Me desperté, no estaba en el bar, todo me daba vuelta, apestaba alcohol, todo seguía intacto, era otra mañana en donde el primer pensamiento eras tú y el vacío que habías dejado, de todos mis recuerdas sólo se había quedado el nuestro, era una fuerza que oprimía el pecho, mataba ilusiones y avivaba realidades, sin duda era otra mañana con el mismo sentimiento. Sentía la presencia de alguien en el ambiente, veía las sombras de un cuerpo moverse, escuchaba la voz alejada de alguien pronunciar algunas palabras, dejé la cama, observé el lugar, no podía ser verdad, esas paredes, ese aire, tenía que ser un sueño. Entonces escuché su idiota voz, nos abrazamos, había pasado mucho tiempo desde aquel entonces, todo lo que habíamos vivido, las apuestas, los partidos, las risas, los sueños, las aventuras, los regaños por culpa mía o tuya, las peleas, lo prohibido, los “por mis cojones que lo hago”, las madrugadas sin dormir, las charlas con tu madre, el todo y la nada de la que habías sido parte y aún seguías ahí.
Habías perdido a tu padre años atrás, sabía lo que se sentía, yo perdí a mi madre y trataba de vivir con eso todavía, creo que nos conectaba nuestro odio por el amor. Empezó a llover, nos sentamos por el agua, y hablamos de la vida, encendiste un cigarro y pude ver tus ojos llenarse de lágrimas mientras pronunciabas unas débiles palabas.
- Muchas veces me contuve de decir “te extraño”, pero te extrañaba.
-…
- Eres un idiota.
Lo abrace fuerte, lamentaba haberme alejado, encerrarme en la tormenta, admito que me sentía solo en el camino, pero siempre venías y me traías de vuelta a la realidad con tu estupidez, era como un desastre y tu gustabas de tormentas, yo era como un libro cerrado y de algún modo tu habías logrado leerme, no me juzgabas, no me entendías, sólo me aceptabas, te quedabas en cada recaída, pasamos muchas veces por lo mismo y a pesar del tiempo seguías siendo mi espejo, llorabas en frente de mí y el olor a cigarrillo se entrelazaba con el diluvio de esa mañana, a pesar de lo desquebrajada que estaba la vida, seguías ahí.
- Ayer te recogí del bar y te traje a casa, parecías otra víctima del amor, decías estar bien pero parecías haber recaído otra vez, llorabas mientras hablabas de ella y el encuentro con tu madre. -Dijo mientras encendía otro cigarrillo.
- Joder, los recuerdos de todo esto nublan mi cabeza, y eso apesta.
- Bro, ¿sabes?… Ella tuvo una hija después de todo eso y...
- No.
- Digo, puede ser tu hija.
- No. -Interrumpí. -Nunca me acosté con ella.
- Lo siento bro.
- Descuida man. –Sonreí.
- Tengo que ir a trabajar, no te pierdas ¿sí?, llama cuando puedas.
- Bueno mi amor. -Bromeé débilmente.
Se alejó alzando el dedo medio mientras sonreía, había sido bueno reencontrarlo omitiendo la manera en que se dio tal hecho, lo importante era que en todo lo malo había encontrado algo bueno, a ti, mi hermano. Anduve por la casa, no había cambiado mucho, el color gris seguía vistiendo las paredes, las mismas fotografías viejas seguían luciendo transparentes sonrisas. Las fotografías no cambiaban a pesar de que la gente y el tiempo lo hagan, quizá por eso las conserven. De repente oí llegar a alguien, y me encontré con la mujer más tierna de este mundo sucio, tu madre. Parecía sorprendida, su gran sonrisa lucía intacta y a pesar del paso del tiempo reflejado en su rostro, su esencia seguía irradiando juventud. Me abrazó con entusiasmo, parecía emocionada, feliz.
- ¡Cielos Allen, cuánto tiempo! ¿Cómo estás?
- Bien, es lo que todos dicen, ¿no?
- Cielo, sé que no hace falta contar el daño que ha causado este vendaval de niebla, sé que duele, duele hasta el alma.
- …Ya he pasado por esto antes. -Interrumpí apartando la mirada.
- ¿Volviste por ella?
- …Volví para dejar de creer en ella.