─Ya llegamos ─Raquel y Abrid estaban en La Realidad de los Ángeles. No tenía una forma tal cual, tampoco un color y mucho menos un olor. Cada realidad se adaptaba a las necesidades de cada Ángel, sin importar el rango que tengan. Los Ángeles más cercanos a los humanos usualmente tenían su realidad en blanco, como Raquel, que sólo la usaba para entrenar; los Ángeles de mayor rango, como los Arcángeles o Principados, usualmente tenían más un aspecto de una casa, la cual siempre estaba abierta a casi cualquier invitado.
Abrid, por ejemplo, al ser una invitada no muy aceptada en aquella realidad, además de llevar su ropa casual, debía usar una especie de esposas bien sisadas a las muñecas, que apenas le permitían moverlas.
─Entonces, así se ve el cuarto de un ángel.
─Por lo menos el mío sí.
─Aburrido.
─En definitiva no voy a poder acostumbrarme a tus críticas. ─Bromeó. Luego acercó una mesa tan blanca como las paredes y cuando la puso frente a Abrid, apenas y se distinguía el piso del mueble─. Siéntate, Ixba llegará en cualquier momento, así que es mejor que te vayas acomodando.
Abrid tomó asiento mientras Raquel daba un pequeño salto y cruzaba las piernas sin ningún esfuerzo, comenzó a levitar en el aire, aunque más bien parecía que estaba sobre otro asiento traslúcido.
Mientras esperaban, Abrid miraba lo único interesante que tenía en el cuarto: Raquel.
Debía usar una túnica que le llegaba a la mitad de la pantorrilla y a tres cuartos del brazo, dando a relucir brazaletes dorados que portaba en las muñecas y en los tobillos. Su cabello se volvió blanco platino, pero conservaba el color rojo artificial en las puntas y el moreno de su piel.
Jugaba bastante con sus dedos y movía constantemente la pierna, miraba hacia lo que parecía ser una puerta, estaba un poco inquieta y la rubia sabía perfectamente la razón.
─No, Raquel, no extraño ser un demonio. ─Raquel la miró con un poco de pánico y sorpresa.
─Es... Es sólo que estaba pensando... Tus compañeros, tu cuadrilla ¿Los extrañas? ─Abrid soltó una risa socarrona.
─Allá es diferente que aquí. Nadie extraña a nadie. Siguen órdenes, no hay mucho cariño por una simple razón: los distrae de sus objetivos.
─Entonces...
─Lo que quiero decir es que no extraño ser un demonio. Prácticamente soy humana y tuve que sufrir todo lo que ellos han sufrido. Los entiendo, más aún con el don que Ixba me dio y todavía más al escuchar a mis ex compañeros susurrarme, soy tan susceptible a ceder a sus órdenes como cualquier otro humano.
─Supongo que el Arcángel que te puso el sello quería que entendieras eso.
─Claro ─farfulló─, eso no le quita el hecho de que me hayan sacado un ojo y me abandonaran en medio de la nada.
─Pero te encontré después ¿No?
─Muchísimo después, Raquel. ─Miró el techo─. Estaba en Marsella, acampando en un callejón detrás de un restaurante, ja,ja, no sabía que estaba obscuro hasta que llegaste tu.
─Recuerdo que solo fui a recorrer el lugar, de no haber sido por el sello, seguro hubiese creído que eras un caído o un demonio y estoy segura de que hubiera dado una alarma.
─Ahora sé lo afortunada que soy por tu poca falta de razón... Incluso le pediste a Ixba que me diera un don para que pudiera desplazarme fácilmente─. Aunque eso no hace que lo odie menos.
─¿Interrumpo, señoritas?
─Hablando del diablo.
Un hombre bastante fornido, de mirada severa, facciones duras y porte militar, se presentó frente a ellas. Era Ixba. Un imponente Arcángel cuyas cicatrices de batalla relataban varias historias en sus brazos y uno que le atravesaba todo el ojo izquierdo, que aún estaba en función.
Abrid rió al notar esta última marca.
─¡Oh qué divertida es la ley de Talión! "Ojo por ojo..." ─rió por su propio comentario. Raquel bajó de su asiento y respetuosamente saludó al enorme Arcángel, que seguro le pegaba al metro noventa y cinco
─Es un placer volver a verlo, Ixba.
─Tiempo que no te veía ─Su expresión no delataba ni felicidad ni asombro. Se cruzaba de brazos y se erguía bastante. ─¿Cómo está tu... amiga? ─Miró a la rubia, que como una niña pequeña, balanceaba las piernas hacia enfrente y atrás, con una pequeña sonrisa en los labios. Parpadeaba rápido para presumir lo que estaba pasando.
─El sello se ha estado desprendiendo bastante rápido. Me gustaría saber qué tan bueno es eso, ya sabes, Azael no es un Ángel de batalla, así que no sabe cómo manejar el sello.
─Si eso crees. ─Aún con los brazos cruzados se acercó hacia la menuda muchacha, que no le quitaba su único ojo Zafiro a los penetrantes ojos negros del Arcángel─. Necesito verlo ─dijo con una voz grave.
─Con gusto ayudaría, pero... ─levantó ambas manos y mostró las cadenas. Raquel se acercó de inmediato
─Si haces algún comentario sobre lo que voy a hacer, voy apretarte más esas cosas ─advirtió.
Comenzó a quitarle la bufanda que tenía atada al cuello. La dejó pulcramente doblada al lado de ella y luego le quitó su pequeña gabardina rosada, debajo de la cual había una blusa. Cuando la última prenda estuvo doblada justo al lado de Abrid, tanto Raquel como Ixba, se quedaron un tanto perplejos a ver la espalda de la rubia: tenía múltiples chupetones distribuidos en su espalda y unos dos en el cuello, apenas eran algunas manchas moradas que se confundían con las inscripciones negras que eran pertenecientes del sello, pero eso no quitaba el hecho de que tuviera un par de marcas de dientes en la cintura, bastante cerca de donde sus jeans empezaban.