1
La alarma sonó como era acostumbrado, a las seis de la madrugada.
Walter Redmayer se incorporó en la cama y dejó que los rayos de sol que se colaban a través de la ventana iluminaran su cara y terminaran de despertarlo. Se levantó y caminó con calma hasta el pequeño baño con el cuál contaba su departamento de renta. Observó el reflejo de aquella persona de casi treinta años de edad y las arrugas confirmaban las noches de desvelo, su mirada se encontraba vacía al igual que lo estaría la de un sobreviviente de guerra y, hasta cierto punto, él era eso.
Giró la perilla del lavabo y dejó correr el agua por unos segundos sin quitar la vista de aquel hombre decrépito y consumido por su no tan corta edad. Tomó un poco de agua entre manos y como si su lavabo fuese la fuente de la eterna juventud su expresión cambió drásticamente, al quitar las manos de su cara lo que ahora podía observar era un sujeto agradable al cuál cualquiera le contaría sus problemas y le pediría una ronda más de cerveza.
Desayunó rápidamente y sin tomar un baño se dispuso a salir del encerrado departamento para encontrarse en las hermosas y coloridas calles de la ciudad de Bakea, perteneciente al Estado de Diana el cual contaba con un premio al lugar más tranquilo y pacífico del país de Carbas. Tomó su bicicleta y pedaleó unas cuantas cuadras hasta llegar al Antony’s Bar, tras colocar la bicicleta junto a la puerta del bar observó cómo el dueño del establecimiento estacionaba su automóvil frente a éste.
― ¡Buen día, Walter! ―Gritó Antonio Rodríguez.
―Buen día. ―Respondió éste sin necesidad de gritar.
Antonio se acercó al bar y colocó las llaves para abrirlo, una vez dentro encendió las luces y la televisión. Walter se acercó a la barra y comenzó a limpiar las mesas con un trapo que desprendía fragancia a limón. Rellenar los centros de mesa con algo de golosinas, colocar flores en medio de cada una de ellas y mantener el orden en el bar, esa era la rutina diaria de él.
― ¿A qué hora llega Mickey? ―Preguntó mientras limpiaba una de las mesas.
― ¡Lo normal, de media hora a una hora, ya sabes que tiene problemas con su novia a cada momento! ―Gritó el jefe desde su oficina.
―Mickey…Mickey…Mickey… ―Susurró Walter mientras meneaba la cabeza.
2
Él recordaba el primer momento en que vio a Michael Alexander. Fue, de hecho, el primer día que llegó a Bakea. Tras huir de su pasado en la ciudad central de Carbas, Walter Redmayer llegó montando el Bugatti de su difunto amigo Joseph Davis. ―Se persignó tras pensar eso y besó su crucifijo.― Con su equipaje en el maletero, entre esas cosas se encontraban un par de objetos personales, algo de ropa y una perfecta e inmaculada gabardina blanca con un pasado oscuro y perturbador ¿Cuántas veces había tenido que quitar manchas de sangre de ella? El número era bastante elevado. Había estacionado el Bugatti en el primer estacionamiento libre que encontró y se había bajado de él para observar el desfile presidencial. Personas bebiendo por todas partes, risas estruendosas y un par de disparos al aire que posteriormente acabarían en heridos aleatorios. Balas perdidas es la ruleta rusa que se extiende a grandes metros. La política nunca le había gustado, al igual que las estadísticas preliminares antes de las elecciones. Quedaba en cada quién el decidir por qué candidato votar en el momento decisivo, los políticos eran parecidos a esas encuestas, a los resultados llenos de aparente razón la cuál cambiaba cuando las personas se disponían a dar su voto en temporada de elecciones y es que más de una vez una persona que se encontraba en la cúspide de las estadísticas llegaba a estar bajo tierra en votos reales. Él siempre había pensado que si cada ciudadano de cualquier país democrático leyera y entendiera las leyes de su respectiva constitución, tendría algo con qué defenderse ante los políticos corruptos, los engaños y las estafas. El nuevo presidente de Bakea saludaba a los ciudadanos desde lo alto de una carroza que desde su sitio podía observarse relativamente lejos, en ese instante una persona que caminaba por la acera había empujado a otra la cuál fue a parar sobre el capó del automóvil de Walter, y el sujeto que propició el primer golpe rompió el vidrió frontal del auto con un bate.
Él rápidamente se acercó al hombre y lo ayudó a levantarse.
— ¿Te encuentras bien? ―Preguntó.
—Sí, ya sabes…problemas de ebrios en campañas políticas. ―Respondió sonriendo.― Un clásico ¿no?
—Mi dinero. Ahora. ―Terció el otro sujeto levantando su camisa para mostrar una pistola sujeta al cinturón.
—Y yo que pensé que ésta era una ciudad aburrida. —Comentó Walter.