El árbol de los 1000 ojos

Capítulo 20

—Trato hecho.

No quería que eso pasara pero tenía que respetar las decisiones de mi amigo.

—Es muy simple… ¿Viste eso? — preguntó anonadado y señalando al suelo.

Vimos como un bulto se movía entre la hierba para desparecer unos metros después.

—Al diablo con esto. Cambié de opinión. Me largo de aquí. Este sitio es peligroso y mientras más tiempo pase aquí van a haber más posibilidades de que termine muerto.

—Pero… pero tú dijiste que era una gata capaz de hacer lo que sea. Que era sana y muy inteligente.

—Eso mismo. Eres tan sana e inteligente que puedes resolver estos problemas por tu cuenta.

—Pero Pascal…

—No hay pero que valga. Me voy de aquí — Pascal se pasó las patas por las sienes — Te voy a dar un consejo: Trepa hasta la punta del árbol y atrapa a esos pájaros usando esas habilidades muy propias de los gatos.

—Ese es el problema. Le tengo miedo a las alturas.

—Si eres alguien tan inteligente como yo creo que eres… ¿Qué? ¿Qué dijiste?

Pascal se quedó descolocado ante mi confesión. Lo admito, siempre le he tenido miedo a las alturas. Desde que era una gata chiquita que podía caber en la palma de la mano de cualquier humano. No soy una psiquiatra pero creo que mi miedo inició gracias a mi primer amo, el anterior de mi ama. Este me levantaba como si fuera una muñeca, en lugar de un ser pensante, sentimientos y sensores de dolor.

Me cargaba como si fuera un cohete que iba a la luna. Esto lo digo porque usualmente lo hacía de noche. Me lanzaba al aire solo para aterrizar en sus manos expectantes. Lo hacía todas las noches, varias veces seguidas.

Eso no era lo peor. Lo más crudo, retorcido y cruel de todo esto era que yo era la única víctima. Mi dueño no tocaba a los otros gatitos de la camada. Solo a mí. No es que quisiera que el resto de mis hermanitos y hermanitas sufrieran el mismo destino que yo, pero detestaba que fuera la única que recibiera esta clase de tortura física y psicológica. No había día en el que me preguntaba. ¿Por qué? ¿Por qué solo a mí? Hubieron días en los que creía que tenía que ver con mi color de pelo. Yo era una gatita negra mientras que los demás eran blancos, grises o de ambos colores.

Probablemente, a su gusto, resaltaba de la peor manera posible.

¿A mi amo no le gustaba el negro?

No lo sé porque unos días después nos abandonó a nuestra suerte dentro de una caja demasiado alta para que podamos trepar. Yo menos porque, aparte de usarme como una pelota antiestrés, mi amo se aseguraba de que tuviera las uñas cortas para evitar que lo arañase cada vez que jugaba conmigo.

Fue una pesadilla de dos semanas que se quedó conmigo por el resto de mi vida.

Pascal fingió que se limpiaba las orejas. Que envidia. Cada vez que trato de limpiarme la oreja ausente termino tocando un poco de aire y sintiendo mucho dolor, como si los dientes de Romanov regresaran para arrancármela de nuevo de un tirón.

—Creo que no te escuché bien ¿Me acabas de decir que le tienes miedo a las alturas? ¿Me equivoco? Por favor dime que me equivoco.

—No, es verdad - respondí calmada — ¿Sabes una cosa? Se siente muy bien el compartirlo contigo. Sabía que tú eras incapaz de reírte de…

Pascal comenzó a reírse en mi espalda como si estuviera teniendo un ataque epiléptico. Rodaba en mi espalda, pero no tanto como para caer en ese infierno verde que solo él cree que existe.

—Pascal eres un patán — susurré.

—Lo siento. Lo siento — se disculpó entre risas. Estoy empezando a creer que no fue una disculpa muy sincera —. Es que no lo puedo creer: un gato que le tiene miedo a las alturas. Estas más defectuosa de lo que esperaba. Es que… es que… es tan antinatural, como un murciélago que le tenga miedo a la oscuridad.

Me estoy arrepintiendo de haberle contado algo tan íntimo. Quería decirle todo lo que pienso de su actitud, pero unas voces nos interrumpieron y nos llamaron desde la copa del árbol. Eran los pájaros que me había propuesto a odiar. Eran cuatro y eran iguales. Amarillos con el pecho verde, sus ojos eran dos puntos negros que me incomodaría si los viera tan cerca.

—Ustedes dos. La rata y la gata defectuosa que le tiene miedo a las alturas. Cállense de una maldita vez que estamos tratando de hacer nuestro canto matutino.

Di un paso al frente. Nadie me llama defectuosa y vive para contarlo, sobre todo si es alguien más pequeño y débil que yo. De Pascal me encargaré más tarde.

—Ustedes son los que deberían callarse. Sus cantos molestan a mi amo, molestan a mi amigo y, más importante aún, me molestan a mí. Si no cierran la boca.

—¿Que harás, eh?

Me quedé callada. Buena pregunta. No iba a permitir que esos pájaros se anden creyendo que son mejores que yo, porque no lo son.

—Voy a subir ahí y les daré su merecido. Ustedes y sus hijos se convertirán en mi desayuno, almuerzo y cena por los próximos tres días.

Los pájaros se rieron a carcajadas de mi amenaza. No era lo que esperaba. Esperaba mucho terror y un poco de súplica si era posible. Yo soy su depredador natural, maldita sea.

—Si crees que puedes hacerlo. Adelante. Aquí te esperamos.

Tomé eso como un desafío. Un desafío que debo cumplir a toda costa. Miré el árbol, levanté la cabeza hasta que me dolió el cuello. El árbol era una estructura de varios metros de alto, quince metros a lo mucho. Era mucho más alto que la casa. Era una figura imponente que parecía estar viva. Cuando digo “viva” no me refiero a estar viva como todas las plantas, sino a ser una criatura que pueda moverse y defenderse de cualquier ataque.

Tal vez Pascal tenía razón. Tal vez haya algo raro detrás de esos árboles. Tal vez… uno de esos malditos pájaros se acaba de cagar en mi cara. Lo vi dar un vuelo circular antes de regresar a su rama. Su cagada liquida y blanquecina resaltaba en mi cara negra. Usé mis patas y el pasto para retirarla de mi rostro, maldita sea se metió en mi nariz y en mi boca. Pascal notó como la cagada de pájaro resbalaba de las hojas hasta caer al suelo. La tierra no lo absorbía. La cagada comenzó a burbujear en el suelo tibio hasta desaparecer.



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En el texto hay: cultos, gato negro, monstruosidades

Editado: 20.09.2024

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