El báculo mágico (#2 saga Siete Rosas)

Capítulo 2 - La niña, el prisionero y el jikán rojo

[...] a mí me mandan a buscar a esta gente

cuyos nombres están aquí escritos,

¿y cómo voy a encontrarla si no sé leer los

nombres que tienen escritos aquí?

(Shakespeare, Romeo y Julieta)

 

   La posada era un edificio enorme de ladrillo rojo y estaba rodeada por coníferas y arces vetustos. Todas las ventanas del segundo piso se encontraban a oscuras, mientras que las del primero irradiaban una luz anaranjada. Cuando puse la mirada en la gran entrada y en el agradable mensaje de bienvenida que habían pintado junto a unas flores, la culpa de saber que engañaríamos a aquellas personas que se ganaban la vida de forma honesta me revolvió el estómago. Pero, más rápido de lo que creía posible, se me pasó todo cuando olí algo delicioso y, sin duda, comestible. Inspiré hondo para tratar de adivinar qué se estaba cociendo. Al cabo también disminuyó el dolor de pies, la molestia de la tierra en mis zapatos, la humedad, el calor y la deshidratación. Incluso se me iba olvidando que, menos de veinticuatro horas atrás, casi me convertían en princesa calcinada por un rayo.

   Tras sentir cómo me rugían las tripas, suspiré resignada.

   –Me rindo. Adelante Sazae.

   Mi amiga puso una mano en la perilla mientras yo descubría accidentalmente mi reflejo en el ornamentado cristal de una ventana. ¡Si pudiera verme mi padre moriría de un infarto! Busqué una cinta en mi morral lo más deprisa que pude, sintiendo mis dedos más torpes de lo usual.

   – ¡Esperen un momento!

   –Elízabeth, ahora mismo tenemos suficientes problemas –me regañó Shieik tras inclinarse a mi lado para ver qué estaba haciendo.

   Yo seguí mi reflejó en el cristal, pasando los dedos por donde nacía mi cabellera, alisándola para poder recogerla con la cinta en una media coleta. Él no podía verlo como yo: después de una vida instruida en cuidar las apariencias, era imposible eliminar antiguos hábitos.

   –Nunca he estado tan mal presentable.

   Shieik hizo caso omiso y me empujó con el hombro para golpear la puerta. Luego volvió a su lugar, dedicándome una mirada hosca que evidenciaba cuán majaderas le parecían mis preocupaciones.

   La mujer que abrió la puerta exactamente cuarenta segundos después era bajita y corpulenta. Llevaba un vestido floreado y su corto cabello rojo estaba recogido a los lados por una guirnalda hecha de jaspe y hojas delicadas y brillantes. No pareció sorprendida por nuestros disfraces, todo lo contrario, nos preguntó incansablemente sobre los puestos de venta de castañas mientras nosotros rogábamos que nos dejara pasar. Sazae nos presentó con nombres falsos y luego ella entró a la posada haciéndonos señas para que la siguiéramos.

   Entonces me sentí más sucia y llena de polvo que antes. Adentro, la posada estaba limpia y ordenada; el piso, encerado; los muros, pintados; los floreros, en mesas ornamentales, en nichos en las paredes y en pequeñas bases en los rincones. La abundancia de adornos de corales rojos y rosados evidenciaban que aquella no era una posada de baja clase y aquello me dio mala espina. Tendríamos que haber buscado un sitio más humilde, un lugar donde jamás se alojaría un noble de Shiteho o Ayatea.

   La mujer nos condujo a la cocina y fue directamente a una estufa negra para revolver el contenido de una cacerola puesta sobre el fuego. El olor era intenso y logró que el estómago me rugiera con más brío.

   –La comida ya casi está lista. Lo mejor será que vayan a asearse. Cuando regresen, la mesa estará servida.

   Sazae fue a una habitación que la señora Diógenes le señaló. Yo descubrí un baño frente a un closet y Shieik y yo nos turnamos para usarlo.

   Ya adentro, envuelta en aromas perfumados y no en el calor de la cocina, me fue un poco más sencillo controlar esas inmensas ganas de tirarme encima de la comida. Nunca había sentido un hambre tan voraz. El cuarto estaba limpio y tenía accesorios blancos, toallas rojas y una vasija con jabones en forma de flama. Mientras buscaba ropa en el morral me dije que tendría que haber traído vestidos un poco más largos, pero de esa forma solo podría haber llevado la mitad. Suspiré. Tendría que acostumbrarme a andar con lo justo y necesario.

   Antes de desvestirme me quité la máscara y, con gran fascinación, observé su belleza. Era la misma que había usado en el baile de Año Nuevo y Samvdlak había destruido en el callejón.

   "¿Habrá algún motivo por el cual Shieik ha elegido esta en particular?", me pregunté. Luego recordé porqué el frarlkunst me había dado las rosas y acabé metiéndome en la bañera con un refunfuño. Shieik me ponía de mal humor tan solo con estar en mis pensamientos.

   Sentí cómo disminuía la tensión de mi columna vertebral mientras el agua masajeaba mis hombros al caer, pero ese contacto tan amable resultaba agresivo al tocar las heridas de mi abdomen: heridas que no podías ver con tus ojos, dolorosas como si te golpearan desde adentro. Sin mirar hacia abajo busqué con las manos cicatrices alrededor de mi ombligo o debajo de las costillas, pero tenía la piel totalmente sana. Samvdlak me había disparado con algo parecido a un rayo, envuelto en humo negro pero sin olor a humo, y aquello me hacía pensar en la historia de Shieik y en el hecho de que los supuestos hijos de Sombra podían manejar ambos elementos mientras que los de Taimisu solo controlan la luz. Eso significaba que, aún si yo me volvía experta en la materia, el príncipe siempre sería más fuerte que yo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.