Danner no había pretendido regresar a su viejo hogar, pero las circunstancias lo obligaban. No era amor ni devoción, era un sentido de responsabilidad, su difunta madre siempre dijo «protéjanse entre ustedes, son familia» y «nunca falten a darlo todo por sus hermanos». Hubo una que siempre le impactó: «Si haces algo, hazlo en excelencia».
Tales frases, grabadas en su corazón y mente de alguna manera lo anclaban al aquelarre Armstrong y a sus hermanas.
Las brujas que fueron con Lorah se acomodaron en el patio frontal, creando un perfecto círculo con orientación al oeste. La suave brisa nocturna fue estremecida cuando el cántico antiguo comenzó. Las rocas blancas puestas frente a cada bruja se fueron encendiendo como lámparas públicas a las siete de la noche. Las mujeres vestidas de azul turquí no detuvieron sus voces en ningún momento, eso hizo que el velo de la realidad que está más allá de la imaginación humana se rompiese.
Las rocas fueron levitando hasta que pequeños rayos de energía brotaron de cada una, conectándose en círculo como las piezas de un sobrenatural encantamiento perfecto. Los patrones intrincados fueron apareciendo, letras arcanas superiores a cualquier carácter humano, eran la manifestación de la magia misma que una bruja era capaz de convocar.
La sangre de Danner palpitó como su corazón, era incapaz de recordar la última vez que usó magia colectiva, no podía ni recordar ese grato sentimiento de hermandad, nunca olvidaría que su primer embrujo colectivo fue con Oliver, la sensación de estar completo que sintió en aquel tiempo, nunca se repitió.
Un brujo que abandona su aquelarre pierde el derecho de hacer magia grupal, porque es un pecado de muchas maneras hacer magia con otras brujas que no sean de tu círculo, tal vez no había consecuencias exteriores o para sus poderes, pero sí consecuencias mentales y esas eran las peores.
Las voces que entretejieron el círculo pronto se apaciguaron, las rocas emitieron una tenue luz y como si fuese agua regándose, el espacio a través del círculo místico fue capaz de proyectar un lugar distante.
—El portal está abierto, señora —anunció uno de los guardianes.
—¿Vas primero, Danner? —preguntó Lorah, el joven curvó sus labios.
—¿Temes que me arrepienta?
—Nunca se sabe.
—Él no se arrepentirá —intervino Oliver con más certeza de la que Danner había tenido nunca en su vida.
Fue cruel que creyese en él, aun cuando él lo había dejado y no lo había buscado más, aun así, Oliver habló como si él fuese alguien de mucha fuerza.
No estaba seguro por completo si regresar era la mejor opción
Si volvía, era solo por las palabras de su madre y el recuerdo de su amado padre. Solo por eso, para proteger a las hermanas que una vez le dieron la espalda, pero que fueron amadas por las mismas personas que lo trajeron al mundo. Dio una profunda inspiración que le pegó el cartílago de la nariz por unos segundos.
—Voy.
Con ropa sencilla como la que usaba se aproximó al círculo, las brujas lo miraron con cierto detenimiento, cuidadosas.
—Pandeoro, cuida la casa, volveré en poco tiempo —pidió, agitando una mano en el aire.
Al pararse debajo del portal y mirar hacia arriba, pudo ver la mansión, Le Secret Home, como la bautizaron sus ancestros. Su vientre se tensó con anticipación y antes de darse cuenta buscó la mirada de Oliver, impartía seguridad como de costumbre y de una forma inexplicable, parecía feliz.
El túnel luminoso lo envolvió de sopetón, su cuerpo fue estremecido por el transporte.
Al aparecer en el gran recibidor, se dio cuenta había un grupo de guardias muy bien armados esperando. No dijo una sola palabra, porque estaba ocupado mirando el mármol del piso y las cortinas; aquellas horrendas cortinas color naranja patito que a su madre le fascinaban y alardeaba de ellas, diciendo que eran traídos de no sé que parte del desierto.
—Su eminencia, sea bienvenido.
El saludo de la ama de llaves, Matilde Robinson, lo hizo esbozar una sonrisa. Era más baja de lo que recordaba, su cabello siempre recogido prolijamente hacia atrás contaba con muchas canas en medio de su tono negro natural; así mismo, alrededor de sus ojos y boca había más arrugas. Incluso así, se notaba tan digna y respetuosa como siempre.
Danner caminó saliendo del círculo de transporte y la abrazó.
—Lo único bueno de venir es poder verte, nana.
Matilde correspondió el abrazo, dando dos palmaditas en la espalda ancha.
—Me honran sus palabras, eminencia.
—Dices eminencia otra vez y te juro que quemaré las cortinas.
Matilde se rio quedita. El joven Danner había sido siempre el más extrovertido de la familia, en realidad, se parecía mucho a la difunta señora.
—Parece que se ponen al día —pronunció Oliver, seguido de Lorah y Samantha.
—Intercesor, bienvenido de regreso —dijo Matilda con significativo respeto, dejando anonadado a Danner, pues ella y Oliver siempre se llevaron muy bien.
Editado: 12.08.2023