Quería que me tragara la tierra.
Si, justo eso era lo que yo necesitaba, de verdad que sí… No podía creer que hubiese hecho semejante ridículo la noche anterior. ¿Cómo era posible?
Mis ojos terminaron de abrirse del todo mientras me acostumbraba a las sombras que había en la habitación, unas fuertes nauseas me invadieron deprisa, y traté de controlar las arcadas. Necesitaba ir al baño, pero no fui capaz de ponerme de pie, no cuando escuché ruido en la cocina del lugar.
Era tan estúpida.
¿Por qué me había tirado así sobre él? ¿Qué me pasaba?
Me repetí una y otra vez que era una estúpida que había arruinado todo, desearía en serio no poder recordar lo que dice, aun así, las imágenes estaban en mi cabeza y eso me jodió de nuevo.
Traté de omitir los recuerdos, pero no pude, recordé precisamente la charla en el baño, las palabras de Ian, mis palabras y por último el beso.
¡Ese condenado beso!
No debería haberle rogado por un beso, tampoco debería haberme abalanzado sobre él, simplemente no debería haber bebido... Sabía que cuando estaba ebria podía ser algo pesada, pero cuando me encerré en el baño y comencé a beber, jamás me imaginé actuando como una regalada y rogándole a Ian por un beso, solo uno...
Por más que quise olvidar el día anterior, todo siguió ahí atormentándome, tampoco pude olvidar la promesa que le hice a Blake, y de solo pensar que tendría que volver aquella casa de nuevo, todo en mi se apretujó una vez más.
Estaba jodida.
—¿Is? —Escuché la voz de Ian al otro lado de la puerta, y traté de no hacer ruido.
Que se vaya, que se vaya, que se vaya…
Repetí esas palabras en mi mente una y otra vez sin detenerme nunca.
Aguanté la respiración hasta que escuché sus pasos alejándose de nuevo, no quería verle la cara y ver la decepción impregnada en sus rasgos. Él había tratado de ser amable y servicial conmigo, y yo a cambio me había lanzado como una fácil sobre él sin medición alguna.
La vergüenza y mortificación fue tan fuerte, que me obligué a seguir en la habitación muchas horas para evitarlo, porque yo sentía y sabía que había hecho algo mal.
Había arruinado nuestra amistad
Había arruinado mi relación con Ian.
No sé si pasaron horas o solo minutos, pero el hecho fue que decidí no moverme de mi cama, me quedé tan quieta que pude jurar que me había vuelto parte de la jodida cama.
Es raro, normalmente a mí me daba igual lo que las personas pensaban de mí, en todo caso, yo siempre pensaba lo peor de ellas. Pero con Ian era diferente, porque, aunque no lo admitiera, cada que estaba con él siempre quería sacar la mejor parte de mí, aquella que estaba enterrada en lo más profundo de mi ser.
No quería quejarme más sobre mi vida, porque no era precisamente una quejica. Había días en donde me preguntaba cómo podía quejarme por mi vida si al otro lado del mundo había personas que vivían mucho peor que yo, al menos tenía algo que comer, tenía agua que beber y hospitales a donde ir si me enfermaba. Pero, por el contrario, estaban aquellas personas que solo podían tomarse un vaso de agua al día y eso era mucho... Me enfermaba pensar que estaba tan corrompida por el dolor, que ya solo pensaba en mí misma cuando había personas que están mucho más rotas y de igual manera habían logrado salir adelante.
¿No podía hacer lo mismo yo? ¿No podía simplemente salir adelante y dejar atrás mi dolor? ¿No era posible? ¿Era yo diferente?
Antes pensaba que sí, que aquella era la respuesta, aun así, ya no estaba muy segura…
Creía que, por tener dinero y por estar rota, era única e incomprensible, pero me di cuenta de que era una ridiculez. Había muchas personas alrededor del mundo que tenían dinero y también se sentían solos, vacíos y únicos.
La única y mínima diferencia entre tú y yo, él y tú, él y ella, es que cada uno escogemos la manera diferente de destruirnos a nosotros mismo, como si eso fuese necesario, nos arruinamos una y otra vez sin parar, sin piedad y sin razonamiento.
Hay muchas personas caminando por ahí que estarían dispuestas a venir, romper tu corazón y después marcharse como si nada, yo sabía como era eso y entonces, al final del día, no éramos diferentes, nadie lo era. Todos estábamos destinados al dolor y al caos.
No había nada que hacer por nadie, ya no.
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—Por fin te despertaste. —La mirada azul de Ian se posó sobre mi cuando entré a la cocina.
Había entendido que no podía pasarme toda la vida metida a mi habitación, así que al final solo tuve que salir y hacer lo que yo mejor sabía hacer; fingir.
—Uhm… —Susurré e hice una mueca de dolor al sentir mi cabeza tan débil.
—¿Te encuentras bien? —Preguntó sin dejar de verme nunca.
Su preocupación me conmovió.
—Bebiste mucho anoche, Is. —Dijo sin más—, es normal que te sientas un poco indispuesta hoy.
—Sí, quizás tengas razón.
Caminé hasta la silla más cercana y me senté en ella con lentitud, sintiéndome muy cohibida por la mirada de él.
La nauseas me golpearon una vez más, y me maldije internamente. —¿Por qué había bebido tanto? ¿Qué me pasaba? —.
—¿Qué pasó a ayer? —Pregunté cómicamente, sin atreverme a mirarlo. —No recuerdo mucho.
El silencio que le siguió a mis palabras fue tanto, que al final no tuve otra opción que levantar la mirada y buscar la del pelinegro, la cual estaba llena de escepticismo.
—¿No recuerdas nada? —Escaneó mi rostro con intención.
—Recuerdo que tu gato me mordió, después me encerré en el baño y bebí hasta el cansancio. Eso es todo. —Eso era mentiras, pero él claramente ya debía de saberlo. —¿Qué pasó? ¿Cómo llegué a la cama?
Había esperado mal humor por parte de él, de hecho, uno que otro comentario sarcástico. —Aun así—, nada de aquello sucedió. Ian era demasiado amable para hablarme mal, sin embargo, no pudo evitar reírse de mis palabras, y aquello me dejó anonadada.