Adentrado en medio de unos cúmulos gigantescos de basura, trato de contener mi respiración, mientras busco algo que me pueda servir para acallar el ruido que produce mi estómago, un ruido que vengo escuchando desde hace tres días, si tres días, todo un nuevo record para mí, tres días solo probando un poco de agua de algún grifo y algún mendrugo de pan que encuentro entre los desechos de las bolsas de desperdicios que arrojan al botadero, el botadero, mi hogar, desde que pude escaparme de aquella cárcel llamada orfelinato, si cárcel, pues ello parecía desde que llegue allí tras perder a toda mi familia, en aquel accidente de tránsito, siendo solo un niño de 7 años, y sin ningún familiar que se haga cargo de mí, las autoridades decidieron que sea llevado a ese lugar, en donde mi dolor aumento, y debido a los malos tratos me vi obligado a huir de este dos años después, sin duda mi nueva vida no es sencilla, pero tengo lo principal, una familia, pues la que tenía en el orfelinato no la era. Rafa, Carola y Mauri, son desde hace 5 años mi familia, mis hermanitos de corazón, y digo hermanitos porque ellos son menores que yo, además tampoco tienen una familia, por lo mismo, yo me convertí en su hermano mayor, y responsable de conseguirles alimento a ellos, através de mi trabajo en el botadero como reciclador, con este trabajo he podido también conseguir un espacio para que vivamos, aunque no siempre hay días buenos en el botadero, y ello es que ha estado pasando esta última semana. Según el viejo tuerto, el líder del botadero, un hombre mayor de carácter un tanto amargado y con un ojo de pirata que le da un estilo de villano, el que no encontremos casi productos para reciclar se debe a la proximidad de la Navidad, ya que muchas de las familias del pueblo, han decidido ir a la montaña, y son pocas las familias que se han quedado en el pueblo, con ello, lo que consumen ha disminuido y como consecuencia los productos a reciclar también, y más siendo decenas de familias las que dependemos de este tipo de trabajo. Tal vez deba ir al pueblo, a buscar entre los contenedores algún producto que reciclar, antes de que sean recogidos y los traigan al botadero, si debo ir al pueblo, así tendré más opción de encontrar cosas que me sirvan para vender y poder llevarles algo a mis hermanitos. Mi pensamiento fue interrumpido por el sonido de mi estómago, el cuál rugió cual león enjaulado, no solo llamando mi atención, sino la atención de los demás recicladores que habíamos en el lugar.
—Toma muchacho, me dijo una mujer mayor de cabello cenizo, y rostro cálido, tras sacar del mandil desgastado que llevaba puesto un trozo de pan. Esta limpio, lo compré antes de venir al botadero — expreso mirándome con aquellos ojos azulados, debido a la opacidad producto de la catarata que se estaba apoderando de sus envejecidos ojos.
—¡Gracias señora Angela!, pronuncié, tras recibir aquel trozo de pan, el cuál empecé a comer con voracidad.
La señora Angela, era un verdadero ángel para todos los que la conociéramos y tuviéramos la dicha de compartir algún horario de trabajo con ella, pues está siempre estaba pendiente de nosotros, era como una madre para algunos o una abuela para otros, que siempre estaba dispuesta a darnos su apoyo, incluso con su propio alimento.
—No debes quedarte tantos días sin comer, me dijo ella, mientras posaba su mirada sobre mí.
—Si comí, aunque no mucho, pero comí, respondí, mientras terminaba el último trozo de pan.
—La Navidad se acerca, creo que debemos ir al pueblo, no podemos quedarnos a esperar que los contenedores de basura sean traídos acá, agrego ella, en cierto tono melancólico.
—Yo iré por los dos — dije, pues yo era el único de todos los recicladores que conocía del problema de la señora Ángela, y no me refiero a su problema de la vista, sino al problema que tenía con sus huesos desde hace algunos meses, un problema que no le permitía caminar mucho, ni estar parada por tanto tiempo, por ese motivo, ella se ausentaba algunos días en el botadero.
—¡Gracias muchacho! como siempre tan amable, expreso ella.
—Lo aprendí de usted, abuela — dije, acercándome a abrazarla.
Tras aquel abrazo, decidí ir al pueblo, necesitaba conseguir productos para reciclar y poder vender, la Navidad estaba cerca, y era una de las fechas que más amaba, pues me recordaba a mi familia, y a pesar de mi carente nueva vida, yo nunca dejé pasar por alto esa fecha.
#1665 en Novela contemporánea
#6352 en Otros
#1858 en Relatos cortos
navidad romance amistad, navidad amor familia, navidad y celebración
Editado: 17.12.2023