La tarde había caído, la gente hacía lo posible por cubrirse o apurar sus actividades, Abril podía ser cálido por las mañanas, pero las lluvias siempre amenazaban en llegar por las tardes o en la noche. Rosa caminaba a paso presuroso hacia la biblioteca del campus, pero no para huir de la lluvia inminente, si no de sus compañeros de clase, Hugo había faltado a clases, y sin nadie con quien esconderse, se vio obligada a ir a su segundo refugio: la biblioteca.
─Marla ─Saludó a la bibliotecaria.
─Rosi ─Se levantó de su escritorio y abrazó a la chica.
Marla era una mujer más alta que el promedio, de cabello negro intenso, que siempre estaba atado de la misma forma. Tenía ojos verdes que se escondían detrás de dos cristales rectangulares, y que a muchos les daba miedo. Nunca mostraba cuerpo de más; siempre usaba ropa de manga larga, cuello alto, y si usaba falda, tenía que cubrirle los tobillos. No importando mucho el clima que hubiera.
Marla fue la que había introducido a Rosa el hábito de leer desde muy joven. Se preocupaba por su amiga, tanto como para notar que últimamente había perdido el brillo de niña que tenía antes, su sentido del humor, alegre y divertido, cambió a un constante mal humor y ni hablar de ese noviecito que tenía, lo odiaba.
─¿Qué te trae por aquí, cariño?
─Vine a devolverte el libro que me diste. —Marla suspiró.
─Rosa, yo te regale ese libro para tu cumpleaños, no necesitas devolverlo. ─Le acarició el hombro.
─Pero ya lo terminé, no quiero que guarde moho en mi casa. ─Le entregó el libro, Marla lo tomó, pero no iba a ponerlo en los estantes, a lo igual que los otros que había devuelto.
─¿Cómo está tu papá? ─Preguntó, sentándose nuevamente detrás de su escritorio de madera.
─Borracho... como siempre. ─La mujer negó con la cabeza, se quitó los lentes y apretó el puente de su nariz.
─¿Ya comiste? ─Preguntó Marla, Rosa no contestó. ─¿Ya te he dicho que tu papá no me cae bien? ─Se quejó.
─Como mil veces. ─Rosa tomó el comentario como una broma de mal gusto.
─Mira, habrá un evento de literatura en unos días, ayúdame a arreglar un poco el salón y luego vamos a comer algo. —Rosa asintió, nunca rechazaba una oferta de comida a pesar de tener falta de apetito desde hacía unos meses.
Rosa ayudaba en la biblioteca de forma recurrente, claro, cuando Hugo la dejaba en paz. Conocía el lugar como la palma de su mano, así que no le costó ningún trabajo hacer su tarea. Se encontró con Marla en la entrada casi una hora después y ambas salieron del lugar.
La lluvia había empezado, pero no fue impedimento para el par, Marla siempre estaba lista con un paraguas en el bolso. Llegaron al Coffee Break, el local donde trabajaba Raquel.
─¿Este lugar es nuevo? ─preguntó Marla al oír la campana que sonaba al abrir la puerta.
─Sí, deberías saberlo, hace tres semanas está abierto. ─Se sentaron en una mesa.
─Sabes que soy un ratón de biblioteca ─dijo en un suspiro.
─Estás encerrada en ese lugar, deberías salir más ─sugirió.
─¿Con quién? ─Se cruzó de brazos.─ Si no estás en el instituto, cosa que no te reprocho, estás con tu noviecito o encerrada en tu casa. Admítelo, Rosi somos unas asociales.
-Supongo que así tiene que ser ¿no? -Rió con ironía. Marla tomo la mano de Rosa sobre la mesa.
-Por lo menos nos tenemos una a la otra ¿no lo crees? -Quiso subirle el ánimo, pero fue inútil.
─Buenas tardes ¿Qué les puedo servir? ─Rosa levantó la mirada y no pudo evitar reprimir una sonrisa.
─Buenas tardes. ─Marla puso el menú en la mesa. ─Dos sándwiches para comer aquí.
─¿Bebidas? ─continuó Raquel, imitando el gesto de Rosa.
─Una malteada de fresa ─habló la mayor.
─Para mí un jugo de limón. ─La mesera asintió mientras anotaba la orden.
─¿Sería todo? ─preguntó Raquel, aun sonriendo.
─Yo creo que si ─contestó Rosa.
─¿Sin café negro de media carga? ─Sonrió.
─Sin café negro de media carga ─afirmó.
─Eso es bueno ¿sabías que tanto café hace mal?
─Es mi adicción. ─Se encogió de hombros, indiferente.
Marla, que se había sumergido en sus propios pensamientos, notó la conversación de esas dos. Carraspeó para bajarlas de su nube.
─Enseguida les traigo su orden. ─Raquel se alejó con un gesto de la cabeza.
─¿Y eso que fue? ─preguntó la mujer, mientras se quitaba sus lentes.
─¿Qué fue qué?
─La mesera...
—Ella... solo la conozco. -Miró hacia donde la aludida se había ido.
─Claro ─dijo sin convicción.
La mesera regresó con la orden momentos después.
Entonces, la campana volvió a sonar, avisando que había llegado otro cliente, Raquel se apresuró a la entrada, Abrid había llegado.
─Abi ─saludó Raquel en voz baja para no ser regañada.