"Apretando las rodillas contra el pecho,
impensada arremetida ahogada por las lágrimas,
y uno no tiene más que gritar: ¡un momento!;
lo siento mucho, debes despertar del sueño.
Entonces la voz del corazón responde,
tu honor es tu lealtad, estás lejos, pero debes seguir.
Pasará mucho tiempo antes de reunirte con Él.
¡Ah! Amor secreto, vigoriza y estimula la sangre.
Cuando en silencio, uno con el otro, cierran los ojos;
aman cual si fuese un espectáculo ajeno.
Ningún amor posee éxito, solo la nostalgia infinita"
Alexsandra Kisterskaya (Сандра) – Junio del 2009
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Parecía que todo había terminado. El lugar de la explosión ahora estaba cubierto por un gran cráter, no había quedado rastro alguno de la Iglesia de San Francisco ni de sus calles adyacentes. Una fina capa de polvo turbio cubría el mundo y hacía que fuera difícil distinguir las dimensiones reales del gran agujero.
Luego, poco a poco, el polvo comenzó a disiparse y los estragos empezaron a hacerse visibles. No había quedado piedra sobre piedra. El cráter tenía una profundidad considerable y su extremo más próximo se hallaba donde alguna vez había estado el anfiteatro de San Francisco y concluía donde, cualquier paceño, hubiera podido distinguir la calle Buenos Aires.
Los soldados sobrevivientes observaron con asombro e inquietud aquel agujero negro. Sus expresiones mostraban el infinito asombro ante el poder metahumano que había hecho tal prodigio de destrucción.
Entonces, entre el polvillo creado por el conflicto y los silencios de la espera, todos distinguieron una figura aparecer por el límite del gran cráter.
Era un horror imposible de observar y describir sin perder la razón, era una criatura de inframundo, era la maldad representada, era... Sus alas eran tan negras y enormes, que la luz parecía ser absorbida por ellas. Su piel, desgarrada, exhibía su carne resplandeciente como magma. Sus ojos eran dos cuevas vacías en cuyos interiores flotaba un par de lenguas de fuego. Sus brazos estaban cubiertos de corrupción y terminaban en un par de garras de fuego y de pesadilla. Su columna aún tenía esa gran prolongación que la convertía en una cola, rematada con un monstruoso aguijón. Las patas eran una abominable combinación humana y animal. Sus cuernos redondeados, iguales a los de un carnero, terminaban albergando, entre una y otra asta, un fuego que jamás se extinguía: una verdadera aureola demoníaca. Su rostro cadavérico, apenas recubierto de piel, exhibía grotescos colmillos sobresaliendo del hocico. Su tabique, el cual terminaba precipitadamente en medio de la faz, emitía vapores amarillentos de azufre en cada exhalación... Pero lo más abrasador en el aspecto del monstruo era esa estrella de seis picos creada a partir de profundas excoriaciones, tan rojizas y brillantes como si refugiaran una hemorragia de lava en su interior, preparada para saltar de la carne en cualquier momento.
El monstruo se arrastró pesadamente desde el borde del cráter, miró a los hombres y sonrió. Su sonrisa era horrible.
Los soldados de inmediato levantaron sus temblorosos rifles hacia la criatura. La orden de abrir fuego no tardó en llegar y una tormenta de balas golpeó el cuerpo del demonio, pero no le infundieron daño alguno. Bastó con agitar las alas para que una ráfaga de vientos pestilentes arrojase contra el suelo a todos los soldados, como si fueran muñecos de papel. Entonces la artillería pesada volvió a embestir, disparando su munición antitanque más mortífera; pero una vez más se hizo notoria su inferioridad.
De un salto, la criatura se elevó a enorme altura, expandiendo las alas para poder planear. Los soldados la miraron, ahora sí más horrorizados que al principio. La bestia fijó su mirada sobre una pequeña trinchera. Extendió la mano hacia ella y una serie de grietas empezaron a abrirse bajo los pies de los soldados que allí estaban. En segundos, un horroroso chorro de gases calientes y lava cocinó por completo a los desafortunados. El suelo del cráter empezaba a resquebrajarse y un gran flujo de magma parecía estar a punto de estallar desde su interior. Los soldados que no habían perecido, empezaron a evacuar el área, desesperados. Parecía que el cráter estallaría inminentemente, pero entonces una flecha cayó de la nada, clavándose sobre la tierra agrietada, esta fue cubierta por una gruesa capa de hielo gelatinoso que brillaba tenuemente, como una luz de neón.
El demonio parecía no comprender el significado de aquella flecha; pero no tardó demasiado en recordar. Entonces una luz violeta apareció en el cielo.
Todos los hombres se quedaron viendo la luz. Una figura humana descendía desde las alturas, rodeada por un voluminoso halo lumínico que hacía evocar la forma de un oso. Cuando el halo se hizo menos intenso, todos pudieron distinguir a una chica flotando en el aire. Su cuerpo estaba recubierto por una armadura resquebrajada y ensangrentada: un peto desportillado, una hombrera rota, partes agrietadas de grebas, quijotes, rodilleras y escarpes, y los brazales apenas eran reconocibles. Tenía una diminuta corona en su cabeza. Su cabellera era bio-luminiscente y emitía un resplandor violeta, y toda ella flotaba como si estuviera sumergida en agua. Sus ojos brillaban con intensidad, como dos faros de luz magenta, aunque estaba herida, también lucía predispuesta.
En su diestra sostenía un gigantesco arco blanco que la exhibía como una temible guerrera, impregnada por un aire de gran coraje. Los soldados reconocieron su presencia y la vitorearon. ¡Ella era una esperanza de victoria!