El Bibliotecario

La Enemiga de Airla Nai

Transcurrió una hora o un poco más cuando Alejo apareció frente a él sin Sofía. En su cara aún había una expresión de calma, pero la sonrisa se le había borrado.

—He buscado por toda la sección de niños —explicó mientras abría los brazos haciendo énfasis de lo grande de la sección.

—Eres rápido.

—La experiencia... pero no lo he encontrado.

—Imposible.

—Solo puedo asegurarte una cosa, no existe en toda la sección para niños un libro relacionado con algo llamado Chicles. La logré entretener con un libro de animales y criaturas mágicas, pero tarde o temprano ella volverá —Alejo sonrió al ver que su hermano sudaba frío solo de pensarlo—. Bueno, tengo que irme, hora de volver al trabajo. Mucho éxito, hermano.

—Gracias... nos vemos en casa.

Detrás de Alejo venía Nara, cabizbaja y con los hombros caídos. Pasó detrás de él y sin decir nada se sentó frente a un escritorio. Cuando Bael volteó a mirarla no solo estaba decaída, también se veía ruborizada y temblorosa.

—¿Estás bien?

—Necesito que vayas a la sección de historia y resuelvas lo que pasa ahí.

—De acuerdo... ¿Qué pasa?

—Ve a averiguarlo. No sé cómo le voy a explicar al emisario que bote las llaves en mi primer día de trabajo —se rascaba la cabeza con angustia, aunque en parte daba la impresión de que era una excusa para sacarse de la cabeza lo que vio.

—No te preocupes, ya van a aparecer. Dame un minuto. No viste a la mujer rompe-libros, ¿verdad?

Nara solo negó con la cabeza. Bael tomó rumbo hacia la sección de historia, ¿qué sucedía que Nara estaba tan sonrojada? Cruzó hacia la izquierda al final del pasillo y, pegados de la pared, una pareja en sus veinte se besaba y tocaba con afán.

—Vamos, ¿esto es en serio? ¡Jóvenes! —alzó la voz haciéndolos sobresaltar—. Por favor paren, esto es una biblioteca.

—Lo siento amigo, pero tú sabes lo difícil que es con... —un chico joven, con ropa fina y sonrisa brillante, había comenzado a hablar con un tono altanero y confiado.

—No, no sé nada —lo interrumpió mirando a la chica que agachaba la mirada, avergonzada—. Hay mejores lugares, muchos sitios más apropiados. No lo hagan de nuevo o los sacaré de aquí...

«¿En serio a Nara le avergonzó esto? Qué rara», se dijo cruzando la esquina, pero frenándose con suspicacia antes de ir al final de la biblioteca, donde seguía Tefy. Esperó unos segundos antes de devolverse a la sección de historia, pero sin terminar de asomarse, y escuchó. Ambos jóvenes estaban juntos; el chico susurraba algo al oído de la jovencita.

—¿Tú le vas a hacer caso? No le pongas atención, solo es un...

—¿Un qué? —Bael lo hizo enmudecer—. Váyanse los dos.

—¡Yo no! Yo no quería besarme con él... o bueno, sí, ¡pero no en principio! Veníamos a investigar algo para un trabajo de la universidad. En serio necesito estar aquí —Bael miró a los ojos sinceros de la chica y al joven petrificado a su lado.

—Te vendieron, amigo —se burló Bael y dicho esto lo escoltó hasta la salida.

Luego se devolvió a la sección de geografía, mirando con cuidado entre las estanterías y sobre las mesas para encontrar las llaves pérdidas o a la anciana que arrancaba las hojas, pero no vio a ninguno de los dos. Antes de darse cuenta estaba frente a Tefy, que sentada en el piso organizaba algunos libros mientras les daba órdenes a los jóvenes.

—¿Cómo vas?

—Me quiero morir —contestó luego de un suspiro—, pero ya falta menos, ¿y tú? ¿Qué haces aquí? ¿Encontraste el libro de Sofía?

—¿Encontrar? —se le escapó una carcajada—, todo lo contrario. Descubrí que no hay nada parecido en toda la sección de niños y además se perdieron las llaves de Nara. Oh, y hay una loca arrancándole las hojas a los libros ¿Ella no te lo dijo?

—No me habló, la vi agitada caminando de un lado a otro pero... espera ¿Era una señora con una túnica verde claro? —Bael asintió y Tefy de pronto señaló hacia las escaleras que llevaban al piso superior—. Acaba de subir una mujer de túnica verde por ahí, tenía una mirada de lo más rara.

El bibliotecario casi ni dejó a Tefy terminar de hablar para salir corriendo hacia las escaleras. Subió los escalones de dos en dos y cuando llegó arriba se dio media vuelta y vio a la mujer de espaldas junto a una estantería, sosteniendo un libro con la mano izquierda y sujetando con fuerza una de las páginas.

—¡Alto ahí! —le gritó asustándola tanto que soltó el libro.

—Oh... bibliotecario, qué bueno, lo estaba buscando —de nuevo usaba un tono dulce de ancianita—. Usted camina muy rápido, me perdí.

—¡A joder a otro! Venga conmigo, se va de la biblioteca ya, y deme todas las hojas que tiene en el bolso.

Por primera vez desde que la vio, la mueca de la mujer cambio. Frunció el ceño y arrugó la cara mientras enseñaba los pocos dientes que le quedaban en un gesto agrio, lo opuesto a una sonrisa.

—¿Quién necesita esta biblioteca de mierda? —rezongó mientras se acercaba al bibliotecario—. Todo es pura basura del emperador, él no sabía quién era Airla Nai. ¡Yo sí! Esa perra era mi amiga, todas las cosas que vivimos las escribió en poemas, todas sus ideas, ¡yo se las di! Y ni un gracias, ni un miserable gracias. Quemaré cualquier cosa que hagan en su honor —aseguró tajante.

—Lo lamento, señora, pero no me importa lo mal que se llevara con Airla Nai. Ni siquiera me gustan sus poemas, pero usted no quemará nada en esta biblioteca —Bael le arrebató el bolso y sacó todas las hojas rasgadas, topándose con una sorpresa—. Mira esto, qué lindas llaves, ¿son suyas?

—Pues verás que sí.

—Qué coincidencia, porque se parecen mucho a las que tengo yo.

La anciana enmudeció y se quedó fría mientras él sacaba de su bolsillo un aro con llaves idénticas.

—Bu-bueno, e-eran mías porque yo las encontré—tartamudeó.

—Sí, seguro. Vamos, no me des más excusas para llamar a la guardia —sujetó con cuidado las hojas en su mano derecha—, y camine delante de mí, no quiero que vuelva a «perderse».



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En el texto hay: comedia, vida común, fantasía humanos

Editado: 27.04.2024

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