El árbol de los 1000 ojos

Capítulo 44

El árbol me obligó a ver con mayor detalle como Sara rebanaba el cuello de una de las personas más amables y gentiles que he visto en mi vida. Del tronco del árbol salieron unos tentáculos verdes que terminaban en un ojo. Todo seguía siendo tan extraño para mí, y solo para mí, porque todos los demás no le estaban prestando atención a este espectáculo.

Los tentáculos se acercaron a Sara, quien tampoco se inmutó y siguió con su tarea, para que yo pudiera ver con más claridad como luchaba para cortar su tráquea. Sara continuaba rebanando el cuello de su padre, hace más de cinco minutos que lo había matado. El hueso le causaba mucha dificultad, pero su rostro no mostraba señales de cansancio. Sara era una mujer fuerte y ningún hueso la iba a detener de mala gana.

Esto solo consolida mi regreso al mundo callejero, si es que vivo para contarlo.

Escuché la voz del árbol viniendo desde arriba de mí. Traté de levantar la cabeza pero las ramas me lo impidieron. Me tenían bien aprisionada. Algunas me pinchaban las patas y la panza. Lo que más me asustaba era que esas espinas se extendieran y me pincharan más profundamente, como pasó con el papá de Alberto y su pandilla de amigos armados.

Deseaba que encima de mi hubiera un cerebro gigante, una cosa carnosa que mis dientes y garras pudieran destrozar con facilidad. Hacerle mucho daño. Quería matar a ese árbol con mis propias patas. Era imposible, lo sabía. Pero vale la pena soñar. Las risas del árbol se calmaron. Eran similares a las carcajadas de un humano que acababa de ver su comedia favorita.

—¡Mas fuerte! ¡Mas rápido! Termina de cortar esa cabeza de una maldita vez.

Sara solo siguió trabajando. Si pudiera leer la mente, escuchar sus pensamientos, estoy segura que diría algo como esto: Si mi amo, si mi amo, si mi amo… como si fuera una grabadora descompuesta. Tantas veces que daría la ilusión de estar recitando un trabalenguas complicado.

Sara siguió rebanando hasta que el cuchillo cortó el ultimo trozo de pellejo. Sara levantó la cabeza de su padre con alegría. La secta de psicópatas manipulados aplaudía con energía como si estuvieran en algún festival de música y su grupo favorito hubiera tocado su canción más icónica. El árbol también se unió al concierto de aplausos de su corteza salieron dos enormes manos de madera. Estas aplaudieron con fuerza generando ráfagas de viento que expulsaron cualquier sombrero despistado. El árbol agarró a Sara con esas enormes manos y la abrazó con fuerza. Desde el agujero pude ver su rostro pegado al tronco. Nuestras miradas se intercambiaron. La sorpresa de su cara era palpable. Desde las cejas levantadas, los ojos bien abiertos y la incapacidad de respirar. Eso último se debía más a que el árbol la estaba abrazando con tanta fuerza que le estaba destrozando los pulmones.

El árbol la soltó. No lo hizo del modo amable. Mientras Sara se estaba levantando el árbol le ordenó:

—Por la cabeza dentro de mí.

El árbol se abrió revelando varias semillas que todos vieron con ansiedad. Querían tener esas carnosas pelotas de tenis en sus manos, darles un buen mordisco y obtener sus poderes.

Por fin recibir lo que el árbol les había prometido.

No podía mover la cabeza, tenía el nivel de movimiento de una estatua. Pero mis ojos si se podían mover. Miré hacia abajo y vi un corazón verde latiendo, estaba rodeado de esas repugnantes semillas. Entre las semillas y la carne había una ligera capa de madera, supongo que es un mecanismo de defensa para alguien como yo.

Aun así me alegré más de lo debido. Ante mis ojos era un punto débil. Esperanza. Una oportunidad para vengarme. Ya no me importa si muero, le daré un gran mordisco a ese corazón.

Sara obedeció la orden e introdujo la cabeza del hombre que alguna vez fue su padre dentro del árbol. Para ella los títulos no significaban nada. El señor Ricardo era solo un humano más. ahora el árbol era su padre. Su líder. Su dios. Los tentáculos tomaron la cabeza, otros empujaron a Sara hasta hacerla caer de trasero al suelo.

—Ahora vete.

—Si señor — respondió Sara. Se inclinó y besó el suelo. Se alejó del árbol con unos cuantos cortes en los labios.

El agujero se cerró hasta quedar solo corteza. La cabeza del señor Ricardo comenzó a subir cual ascensor hasta llegar a mi posición, frente a mí para ser más exactos. Nuestros ojos se encontraron. Unas ramas se acercaron a la cabeza y lo obligaron a formar una sonrisa, destrozando sus labios en el proceso.

—¿Te gusta mi nueva cara? — preguntó el árbol con una voz tan perversa como humana. Para ser alguien que clama haberse pasado décadas estudiando a la humanidad se nota que no entiende el concepto de humanidad.

—Mátame de una vez. Ya has destruido todo lo que amo, ¿Por qué no solo me matas y acabas de una vez con toda esta locura?

La respuesta del árbol fue su maldita carcajada, multiplicada con varias voces ajenas. Lo que daría por tener a Romanov cerca para que me arranque lo que me quedan de oídos.

—No te voy a matar. Quiero saber porque no has sucumbido. Vamos a intentarlo una vez más, ¿Te parece?

Esa era una invitación sin ningún valor. Lo iba a hacer sin importar mi respuesta su opinión, así que no dije nada.

Los tentáculos se introdujeron dentro de la cabeza del señor Ricardo, como si fueran manos entrando en una calabaza de Halloween en busca de deliciosos dulces. Los ojos de la cabeza comenzaron a brillar. Era el mismo brillo que hipnotizó a los humanos hasta convertirlos en títeres sin voluntad. Lo único que causó en mi fue un fuerte dolor de cabeza.



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En el texto hay: cultos, gato negro, monstruosidades

Editado: 20.09.2024

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