Tercer Misterio, El Pacto de Sangre
Versión del Mito Atlante por Felipe Moyano; adaptación del Círculo de Amatista
Cuenta la leyenda que cuando la Atlántida se hundió, como resultado de la guerra entre sus razas, los Atlantes leales a los Dioses Liberadores del Espíritu realizaron un Pacto de Sangre con los hombres de diversos pueblos guerreros. Mientras que los Atlantes fieles a los Dioses Forjadores del Alma hicieron un Pacto Cultural con hombres de diversos pueblos comerciantes.
El Pacto de Sangre consistía en que los Atlantes leales del Espíritu mezclaron su sangre con los representantes de los pueblos nativos, generando las primeras dinastías de Reyes Guerreros de Origen Divino. Se afirmaron como grandes gobernantes porque descendían de los Atlantes leales, quienes a su vez sostenían ser Hijos de los Dioses. Pero los Reyes Guerreros debían preservar esa herencia Divina apoyándose en una Aristocracia de la Sangre y el Espíritu, protegiendo su pureza racial. Y así lo harían fielmente durante milenios hasta que la Estrategia enemiga, de los que pactaron culturalmente con los Atlantes fieles del Alma, los llevó a quebrar el Pacto de Sangre operando a través de las Culturas extranjeras, cegándolos y enloqueciéndolos por medio del amor ardiente y las pasiones. Aquella falta al compromiso con los Hijos de los Dioses fue causa de grandes males.
El Pacto de Sangre incluía algo más que la herencia genética, desde luego. En primer lugar estaba la promesa de la Sabiduría: los Atlantes leales al Espíritu habían asegurado a sus descendientes, y futuros representantes, que la lealtad a la misión sería recompensada por los Dioses Liberadores con la Más Alta Sabiduría, aquella que permitía al Espíritu regresar al Origen, más allá de las estrellas. Vale decir que los Reyes Guerreros y los miembros de la Aristocracia de la Sangre se convertirían también en Guerreros Sabios, en Hombres de Piedra, como los Atlantes leales al Espíritu, con solo cumplir la misión y respetar el Pacto de Sangre; por el contrario, el olvido de la misión o la traición al Pacto de Sangre traerían graves consecuencias: no se trataba de un "castigo de los Dioses" ni de nada semejante, sino de perder la Eternidad, es decir, de una caída espiritual irreversible, más terrible aún que la que había encadenado el Espíritu a la Materia. "Los Dioses Liberadores, según la particular descripción que los Atlantes leales al Espíritu hacían a los pueblos nativos, no perdonaban ni castigaban por sus actos; ni siquiera juzgaban pues estaban más allá de toda Ley; sus miradas solo reparaban en el Espíritu del hombre, o en lo que había en él de espiritual, en su voluntad de abandonar la materia; quienes amaban la Creación, quienes deseaban permanecer sujetos al dolor y al sufrimiento de la vida animal, aquellos que, por sostener estas ilusiones u otras similares, olvidaban la misión o traicionaban el Pacto de Sangre, no afrontarían ¡no! ningún castigo: solo era segura la pérdida de la eternidad; a menos que se considerase un 'castigo' la implacable indiferencia que los Dioses Liberadores exhiben hacia todos los traidores".
Respecto a la Sabiduría, dice la leyenda que los pueblos nativos recibían en todos los casos una prueba directa de que podían adquirir un conocimiento superior, una evidencia concreta que hablaba más que las incomprensibles artes empleadas en las construcciones megalíticas: y esta prueba innegable, que situaba a los pueblos nativos por encima de cualquier otro que no hubiese hecho tratos con los Atlantes, consistía en la comprensión de la Agricultura y de la forma de domesticar y gobernar a las poblaciones animales útiles al hombre. En efecto, a la partida de los Atlantes leales al Espíritu, los pueblos nativos contaban, para sostenerse en su sitio y cumplir la misión, con la poderosa ayuda de la agricultura y de la ganadería, sin importar qué hubiesen sido antes: recolectores, cazadores o simples guerreros saqueadores.
El cercado mágico de los campos y el trazado de las ciudades amuralladas, debía realizarse en la tierra por medio de un arado de piedra que los Atlantes leales al Espíritu legaban a los pueblos nativos para tal efecto. Se trataba de un instrumento lítico, totalmente de piedra, diseñado y construido por Ellos, del que no tenían que desprenderse nunca y al que solo emplearían para fundar los sectores agrícolas y urbanos en la tierra ocupada. Naturalmente, ésta era una prueba de la Sabiduría pero no la Sabiduría en sí. ¿Y qué de la Sabiduría?, ¿cuándo se obtendría el conocimiento que permitía al Espíritu viajar más allá de las estrellas? Individualmente dependía de la voluntad puesta en regresar al Origen y de la orientación con que esa voluntad se dirigiese hacia el Origen. Cada uno podría irse en cualquier momento y desde cualquier lugar si adquiría la Sabiduría procedente de la voluntad de regresar y de la Orientación hacia el Origen. El combate contra las Potencias de la Materia tendría que ser resuelto, en este caso, personalmente; ello constituiría una hazaña del Espíritu y sería considerado en alta estima por los Dioses Liberadores.
Colectivamente, en cambio, la Sabiduría de la Liberación del Espíritu, la que haría posible la partida de todos los Guerreros Sabios hacia K'Taagar y, desde allí, hacia el Origen, solo se obtendría cuando el teatro de operaciones de la Guerra Esencial se trasladase nuevamente a la Tierra. Entonces los Dioses Liberadores volverían a manifestarse a los hombres para conducir a las Fuerzas del Espíritu en la Batalla Final contra las Potencias de la Materia. Hasta entonces, los Guerreros Sabios deberían cumplir eficazmente con la misión y prepararse para la Batalla Final. Y en ese entonces, cuando fuesen convocados por los Dioses para ocupar su puesto en la Batalla, les tocaría a los Guerreros Sabios en conjunto, demostrar la Sabiduría del Espíritu. Tal como afirmaban los Atlantes leales al Espíritu, ello sería inevitable si los pueblos nativos cumplían su misión y respetaban el Pacto de Sangre pues, entonces, la máxima Sabiduría coincidiría con la más fuerte voluntad de regresar al Origen, con la mayor orientación hacia el Origen, con el más alto valor resuelto a combatir contra las Potencias de la Materia, y con la máxima hostilidad espiritual hacia lo no espiritual.