El Arco de Artemisa - Segundo Episodio, Los Doce Misterios

20. El Tótem ausente...

Solo a dos cosas le debes temer: a sufrir la indiferencia de los Dioses y a perder tu única oportunidad de regresar al Origen.

Qhawaq Yupanki

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Qhawaq Yupanki era un hombre anciano de cabellera plateada, cejas espesas y barbas grises. Su frente estaba marcada por profundas arrugas que dileaban su ceño. Su cuerpo estaba totalmente imbricado de numerosas cicatrices causadas en guerras sin determinar y en otras que eran motivo de polémica incluso entre los escribas de Erks. Sus ojos carecían totalmente de pupila o iris, eran solo una esclerótica en blanco cuya eterna expresión era la nada de una mirada sin brillo. Nadie sabía cómo había perdido Qhawaq la vista, pero todos lo conocieron invidente desde un principio.

En algunos registros apócrifos de historia boliviana se habla a menudo de un "indio blanco" que en reiteradas ocasiones adquirió notoriedad por sus intervenciones en el curso de los eventos históricos no solo de Bolivia, sino de todo el continente sudamericano. Algunos estudiosos de Erks e historiadores del Colegio Militar de Bolivia, pertenecientes al Escuadrón Inti, aseveraban que Qhawaq Yupanki era ese "indio blanco". Eso, contra toda lógica, implicaba que la edad del anciano era de unos 300 años o más. Sin embargo la vida de Qhawaq era un misterio sin resolver, él mismo jamás hablaba de su juventud.

Aunque nadie podía determinar la edad exacta del anciano, lo cierto era que el viejo Qhawaq había vagado por diversos rumbos a lo largo de su vida, interviniendo en cada momento importante de la historia. Algunos anales identificaban al "indio blanco" durante la retoma de La Paz en la Batalla de Ingavi de 1841. Otros documentos hablaban de un "indígena blanco" que combatió al lado del teniente boliviano Germán Busch Becerra, trazando estrategias para la RC-6 "Castrillo", durante los años de la Guerra del Chaco. Producto de la guía del "indígena blanco", Busch preparó un asalto muy bien planeado para derrocar a David Toro y tomar el poder bajo un gobierno Nacionalista que, sin duda, habría logrado importantes reformas nacionales. También se conoció de varios acercamientos de Busch con el Gobierno Alemán del III Reich; esta relación fue lo último que las Potencias de la Masonería tolerarían a Busch. Era un secreto a voces que el presidente boliviano tenía una relación con la Germanenorden y la Thulegesellschaft, mismas que eran las órdenes rivales más temidas de la Francmasonería y la Golden Dawn británicaambas organizaciones a cargo de manejar a todos los países de América Latina en sus dimensiones políticas, económicas y militares, y protagonistas junto al bolchevismo en las Batallas Gnósticas durante la Segunda Guerra Mundial. Por supuesto, un líder nacional imbuído en los círculos alemanes y nacionalistas, y directamente relacionado con la peligrosa figura de Qhawaq era una amenaza inaceptable para las Potencias de la Materia. Fue de ese modo que se ordenó el asesinato de Germán Busch, siendo éste ocultado tras el velo de un supuesto y misterioso "suicidio".

El anciano era descendiente de la ancestral Casa de Skiold. Sus antepasados eran conocidos como Atumurunas y procedían de la región de Schleswig, en el Sur de Dinamarca. En el siglo X existía allí el Reino de Skioldland, que tenía ocho siglos de antigüedad y había resistido a la invasión cristiana de Carlomagno ciento cincuenta años antes.

Los skioldanos eran conocidos por conservar su lealtad a Odín, o Navután, incluso durante la cristianización de Escandinavia; y habían logrado preservar su Piedra del Origen como herencia de los Atlantes blancos. Todo aquello derivó en que Jehovah, la Sinarquía y las huestes celestiales declararan la guerra a la Casa de Skiold. No obstante los continuos ataques de los demonios del cielo, los skioldanos consiguieron mantenerse libres hasta los tiempos del Rey de Alemania Enrique I. En el siglo X, este Rey, que era también Iniciado Hiperbóreo, derrotó al Rey de Dinamarca, Germondo, y conquistó Schleswig; según su costumbre, estableció una marca fronteriza en la región y para tal fin nombró Margrave al Rey de Skioldland, sin importarle si sus súbditos eran o no cristianos. Pero el Reino alemán sí lo era y los Golen no tardaron en iniciar una campaña de agitación para forzar la conversión en masa de los vikingos y obligar a su Rey a entregar "los instrumentos del Culto pagano", entre ellos la Corona que tenía la Piedra del Origen. Sin embargo, nada consiguieron en vida de Enrique I.

Muerto el Rey en el año 936, le sucedió su hijo Otón, quien, a pesar de descender del legendario Vitikind por parte de su madre Matilde, tenía el cerebro lavado por obra de sus instructores Golen benedictinos. Otón I deseaba en todo imitar a Carlomagno y comenzó por hacerse coronar Rey en Aquisgrán por el Arzobispo de Maguncia, a lo que seguirían luego varias expediciones a Italia para conocer a los Papas y su investidura imperial en Roma, en el 962.

En el 965, las intrigas de los Golen y los demonios celestiales surtieron efecto y una expedición marchó sobre Schleswig: la componían tropas imperiales al mando del General Zähringer y llevaban la misión de convertir al Reino pagano al cristianismo o destruirlo, y, de cualquier modo, secuestrar la Corona real. No había salvación para los vikingos y es así que su Rey, Kollman, les propone abandonar ese país que pronto caería en poder de los Demonios: "¡Odín guió a nuestros abuelos y les entregó estas tierras; y Él nos manda ahora partir hacia otro Reino allende los mares!"

El setenta por ciento de la población aceptó la oferta y se hizo a la vela en 220 drakkares, quienes se quedaron fueron pasados a cuchillo por los enfurecidos evangelizadores. La numerosa flota cruzó el Mar Tenebroso y llegó hasta el Golfo de México. Allí florecía la civilización de los toltecas, una sociedad avanzada con el recuerdo de sangre muy presente. Ellos recibieron a los vikingos como "hijos de los Dioses", es decir, como descendientes de los Atlantes del Pacto de Sangre.




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