¿Amó mi corazón hasta ese instante?
¡Que lo nieguen mis ojos! ¡Hasta ahora
nunca vi la belleza verdadera!
(William Shakespeare, Romeo y Julieta)
– ¡Nadie va a morir! –grité en el idioma común, confiándome de que esas personas no lo conocían. Todos se dieron vuelta hacia mí, con apagada esperanza en sus ojos. Tragué en seco antes de hablar, mientras buscaba qué decir. Por primera vez en mi vida le encontré la utilidad a algo que mi padre me hubiera enseñado–. No si trabajamos juntos. Vamos a escapar de alguna forma, pero no podemos discutirlo aquí. Es mejor esperar a estar en la cueva, donde nadie puede oírnos.
Les tomó un buen rato calmar sus emociones, pero al final lo lograron. Quienes lloraban se secaron las lágrimas, los que maldecían comenzaron a murmurar, y Gabriel nos miró a ambos con recelo.
–No puedo imaginar cómo lo haremos, princesa –confesó, en voz baja para no desalentar a los niños.
–Tampoco yo, pero no pienso ser la comida de nadie.
–Lo mejor será ponernos a ensayar. Cualquiera que sea el plan, deben creer que estamos acobardados –masculló Shieik con cara de pocos amigos, con los hombros tensos a causa del esfuerzo que le suponía controlar su ira.
El resto del día corrió bastante agitado. Aquel ensayo fue lo más extraño que jamás hubiera hecho, y sí que había hecho cosas extrañas en las últimas semanas. Los movimientos resultaron loquísimos, y la música que los más jóvenes debían tocar con los instrumentos característicos de Skost-teritaata era profunda y les costó demasiado poder recordarla. Como Jin, Selene y yo éramos las únicas con vasto conocimiento musical, pasamos más tiempo ayudando a los varones que aprendiendo nuestra parte.
Por desgracia a todas las chicas nos tocaban piezas de baile. Igualmente a Shieik y Gabriel, quienes tenían que danzar en círculos alrededor de una enorme hoguera en medio del escenario, la cual irían construyendo con palos y ramas durante mi actuación.
Debajo de la hoguera había un pequeño cuartucho de madera donde, agachada y pegada a una tosca escalera, yo debía permanecer oculta a la espera de mi señal. Cuando Shieik y Gabriel dieran tres vueltas completas en el escenario, debía subir y bailar delante de un enorme círculo marcado por rocas. Al terminar, Shieik y Gabriel encenderían las rocas y las ramas con dos antorchas. Ese sería el gran final, el último acto. Según explicaba el pergamino, nos iban a dar ropa apropiada para el evento.
En un principio Shieik y Gabriel se negaron a bailar, pero fue inevitable ya que de otra forma no sabría en qué momento entrar. Además, los malís montaban guardia alrededor del escenario y estaban armados con peligrosos machetes, por no hablar de los que pretendían enseñar aquella extraña música a los niños. Las mujeres que se encargaban de nosotros eran de complexión robusta y mirada fuerte, nada parecidas a las exóticas jovencitas y a las niñas de ojos resplandecientes.
Dentro de cuartito de madera pude pensar, sin el horrible olor a hierbas quemadas. Era tan pequeño que apenas podía estar una persona, pero eso no era lo peor. A mi lado había un gran agujero, de modo que tenía que agarrarme de la escalera para no caer en él. Conducía a la más absoluta oscuridad de un túnel que parecía ir en picada, desde el cual no llegaba ni la más leve brisa.
En verdad parecía imposible encontrar una solución a la situación en la cual nos encontrábamos. El lugar estaba más vigilado que una prisión y no tenía forma de comunicarme con alguien para que nos ayudara. ¡Si al menos pudiera avisar a Kevyn! Pero entonces tendría que responder a un millar de preguntas. Estaba encerrada desde todos los puntos de vista, y nadie vendría a salvarme. Tenía que escapar.
“Piensa, Elízabeth, piensa… ¡El sueño!”
¡Por supuesto! ¡¿Cómo no lo había visto antes?! Aquel debía de ser el mismo sitio en el cual me encontraba atrapada al inicio de mi cuarto sueño. Casi como si ya supiera que estaba ahí (y de hecho sí lo sabía), encontré un hilo de luz que se colaba entre mi brazo y el resto de mi cuerpo. Tanteé con las manos la pared y descubrí un orificio del tamaño de una uva. Pude ver, a través del hueco, una lejana pared de roca de la cual colgaban antorchas encendidas. Supuse que era parte de la cueva, pero me equivoqué, porque al forzar la vista vi cómo se extendía horizontalmente en forma de túnel.
“En el sueño desaparecí en la oscuridad y luego corría a través de un túnel. Debe ser este, ¡podemos lograrlo!”
De pronto alguien abrió la trampa sobre mi cabeza. Era Shieik, quien parecía preocupado.
–Elízabeth, deberías haber salido ya.
–Lo siento, pero he descubierto algo. Se los explicaré esta noche.
Ellos intercambiaron miradas de comprensión y volvieron a sus puestos. No llegamos a ensayar la obra completa ese día, y nos comimos una buena reprimenda por mi demora.
Durante la noche, luego de cenar y de una precaria pero bien recibida ducha con agua fría, Shieik rompió la cerradura de las celdas para que pudiéramos reunirnos. Jin parecía fuera de lugar entre nosotros tres y los gemelos, tan pequeña y delicada, como una hoja entre espigas. Miraba de lado a lado, con miedo de que los malís bajaran. Por el contrario, Selene me recordaba a una mariposa encerrada en una caja, una mariposa color amatista. Teníamos dos antorchas esa vez, y las encajamos en unos agujeros en el piso.
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Editado: 02.12.2020