El Arco de Artemisa - Segundo Episodio, Los Doce Misterios

➳ ROMANOS

Las bajas habían sido horrorosas entre las tropas bizantinas, razón por la que el Comandante General, Basilisco de Constantinopla, había dado la orden de retirada. Era la noche del 14 de noviembre del año 831 d.C. cuando empezó el ataque. Aquellos monstruos atacaban únicamente en la noche y sus figuras, brillantes como el magma de un volcán, habían aterrorizado a todos los soldados de Basilisco. Los hombres se habían entregado a sus oraciones hacia Cristo en la cruz, pedían por sus vidas y sus almas, clamaban ser salvados por el Hijo de Dios de todos los horrores flamígeros que vieron en aquellas quebradas malditas. Quedaban pocos de ellos y estaban sedientos y heridos. Varios soldados sufrían pavorosas mutilaciones y escarificaciones causadas por esos demonios del infierno. Las tropas estaban diezmadas y la última noche estaba por iniciar. Seguramente ninguno sobreviviría, serían llevados ante la presencia de Satanás para ser torturados y atormentados por toda la eternidad; Cristo les había abandonado.

Por órdenes del Emperador Miguel III del Imperio de Roma Oriental, las tropas bizantinas habían acudido a la retoma de los territorios romanos situados en la cordillera del Cáucaso, a faldas del monte Elbruz; el inicio de la campaña se caracterizó por el lento pero constante retroceso de los eslavos hacia la meseta de los Balcanes, cruzando las playas superiores del Mar Negro, hasta llegar a la frontera de Macedonia. Basilisco sabía eso y sentía cierta satisfacción de ver que sus tropas eran lo bastante eficientes para forzar la retirada de las tribus eslavas. Los meses siguientes se adentraron a la cordillera bordeando la costa sur del Mar Negro, el gran monte Elbruz saludó el campamento bizantino durante el octavo mes de campaña. Durmieron tranquilamente la primera noche, pero a la segunda empezó la pesadilla.

Un sismo despertó al campamento, los soldados salieron de sus carpas y notaron que algo raro le había ocurrido al orden natural de las cosas: la oscuridad era total. No había luna, ni estrellas, el viento no soplaba y el silencio era como un vacío impalpable e infinito en medio de las tinieblas. Los hombres prendieron antorchas pero la luz de su fuego no alumbraba demasiado, era como hallarse dentro de una gigantesca caverna, solo que aquello no era una caverna, era el campo abierto y se encontraba tan oscuro como una catacumba. Basilisco trató de calmar a sus hombres exhortándoles a abrazar la fe en ese momento de tan profunda oscuridad y silencio, pero el temor manó de sus pieles como un geiser de pánico cuando vieron un resplandor flamígero brotar de la tierra, a pocos metros de donde se hallaban. Primero se elevó una columna de humo y fuego a tiempo que un estruendo ensordecedor retumbó bajo las entrañas del suelo, luego un chorro de lava salió expulsado a la superficie, brillaba siniestramente y contrastaba con las tinieblas, como si un volcán subterráneo hiciera erupción. El fenómeno tardó pocos segundos en estabilizarse y luego aparecieron las horrendas figuras de muerte y fuego. Eran esqueletos con los huesos al rojo vivo, apenas recubiertos de piel quemada y membranas grasientas y humeantes; tenían el aspecto de cadáveres en alto estado de descomposición pero se movían con agilidad felina.

Algunos hombres empezaron a correr aterrorizados, el propio Basilisco no sabía cómo actuar, sentía como si hubieran descendido al infierno y tuvieran que pelear para salvar sus vidas. Con esfuerzo el Comandante General se recuperó del temor inicial y empezó a repartir órdenes. Su presencia y figura de autoridad devolvieron el orden y la disciplina al ejército bizantino. Basilisco les arengó para enfrentar a los demonios de Satanás y ganar el perdón de Cristo por sus pecados, convirtiéndolos en los primeros Cruzados de Oriente. Los hombres se parapetaron en un perímetro circular y defendieron su posición ante el furioso ataque de los demonios. La primera oleada fue rechazada con un mínimo de bajas, lo que animó a los soldados y los llenó de valor. Se habían dado cuenta que los habitantes del infierno no eran invencibles ni inmortales.

Parecía que ya no brotarían más demonios de aquella boca de magma cuando un aullido escalofriante retumbó en toda la cordillera en tinieblas. Como gárgolas infernales empezaron a brotar de la lava demonios con alas vampíricas de fuego y con el cuerpo roído hasta los huesos por el magma, totalmente carentes de carne. La propia figura ósea resplandecía al rojo vivo, como una pesada presencia metálica que sale de una piscina de acero fundido. Llevaban un único cuerno espiralado en la cabeza y las cuencas vacías de sus ojos estaban dominadas por una luz ígnea de color naranja. Cuando los hombres vieron aquellas criaturas diabólicas perdieron todo el impulso inicial y sus fuerzas empezaron a desmoronarse ante el pánico que empezaba a invadirles.

Valientemente, Basilisco dio órdenes a sus arqueros y arengas de valor para que su puntería y sus flechas lograsen derribar a las amenazantes gárgolas que empezaban la embestida. Las flechas se incendiaban en cuanto hacían contacto con los huesos de aquellos diablos de fuego, su vuelo emitía un olor a azufre y carne quemada que empezó a sofocar a los bizantinos. En la primera oleada de la masacre, las gárgolas arrasaron con toda la vanguardia. Sus garras ígneas desmembraban, fileteaban y destripaban a los hombres como filosas hojas de espada, calentadas al rojo vivo y afiladas en fuego para cortar la carne con precisión de carnicero. Por el calor, las heridas cauterizaban tan rápidamente como se abrían y, en cuestión de segundos, quedaban escarificadas sobre la piel de los infortunados que eran alcanzados. La segunda oleada atacó la retaguardia bizantina y evaporó a los hombres con el aliento maligno y ardiente de las gárgolas. Los soldados de primera fila fueron carbonizados rápidamente, los de la segunda fila murieron asfixiados y los desafortunados de la tercera no murieron, quedaron con quemaduras profundas pero tuvieron la mala suerte de sobrevivir para sufrir el dolor de sus heridas.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.