Viernes 11 de junio, empieza a hacer frío. El festival de música por el Aniversario del Colegio fue hace unos días y lo recordaré de forma especial. Todo empezó con la coreografía del ballet del colegio. A pesar de las pocas ganas que tenía, terminé bailando también. Solo accedí para darle gusto a Diana, que me pidió con mucha insistencia que bailara con ella. Luego teníamos que tocar el piano en la siguiente parte del festival. Nos cambiamos y vestimos ropa más elegante para tocar. A modo de pasar el tiempo nos escapamos un rato a las canchas bajas para estar a solas. Es un momento que guardaré para siempre entre mis recuerdos más privados y lo dejaré en la sombra del misterio hasta el día de mi muerte.
La hora pasó rápido, subimos juntos al auditorio. Yo interpreté mis temas antes que Diana. Mis selecciones para la ocasión fueron Nocturno Nº 20 en Do menor de Frederic Chopin y un tema de mi autoría. Toqué con todas mis ganas ese día, esperando que el piano me susurre al oído todas aquellas historias que solo él puede contar. Entre mis manos y las teclas del piano se desenvolvía una peculiar armonía, era tan excitante. Recibí aplausos al terminar. Rocío me miraba desde la primera fila, pero noté algo raro, era como si mi música la hubiese herido. Por su semblante, pareciera haber recibido una puñalada por la espalda en vez de haberse deleitado con mi música. Gabriel parecía perdido en su mente, quizá la música lo hizo reflexionar sobre algunas cosas. Diana me miraba sonriente detrás del telón, con un amor infinito. Abandoné el escenario feliz y orgulloso de mi obra.
Llegaba el turno de Diana. Subió al escenario con gran elegancia, hizo la típica venia al público y se acomodó delicadamente sobre el taburete. Sentí a muchos chicos suspirar, podía sentir el calor de sus corazones latiendo por ella, pero al mismo tiempo un infinito frío que inspiraba sensaciones extrañas. Empezó con un tema conocido, bastante romántico; se trataba del Tema Final - Andante, del Tercer Acto de la obra de Tchaikovsky, El lago de los cisnes. Éste es el Movimiento más conocido de toda la obra, está en muchas cajitas musicales o joyeritos. La pieza ha sido compuesta para orquesta, pero Diana tocó una versión reducida para piano arreglada por Hayashi Yoshiki, claro está, con los matices propios de su técnica interpretativa.
Diana interpretaba la pieza con gran maestría, como una pianista digna de los teatros de Viena y San Petersburgo. Su forma de tocar es cautivadora, parecía verdaderamente un cisne tocando el piano; sus manos no se movían, volaban encima de las teclas. Su expresión de concentración era encantadora. Culminó el clímax de la pieza con una veloz escala descendente en octavas y luego con un final decreciente en la octava más baja del piano. Al finalizar todos se pusieron de pie para ovacionar la perfección de su apasionada interpretación. Es increíble verla interpretar las obras de los grandes maestros, toca como si ellos mismos las estuvieran ejecutando.
Luego procedió a tocar la segunda pieza, pero había una variable bastante interesante. La pieza era, en realidad, una canción que ella misma se disponía a cantar y tocar. Un suave juego de acordes en Fa sostenido mayor empezó a adornar el aire, luego comenzó a liberar las notas con su divina voz mientras las acompañaba con arpegios de piano en octavas altas. Era conmovedor, algunos bromistas en la parte posterior del auditorio prendían encendedores y los elevaban en alto mientras los mecían de un lado al otro. Otros solo la escuchaban atentos. Era una balada dulce con letra muy romántica, parecía tener un efecto hipnótico sobre la gente. Extrañamente, su canción evocaba misteriosos recuerdos en mi mente. Al escuchar la letra del coro entendí ciertas cosas de las que jamás me había percatado; entendí que la belleza inmaculada del Espíritu de Diana jamás podría compararse con nada en este mundo. Tanto por fuera como por dentro, Diana es poseedora de un encanto superior en la escala humana. Su dulzura es más que un tesoro que la vida me regaló y aún ignoro la razón por la que me escogió. También comprendí que ella era algo más que mi novia: era la mujer de mi vida y con la que algún día moriría de viejo; era una niña enamorada a la cual yo no debía herir y, más importante aún, era una Virgen Guerrera que me guiaba por los campos de batalla, lista para cuidar mi espalda y curar mis heridas. Ese último pensamiento es extraño, lo sé, pero así me sentí.
Amatista al amanecer
Letra y música: Diana Cuellar Luchnienko
Amatista al amanecer,
juntos poder renacer;
la lluvia en mi corazón puedo sentir
y aprenden las lagrimas a reír.
Caminando al atardecer
de la mano te llevaré;
contigo al infinito marcharé
querido, en el origen te amaré.
Vámonos hacia la libertad,
déjame amarte más allá,
lejos de esta vida
donde todo es eterno.
Recuerdo de una Aldea Original
donde habitábamos tú y yo,
sin temores...
Amatista al amanecer,
en el alba permanecer;
tú eres la estrella de mi corazón,
la piedra que al tiempo y al dolor venció.
Vámonos hacia la libertad,
déjame amarte más allá,
lejos de esta vida
donde todo es eterno.
Recuerdo de una Aldea Original
donde habitamos tú y yo,
Amatista...
Libertad...
Luchar, amor sin final ...
Navegar...
migrar hacia donde estés.... amor... yo iré
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Editado: 22.05.2022