Reino de Nuante
La expresión de hastío en el rostro de la criatura, junto a toda la sangre que manchaba las sábanas, la inquietaban, más aún con la historia que iba a contarle. Mientras más pensaba en ella, más inverosímil le parecía. Pero estaba frente a una criatura hematófaga, que sobrevivía a heridas que matarían al humano más fuerte. Los límites de la realidad habían quedado más allá del bosque de las sombras. Lis inhaló profundamente, comenzando su relato.
Aquel día estaba nerviosa y muy asustada. Quizás la palabra asustada no lograra describir a cabalidad lo que ella sentía. ¡Estaba aterrorizada! Había sido separada de su amada familia y de todo cuanto conocía para ser arrojada a las garras de una bestia. Una que se alimentaba de sangre, que mató a su cochero y que vivía en las ruinas de un palacio con cadáveres en cada rincón.
Y la bestia tenía hambre. El caballo, su único medio de escape, estaba en el menú y luego seguiría ella. Fueron todas estas ideas, arremolinándose en su cabeza, las que la hicieron creer que había perdido el juicio. Allí, en una granja abandonada donde había encontrado a algunos cerdos salvajes, pero siendo incapaz de atrapar y menos de matar alguno, ella lloró. Y luego de mucho llorar y maldecir a su cruel destino, escuchó una suave voz.
Espantada, buscó a su alrededor y cuando comenzaba a creer que esa voz provenía de su cabeza, volvió a oírla casi pegada a su oído. Apartándose de un salto, vio con sorpresa lo que parecía ser una mariposa, pero no una cualquiera. Sus alas brillaban con la intensidad de una estrella y dos pequeñas piernas, casi humanas, colgaban de un cuerpo que no se parecía en nada al de una mariposa.
—¿Tú?... ¿Tú me hablaste? —preguntó la princesa, sintiéndose enloquecida por el sólo hecho de ocurrírsele hablarle.
—¿Tú?... ¿Tú me escuchaste? —preguntó de vuelta la pequeña criatura, con una vocecilla aguda similar al sonido que haría una aguja al caer al piso.
—Sí —dijeron ambas, espantándose la una a la otra.
La princesa volvió a retroceder de un brinco y la criatura ondeó en el aire, tal como haría una hoja que, en vez de caer de un árbol, buscara regresar a él.
—¿Qué... eres? —preguntó la princesa, cautelosa.
—Soy un hada —dijo la criatura—. ¡Es la primera vez que hablo con un ser humano!
—Las hadas... No existen. Ellas son personajes de cuentos —aseguró la princesa, sin dar crédito a lo que se hallaba frente a ella.
—¡Cada vez que alguien dice eso, una inocente hada muere! —chilló la criatura.
Lis se llevó las manos a la boca, horrorizada por lo que acababa de hacer.
—¡No es cierto! —se burló el hada, dando volteretas en el aire.
Una sutil sonrisa apareció en el rostro de Lis. Definitivamente sabía muy poco sobre el mundo y las criaturas en él. El miedo en sus ojos fue reemplazado por una repentina emoción.
—No te alimentas de sangre ¿Verdad? —cuestionó, viendo a la criatura con renovado interés.
—No, claro que no ¡Qué asco! Prefiero las entrañas frescas de una princesa —confesó, asomando unos enormes colmillos que aparecieron de repente en su pequeña boca.
Lis retrocedió más aún, presa de un terror agudo que le congeló las extremidades. Tropezó y cayó aparatosamente, desatando las risas del hada.
—¡No era cierto! —se burló— ¡Eres muy divertida! —Reía, sujetándose el vientre. Los enormes colmillos habían desaparecido.
Lis limpió el sudor que se enfriaba en su frente, poniéndose de pie.
—¿Cómo sabes que soy una princesa?
—Es muy sencillo. Llevas un hermoso vestido con bordados de oro y plata, aunque esté un poco sucio y estropeado. Tales atuendos sólo puede llevarlos una princesa.
—Podrían ser las ropas de alguien más. No necesariamente deben ser mías.
—De acuerdo, me descubriste. Te vi una vez en el palacio, hace mucho tiempo. Soy muy observadora y jamás olvido un rostro.
La criatura había logrado captar aún más el interés de la princesa.
—¿Cómo te llamas?
—¡Eso no puedo decírtelo, princesa! ¡Nuestros nombres son secretos y no pueden ser revelados! —dijo con firmeza la pequeña criatura, frunciendo su ceño o eso le pareció a Lis—. ¿Por qué llorabas tan amargamente?
La joven le narró el predicamento en que se hallaba y el hada oyó atentamente, tocándose el mentón.
—¡Tengo una idea genial! Busca un recipiente y yo te ayudaré —dijo cuando la princesa concluyó su relato.
Aquello no fue tarea fácil. Lis volvió con el caballo sobre sus pasos hasta la aldea más cercana. Allí entró a algunas de las casas abandonadas y buscó entre las pocas cosas que había hasta que halló un pequeño cántaro.
—¡Esto servirá! —le dijo el hada cuando regresó con ella—. Los Tarkuts sólo pueden beber sangre fresca y transportar un cerdo entero será muy difícil, así que hechizaré este cántaro para que conserve fresca y tibia la sangre en su interior.
Lo siguiente fue capturar a un cerdo. Con ayuda del hada lo hizo sin problemas.