma: Directo y sin tapujos.

—Pascal, estoy tan cómoda aquí que no me apetece moverme. Tengo un techo encima de mi cabeza, comida abundante — tomé un poco de leche para probar mi punto —,una cama suave y limpia para dormir y ningún gato psicópata planificando como matarme. Pascal, este es el paraíso y quiero compartirlo contigo porque eres mi mejor amigo.

—Tal como están las cosas soy tu único amigo — dijo Pascal con un tono amargo que no pude dejar pasar —.Si no me quieres ayudar entonces me voy. Probablemente no volvamos a vernos así que…

Antes de que Pascal tuviera la oportunidad de alejarse tomé su cola con mis patas y lo acerqué a mí.

—¿Qué crees que estás haciendo? ¡Suéltame de una maldita vez!

—No quiero que te vayas — admití.

Pascal luchaba por escapar de mis garras, lo hacía con el mismo ímpetu que lo haría si no nos conociéramos. Si yo fuera el depredador y él, la presa. Pude ver el rostro de Pascal. Entendía sus emociones. Pascal era un libro abierto, no era tan reservado y misterioso como creía ser. Pascal no quería irse, las paredes naranjas lo habían cautivado, pero tampoco podía quedarse. Ser el líder era algo importante para él y me necesitaba para conseguirlo. Quería proponerme algo. Antes de que tuviera la oportunidad de abrir el hocico escuchamos algo, provenía de la habitación del señor Ricardo.

—¿Qué es ese ruido? ¿Acaso son chillidos?

Monumental señal de alarma, como una alarma de incendios que llegaba directamente a mis sensibles oídos. Escondí a Pascal debajo de las sabanas de mi cama, le ordené que se quedara quieto, y lo cubrí con las mismas. Las quejas de Pascal iban entre el terror de estar a oscuras y rodeado de tela y varios insultos hacia mí.

Maldito roedor desagradecido. Estoy tratando de salvar su vida.

Sara sacó la cabeza de la habitación de su padre. Sus ojos de halcón me observaban fijamente. Yo me limité a lamer mis patas y a asearme. Lo hacía para salvaguardar las apariencias, pero la verdad era que me aseaba unas cinco veces al día.

Sara se dio cuenta de que no había nada de qué preocuparse. Volvió a meter la cabeza dentro de la habitación y a continuar atendiendo a su padre. Esperé unos cinco minutos más a que pasara el peligro para liberar a Pascal.

Escuché un grito debajo de las sabanas. Miré con terror y los pelos de punta la habitación del señor Ricardo. Nada. Suspiré aliviada. Retiré la sabana para ver a Pascal, temblando y alejándose de lo que parecía el cadáver de un ratón bien aplastado.

Sara aplastó a otro ratón. Este si me lo guardé para más tarde. Era un ratón negro así que no me preocupé que fuera Pascal. Lo hubiera escondido mejor si supiera que Pascal iba a venir a visitarme.

—¿Qué diablos es eso?

—Es uno de los ratones que aplastó la señorita Sara. Por eso te digo que no es buena idea que estés paseándote por la casa sin supervisión. Puedes quedar así. Esa mujer no respeta a nadie de la familia de los roedores. Tal vez a los gerbos. No lo sé.

—¿Por qué tienes el cadáver de una rata aplastada en tu cama.

—Pensaba darle una cristiana sepultura en el jardín y… ¿A quién engaño? Me lo iba a comer.

Pascal suspiró.

—¿Para qué pregunto?



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En el texto hay: cultos, gato negro, monstruosidades

Editado: 20.09.2024

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