El arte de Matar

Prólogo

Guaca-Sucre,Venezuela.
7:30 pm
 


 

La noche de aquel martes de 1999 era escalofriante. El pueblo pesquero se veía sumergido en una penumbra absoluta, solo podía escucharse el chocar de las olas de la playa. Solo levemente. 
 


 

Las calles estaban desiertas, las hojas de los arboles hacían su sonido caracteristico al ser movidas por el viento. Para luego parar. 
 


 

Aquella noche, entre las sombras. Un asesino comenzaría a nacer, silencioso y observador. Al pendiente de su presa, asechándola.
 


 

La pequeña Ximena, una niña de tan sólo 12 años, se encontraba paseando a orillas de la playa del lugar. Un poco más alejado de las casitas del sitio, a aquella le encantaba mirar la playa y sobretodo, las uvas marinas. 
 


 

Se encontraba mirando el cielo estrellado, mientras el frío de la noche la envolvía, haciendola temblar. Ríe, en sólo unas horas se imaginaba comiendo el famoso pescado asado de la abuela, acompañado con una arepita raspada de esas que tanto les gustaba. 
 


 

Siguió paseando a orillas de la playa sin compañía alguna, sin importar la oscuridad que la rodeaba.
 


 

No tenía miedo- había dicho la pequeña para sí misma. 
 


 

Se había acostumbrado a estar sola, no tenía muchos amigos y la mayoría vivían en otras ciudades o pueblos. Sólo tenía a su abuela, jamás había conocido a sus padres y no tenía esperanzas de hacerlo. 
 


 

Sonríe con inocencia la pequeña, le había pedido permiso a la nana para ir a jugar un momento al parque de la comunidad. Toda una mentira, sólo había sido una excusa para ir a la playa y mirar las olas de aquel mar. 
 


 

La luna reflejaba su luz en el agua salina mientras algunas leves olar levantaban en aquel entorno. Miró a su alrededor, todo a oscuras. 
 


 

Fue hasta el árbol de uvas más cercano, para que con mucho pena, se diera cuenta que estaba vacio. Bufa, los vecinos habían acabado con todas las uvas playeras.
 


 

-Es una pena-lloriquea-. Tocará el próximo retoño. 
 


 

La pequeña con evidente tristeza, continúa su camino por aquel camino solitario de aquella playa. Parándose de vez en cuando a recolectar algunas conchas marinas. Servirían para un collar de perlas a la nana, se había dicho. 
 


 

Caminó y caminó hasta encontrarse con una gran roca en medio de su camino. Miró atrás, ya estaba demasiado lejos de la zona que estaba acostumbrada a recorrer. 
 


 

Se encogió de hombros, sólo eran unos cuantos metros. No había peligro, estaba a salvo. Aquel pueblo era seguro. 
 


 

Había oído misterios de aquella piedra, sobretodo de los lugareños del lugar y de los mayores. Estaba a punto de pasar a la escollera, un lugar donde según abundaban los espantos. El tipo de lugar donde nadie podía entrar y salir ileso.
 


 

Ximena recordaba muy bien las palabras de una vecina, su amiga de algunos juegos en tiempo libre. Según aquella chica había sido capaz de cruzar al otro lado de la playa y volver al instante din ningún rasguño.
 


 

¿Por qué yo no podía? 
 


 

Pensó. Aquello era fácil, entrar y salir rápidamente y quizás para mi suerte, traería algunas uvas. La pequeña había tomado aire para luego, con mucho cuidado, comenzar a escalar aquella piedra. 
 


 

Había tardado en cruzar tres minutos, tres miseros minutos. Sonríe ante su hallazgo mientras empieza a mirar el nuevo lugar para sus ojos. Si la luz era poca en la otra playa, en esta era aún más escasa. 
 


 

Los arboles estaban sumergidos en la sombra, apenas podía distinguirse si había alguno. Las olas estaban apasiguadas y el viento sonaba en forma de susurro. 
 


 

Había cruzado sus brazos en busca de parar el frío y conseguir algo de calor. Siguío caminando aquel camino hasta que a lo lejos, divisó para su sorpresa un regalo del Dios Uva. 
 


 

Como ella lo llamaba.
 


 

Salió corriendo en dirección a aquel árbol rodeado por muchos más. Todos y cada uno estaban repletos de ellas, jugosas y maduras. Se estiró en busca de un buen ramo pero no lo logró. 
 


 

-Aush.
 


 

Saltó de dolor al sentir algo clavándose en la planta de su pie. Se sentó en la arena y empezó a imspeccionar éste, se había enterrado una espina de pescado. 
 


 

¿Qué hacía una espina de pescado por allí?
 


 

Descartó la pregunta. No era la única que había ido alguna vez a aquella playa. Sabía que no, no era tonta. Derrepente comenzó a sentir miedo, alguien podría estar viéndola en aquel justo momento, sin ella darse cuenta. 
 


 

El sonido similar a unas botas mojadas pisando el fango comenzó a oírse a los segundos. Su mente había comenzado a parar en una explicación para todo aquello. Y la encontró.
 


 

A la distancia, no muy lejos de donde se encontraba la roca enorme que hace minutos había escalado se encontraba un hombre. Ximena forzó la vista conforme aquel hombre comenzaba a avanzar a su dirección con una macabra sonrisa. 
 


 

Pues, era lo único que podía verse. Su rostro estaba completamente tapado con una capucha, en una de sus manos colgaba un machete con un filo reluciente. A cada paso podía verse algunas gotas de una sustancia o líquido rojo cayendo de éste. 
 


 

Debía ser una broma. En ningún momento me habían perseguido, debía ser una broma de mal gusto. Fué lo primero que pensó la niña paralizada por el miedo.
 


Sin embargo, aquel desconocido avanzaba conforme la luz de estrellas se apagaba, quedando aún más a oscuras.




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