El aullido: El legado

Maldito viejo

Narcissa

Mordisqueo el cigarrillo apagado que tengo entre mis labios mientras jugueteo con el encendedor entre mis dedos, decidiendo si debería fumarlo entero en cuanto me baje del taxi antes de ver a Sam, o fumarlo frente a él con tal de fastidiarlo. A lo mejor no debería de molestarlo en su tiempo de duelo, pero a lo mejor el fastidiarlo lo ayuda a distraerse un poco.

Mierda, el no saber qué hacer solo me hace pensar en estupideces.

Apenas pago el viaje, enciendo hábilmente el cigarrillo y tomando una fuerte calada de humo, dejándola escapar entre mis dientes apretados. Odio que este maldito hábito de porquería me ayude a calmarme. Aún no comprendo por qué carajo le dije que si a mi compañero que me ofrecía el cigarrillo en aquella fiesta, no lo necesitaba, nunca lo necesité, pero claro, ahí estaba yo, tosiendo sin parar mientras le daba mi tercera calada. Ahora cuento mi quinto cigarrillo del día, el cual finalmente me genera un sentido de más tranquilidad, aunque al inicio ni siquiera llegaba acabarme uno.

Estúpida. 

Doy una última calada antes de apagar la coletilla y tirarlo en un basurero por la calle, caminando hacia la casa de Sam. Luego de su mensaje decidí que era mejor no escribirle y darle su espacio. Al menos, eso fue lo que pensé, pero casi inmediatamente después pedí un taxi directo a su casa. Vaya, cuanto espacio le estoy dando.

Carajo, ¿Qué debería de decirle? ¿De verdad se puede decir algo útil en este tipo de situaciones? Se suelen decir muchísimas cosas para consolar a la persona, pero no he escuchado ninguna que realmente cumpla con su función. Todas me parecen palabras vacías, y si yo las siento así, no quiero ni imaginar como debe de sentirlas Samuel.

Ah, Samuel. El desgraciado que no me permite amar a alguien más. Al principio solo era el tipo de "crush"  que es más grande que tu e irresistible para todo tu curso, por el cual caes rendida solo por su físico y por rumores que te llegan de su personalidad. Comencé a enviarle regalos como su "admiradora secreta" como una apuesta con mis amigas, un juego bobo e infantil. Nunca pensé que Samuel entraría al salón durante ese recreo mientras yo metía una de las cartas en su mochila, mucho menos que me ofreciera su amistad, y ni hablar de que al final, esa atracción física, se volviera amor. 

No tengo idea de en qué momento fue que me enamoré de él, y me gustaría saberlo. Quisiera poder saber qué gesto, qué sonrisa, qué frase, fue la culpable de que mi corazón ya no esté en mi pecho sino en el suyo.

He seguido el paso de Sam desde entonces, a quien por mucho que me esfuerce, parece estar muy lejos de mi. Samuel nunca me ha tratado como alguien inferior a él a pesar de las constantes burlas de sus amigos, pero de alguna siempre estoy dos kilómetros detrás de él, corriendo tras él...

Es como si por mucho que lo intentara, no encuentre una forma de llegar hasta él. Y temo que no importe qué tanto insista, algún día él simplemente se aleje más hasta perderlo de vista.

Toco el timbre de la entrada de su casa, colocando una menta entre mis dientes para disimular levemente el aroma a cigarro que debe de salir de mi boca al hablar, aunque no pueda hacer mucho con el hedor de mi ropa y piel. Los señores Corch son muy amables conmigo, cada vez que vengo me hacen sentir como en mi casa, por lo que detesto haber fumado antes de entrar a su casa, pero en casos donde estoy demasiado ansiosa, no puedo evitarlo...

La señora Corch me abre la puerta y apenas verme me regala una sonrisa dulce, aunque esta vez, también refleja un gran pesar. Es comprensible, Tara había sido como una hija para ella todos estos años, y el Elvira también la esté pasando mal y ella no pueda hacer nada para ayudarla debe de hacerla sentir impotente. Quisiera abrazarla pero de seguro el aroma a cigarro la ahogaría. Me limito a devolverle la sonrisa.

-Hola, señora Corch.-la saludo a pesar de ya habernos visto en el velorio hace un par de horas atrás.-Pasaba por aquí y quise venir a ver a Sami.

-Oh, querida. Tan gentil como siempre.-me responde sin dejar de sonreír, antes de suspirar.-Apreciamos mucho que hayas venido, pero temo que Samuel no se encuentra en casa.

-¿Sabe dónde pudo haber ido?

Niega con la cabeza.

-Nos envió un mensaje antes de irse. Dijo que saldría con un amigo suyo, solo que no dijo su nombre.-me comenta un tanto preocupada.- Parece que se conocieron en la biblioteca del colegio una tarde que Sam tuvo que quedarse a estudiar hasta tarde.-"¿La biblioteca?"-¿Por qué no pasas y lo esperas con nosotros? podemos jugar una partida de casino...

-Gracias, señora Corch, pero no puedo. Vine porque me quedaba de paso, pero tengo que ayudar a mi padre con la clínica. Será en otra ocasión. 

Estas ocasiones son las únicas en las que me alegro sinceramente ser tan buena mentirosa, y que por ende sepa descubrir una mentira con facilidad.

Nuestro colegio no tiene biblioteca, y si la tiene, Sam ni muerto pondría un pie dentro, pues los únicos libros o textos que lee por su cuenta son los que Elvira escribe. Y Sam nunca se ha quedado más de lo necesario en el colegio, y si se queda hasta tarde es únicamente por entrenamientos de baloncesto, o porque termina castigado. 

Sam le había mentido a la señora Corch, y de alguna forma, creo saber el por qué.

Presiono su número y me llevo el celular a la oreja, caminando por la cera, escuchando el tono de llamada y colocando el sexto cigarrillo del día entre mis labios.

Debo dejar de fumar.

 

Sam

El silencio invade el carro mientras conduzco con más calma hacia el sitio que Alex se limitó a colocar en el navegador. La ansiedad y terror que nos carcomía antes de toparnos con la supuesta Morgana se desvaneció como polvo en el aire, pero la charla de Alex con ella, provocó que ahora él esté guardando un silencio sepulcral, mirando hacia el frente con el entrecejo fruncido y transmitiendo una sensación que te provoca escalofríos y tremendo nerviosismo. 



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En el texto hay: hombreslobo, accion, aventura

Editado: 12.02.2022

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