A muchas personas les llega un momento en el que piensan que el día y la noche son la misma cosa.
Ahora mismo me encuentro en mi cama, mirando por la ventana el grisáceo cielo. El reloj en la pared, con su incesante tic-tac, marca las doce. ¿De qué? No me importa, no quiero saber, mucho menos me interesa moverme de mi sitio. Lo último que recuerdo antes de terminar en esta situación es un crujido seguido de una explosión. Vacío, agotado, adolorido, así me sentí tras eso y así es como me siento ahora.
Afuera, la vida sigue su curso. La gente continúa con su eterno vaivén en las calles y la ciudad se llena cada vez más de esmog. Lo mismo pasa con el reloj de mi habitación, que no parará hasta que su pila se agote.
No quiero seguir pensando en esas cosas... No quiero pensar... No quiero nada.
Cierro los ojos. No sé si esto pasará, pero estoy convecido de que, aunque logre superarlo, siempre quedará una huella que me lo recordará.
No quiero seguir pensando en esto.