El calor de tus alas.

"En el peor momento, el ángel se fue"


Para Raquel, lo más importante de una promesa era, obviamente, cumplirla; dedicó toda la semana a llevar a Rosa a la universidad y de regreso a su casa, y justo como lo había dicho, nadie se le acercó para molestarla, aunque eso no hizo que Rosa se calmara. Llevaba en los brazos un libro cualquiera y usaba la pluma de Raquel como separador, así se sentía un poco más segura. Si llegaban a hacerle algo, era más fácil dibujar una simple línea a mandarle un mensaje de texto. (Raquel le había dado su número telefónico)

En el transcurso de la semana Rosa no notó esa tranquilidad que siempre la seguía y supuso que ni Hugo, ni Jessica, habían dicho algo sobre su ruptura. Conociendo a Hugo, no le diría a nadie que una mujer le dio una paliza. Así que por el momento, seguía siendo invisible.

Pasar rato con Raquel era, entre frustrante y entretenido; era demasiado entusiasta para la actitud seria de Rosa, pero al menos, sin darse cuenta, la mantenía dispersa de sus pensamientos y era divertido oír sus ocurrencias. Para Raquel era algo similar; veía un pequeño brillo en los ojos de Rosa que rogaban por ayuda, pero no se atrevían a gritar, en cambio, se mantenía con el semblante serio y melancólico. Las pocas sonrisas que le sacaba a rosa eran casi como un deleite para el joven ángel. 

Al fin era viernes, las heridas de Raquel se habían sanado literalmente el día siguiente de cuando se las hicieron, pero nunca se sintió más sana que ahora. Se recostó en su sillón y soltó un suspiro, mentalizándose lo que haría para cenar. Y entonces, sintió un conocido escalofrío y tocaron la puerta. Raquel, con una sonrisa, fue a abrir.

─Me alegra que haya tocado la puerta, Azael. ─La sonrisa de Azael apareció. Discreto y firme como militar, entró.

─Buenas noches, querida Raquel.

─Siéntese, por favor. ¿Quiere algo? ─Caminó a la cocina.

─Sí ─Contestó sin moverse de su sitio ─Quiero una cosa. Saber por qué peleaste con un humano. ─Raquel se detuvo de golpe.

─Bueno... fue él quien lanzó el primer golpe ─Se rascó la nuca─ Lo hice para defender a Rosa...

─¿Amiga tuya?

─Pongámoslo así.

─Por supuesto.

─Y no le hice mucho daño a ese sujeto ─Entró a la cocina─ Fue como un entrenamiento.

─En ese caso no creo que deban sancionarte. ─Con las manos entrelazadas en la espalda, siguió a Raquel.

─¿Lo iban a hacer? ─Se volteó, asustada.

─Eso dependía de que tan "herido" hayas dejado al joven Hugo... y a esos otros dos jóvenes.

─Al menos Rosa está bien. ─Suspiró. Se volteó hacia Azael, tenía un papiro dorado en la mano, se lo estaba entregando.

─Ahora que sabemos que no serás castigada, creo que puedo darte esto. ─Le entregó el papiro.

─¿Qué es?

─Te necesitan en Inglaterra.

─¿Ingla...

─Sábado, a las 13:00. Tienes permitido usar tus alas, pero cuida de que te no vean.

─Pero ¿Qué está pasando allá como para necesitar a una novata como yo?

─No solo irás tú, querida Raquel; Sarisha, Carlo, Alicia y Emil estarán allá. Los arcángeles encontramos a un grupo de almas negras con los que, estoy seguro, ustedes podrán hacerse cargo.

─Almas negras... ─Miró el papiro, sin abrirlo aún.

─Sí. Sé que son solo las sobras, pero es suficiente para un mejor "entrenamiento" ─Alzó una ceja. Incluso para bromear, Azael era serio.

Raquel abrió el papiro, todo estaba escrito en su idioma y aun así estaba tan claro como el agua. Llevó a su espalda una mano y la regresó al frente con una de sus plumas. Dejó la punta a centímetros del papel amarillento.

─Maestro, ¿Puedo pedirle un favor a cambio de mi aceptación?

Azael arqueó sus pobladas cejas, Raquel nunca pedía algo a cambio. Sonrió.

─Dime.

─Yo hice una promesa... ¿Podría... ayudarme a cumplirla?

* * *

Lunes, Rosa salió de casa, creyendo que Raquel sería la primera persona que vería, pero no fue así. No había nadie.

«¿Se habrá quedado dormida?» ─Sacó su celular y llamó, pero nadie contestó.─ Vamos, Raquel, llegaré tarde.

Abrazó más su libro, la pluma le hizo cosquillas en la quijada. Recordó en ese momento que le había dado varios libros a Marla, necesitaba algunos de vuelta, los extrañaba, y más su compilado de poemas de Mario Benedetti. Era su favorito.

Se golpeó la frente con una mano.

─¡El compilado, Rosa! ─Metió rápidamente "La hija de humo y hueso" a su mochila, cuidando de que la pluma siguiera intacta, y salió corriendo. ─«Ya te veré en la salida Raquel»

En ese libro Rosa había metido su "carta de despedida", pero claro, si Marla aún no le ha dicho nada al respecto, probablemente nunca la leyó.

La noche anterior había llovido, por lo que las calles estaban húmedas y llenas de hojas, entre marrones y amarillas, era como un papel maché natural. Pisarlo con las botas era desesperante debido al ruido, aunque el panorama de árboles frondosos, olor a tierra mojada y un aire frío, pero agradable, fue más que necesaria para olvidar la incomodidad del piso. Rosa ignoraba todo debido a su carrera, pero cuando llegó a la biblioteca, vio que estaba cerrada. Claro, Marla abría a las nueve, luego de haber terminado su trabajo en el instituto.




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