En las insondables tinieblas de las profundidades de la tierra yace el gran laberinto que conforma el Camino de los Dioses. El sendero, labrado dentro del granito y el basalto de la cordillera de los Andes, está rodeado de abismos tan profundos que su negrura parecería sacada del mismo confín del universo. El camino se abre paso entre la descomunal pared de la raíz misma de las montañas. Hacia arriba parece no existir más techo que el vacío, hacia abajo, como un espejo, se ve exactamente la misma nada. En frente solo está el estrecho sendero a veces imbricado de estalactitas y estalagmitas. El aire dentro la monstruosa caverna es ralo y las voces de invisibles habitantes espectrales llaman como sirenas a los incautos que, por azares llenos de sentido y sin conocimiento de la Sabiduría Hiperbórea, se hayan adentrado a la caverna.
El tiempo dentro del gran laberinto es totalmente diferente al del mundo exterior. En la espesa raíz de las montañas el tiempo es lento y pesado. Una sola hora sobre la superficie del planeta puede ser un día entero en los reinos subterráneos y submarinos. Un hombre corriente que llegase al laberinto del Camino de los Dioses vería sus días consumirse sin hallar la salida, hasta que moriría por la sed, la fatiga y la desesperación. Pero para Rowena el tiempo no era un problema, había creado una burbuja usando el poder de su espectro para calibrar el tiempo del mundo al tiempo de su propio Espíritu. Dentro de la luminosa burbuja que había creado, estaban los caballos cargando en sus lomos a los miembros de la caravana. Todos dormían boca abajo sobre los equinos sin tener consciencia de todo lo que ocurría.
Los dos años pasados dentro de la caverna se habían reducido a 17 horas dentro de la burbuja de Rowena. Mas, en la superficie de la Tierra, ya había pasado una semana. Tanto la guía como los animales estaban cansados, pero no había tiempo para reposar. El paso de abismo estaba por concluir y pronto llegarían a la Garganta del mundo. Se trataba de un túnel que se internaba en el descomunal muro, como si fuera una pequeña incisión en la raíz de la cordillera.
Durante las últimas horas de caminata Rowena se internó brevemente en sus recuerdos. Miró la negrura infinita que la rodeaba y recordó la guerra contra los intraterrenos abisales de la Ciudad de Dis. Recordó aquellos años oscuros cerca del Vaticano, bajo tierra, defendiendo el mundo contra una fuerza que no conocía límites. Su mente volvió a presentir el magnífico poder de aquel guerrero Cruzado que vio combatir palmo a palmo contra los mismísimos archiduques de fuego. Rowena sintió bajo sus venas el llamado de la guerra y comprendió que todos aquellos recuerdos solo podían presagiar horas angustiosas ante una nueva arremetida de Satanás.
Mientras su mente la llevaba al pasado, la entrada a la Garganta del mundo apareció frente a ella. Los bordes de la entrada tenían bellas runas labradas sobre el granito y adornadas con toda clase de esculturas. Podían verse los Doce Tótems Hiperbóreos del Dodecagrama Rúnico Lunar; eran guardianes de la entrada, esculpidos sobre la piedra: oso, lobo, halcón, scorpio, cóndor, puma, leviathán, pantera, caballo, tauro, kraken y águila. Sobre la entrada había una gigantesca estrella de doce picos sobresaliendo sobre la roca, labrada mediante misteriosos ingenios totalmente alienígenas, pues no había forma de llegar hasta aquel lugar para realizar la obra sin caer inminentemente al abismo. Rowena vio la gran estrella de doce picos y sintió alivio en su espíritu. Luego sonrió al ver las figuras amenazantes de las doce bestias protegiendo la entrada. Suspiró levemente e ingresó al túnel.
Los primeros metros fueron angustiosamente oscuros, tinieblas que solo la luz de la burbuja de Rowena se atrevía a profanar. Pero poco a poco el túnel empezó a presentar un resplandor leve, proveniente de algún lugar más adelante. Ese resplandor creció en brillo hasta que finalmente la guía y su caravana llegaron a una gigantesca recámara circular, iluminada por cierta suerte de musgo bioluminicente. En medio de la caverna había un torrente de agua que bajaba de una grieta circular del techo y que descendía por otra grieta circular en el suelo. Sosteniendo el tumbado de roca había cuatro estatuas de piedra con forma de gigantes hombres que hacían de pilares tallados por los antiguos atlantes. Tanto las paredes como el suelo tenían runas labradas.
Rowena miró las diversas entradas que tenía en frente, tratando de recordar, o descubrir, cuál de ellas era la que llevaba a Erks. Finalmente la intuición de su espíritu le dijo por dónde seguir, pero antes de seguir avanzando tenía que dejar a los caballos descansar; ella misma necesitaba unas horas de reposo antes de continuar el corto tramo de camino que restaba. Se sentó sobre una roca, bajó su espectro y la burbuja que había creado desapareció rápidamente. Su tiempo había vuelto a ser el del Camino de los Dioses. Luego desmontó a los muchachos de los lomos de los caballos y los recostó en el suelo pedregoso de la recámara.
Dos horas más tarde, Edwin Cuellar Luchnienko abrió los ojos. Fue el primero de los jóvenes miembros de la caravana en despertar. Cuando se dio cuenta del lugar en el que estaba, el asombro lo dejó completamente pasmado. No podía creer lo que sus ojos veían, no solo por el prodigio de arquitectura, con los gigantes de piedra sosteniendo el techo, que a cualquier persona sorprendería, sino también por el casi antinatural aspecto de los musgos luminosos.
—Carajo. ¿Qu-qué es este lugar? —preguntó Edwin a Rowena que, sentada en una roca, miraba los diversos caminos de la recámara sin reparar en el asombro del muchacho.
—Estamos en la Garganta. Este sitio conecta a todas las rutas del Camino de los Dioses.
—Pe-pero ¿cómo es posible?, ¿quién hizo este lugar?, ¿dónde estamos?
—Estamos bajo la cordillera de los Andes —respondió la guía—. En una fractura espacio-temporal que se abre bajo las montañas. Los Atlantes Blancos construyeron esto hace milenios.
—¿Es en serio? —Edwin no podía creer las palabras de Rowena, pero no tenía más remedio que darle el beneficio de la duda—. ¿Y falta mucho para llegar?
—No —respondió la mujer.
—Me duele la cabeza —musitó Edwin, sentándose en el piso—. ¿Qué fue lo que bebimos?
—Hidromiel.
—Claro, pero ¿de qué está compuesta esa hidromiel?
—No es necesario saberlo ahora —dijo Rowena—, Edwin Nikolai Cuellar Luchnienko.
Edwin se sintió algo decepcionado por el hermetismo de la maestra.
—Hace tiempo que nadie me llamaba por mi segundo nombre —dijo él.
—Esos ya no serán tus nombres cuando estés del otro lado, y lo sabes.
—Sí, lo sé.
—¿Y sabes ya cómo te llaman los Dioses?
—Sí —respondió Edwin, algo triste—. Antes de empezar el entrenamiento con mi padre, vino el ciego, Qhawaq, y me dijo que en Erks me llamarían Ninurtske, el Tauro de la guerra.
—Un fuerte toro, Ninurtske.
—Aún me cuesta tanto trabajo aceptar todo esto.
—Es normal, no has sido educado para ver las dimensiones más sutiles de la verdad. Solo puedes presentirlas con la imaginación. El resto se lo has entregado a los patriarcas de tu cárcel, que son la mente, la razón, el corazón y los sentimientos. Por eso necesitas que todo lo que ocurre tenga una prueba empírica, un método y una prueba palpable, medible y verificable. Así te han criado. Y entonces ves esta magnífica recámara y surgen las dudas en ti.
—Dudo porque no encuentro explicación a todo lo que nos está ocurriendo.
Rowena se aproximó a Edwin y, acercando su rostro al suyo, agregó en voz muy baja:
—Tú eres su General en la batalla, Ninurtske. Han firmado un pacto silencioso en el que todos los Centinelas, tus hermanas, amigos y camaradas te eligieron como comandante. Deja de darle el poder a la razón y permite que la intuición de tu sangre te explique todo lo que ahora ignoras.
—Pero, Rowena...
—No. No dejes que las dudas se apropien de ti. Respóndelas tú mismo.
—Lo intentaré. Pero debe saber que yo no pedí esto, jamás quise abandonarlo todo. Tenía una carrera militar solo para asegurar mi futuro y el de mi familia. Y en mí, había un algo, una certeza de mi deber con los míos y mi Nación. Me lleno de nostalgia al pensar en esas cosas, lo siento en mi sangre. No sé si logro hacerme entender.
—Eres noble, Edwin Nikolai Cuellar Luchnienko —dijo Rowena—. Realmente mereces ser Ninurtske, el Tauro de la guerra. De los Doce Tótems Hiperbóreos, tú siempre serás la vanguardia.
—Este asunto de los tótems, aunque me lo han explicado durante el entrenamiento, aún no me queda claro.
La mujer se incorporó, mirando al techo de la recámara.
—La Sabiduría Hiperbórea se expresa de muchas maneras y cumple diversos propósitos, todos ellos vinculados a la estrategia de guerra general de los Dioses Leales. Ustedes, los que serán Centinelas de Artemisa, existen bajo la luz lunar de la Sabiduría, la que es solo una de sus luces. En la Sabiduría Lunar todo se ordena en fractales de doce. El número doce es el que forma el símbolo de la luna. Por lo tanto, el camino al Origen está orientado hacia el cuadrante doce de la Sabiduría, lo que podríamos decir que es una vía húmeda. La forma ofensiva de la luna se corporiza en doce arquémonas, las que toman forma de bestias que funcionan como armas. Esas bestias son los Tótems Hiperbóreos. Cada cierto tiempo, un elegido de la sangre nace entre ciertas familias del Pacto de Sangre. Ese elegido es quien portará el espectro de un Tótem Hiperbóreo.
—Eso significa que mis hermanas y yo...
—Ustedes han nacido para expresar el poder de los Tótems Hiperbóreos. Es lo que los convierte en aspirantes a Centinelas.
—Pero, entre mis hermanas y amigos, aquí solo estamos siete. ¿Y que hay de los otros cinco elegidos?
Rowena bajó la mirada antes de responder.
—Ellos también llegarán a Erks, del mismo modo que ustedes. Cuando los Doce Centinelas y sus Doce Tótems se hallen reunidos, entonces El Arco de Artemisa podrá expresar su máximo poder, un espectro que nos podría dar la victoria final en esta fase de la Guerra Primordial.
—Creo que Qhawaq me dijo algo de eso, pero me quedé con tantas dudas...
—Escucha, Ninurtske. No quiero que confundas a los Doce Tótems que cada uno de ustedes posee con el tótem familiar. El tótem familiar es una bestia asignada a proteger a un linaje de sangre pura, lo que convierte a los miembros de dicha familia en protegidos de esa bestia. No es usual que una persona tenga un Tótem Hiperbóreo personal, ¿entiendes?
—Creo que sí.