Martes, 15 de enero
Keylin tenía recargada su cabeza en la ventana del avión, así es, en cualquier momento debería aterrizar sobre su queridísima ciudad que la vio crecer, Sidney en Australia.
Por lo que en los parlantes se escuchó un carraspeo de garganta que despertó casi de inmediato a la morena, soltó un ruido con la boca que se oyó como un gemido. Balbuceó un par de palabras inaudibles antes de escuchar las palabras del capitán:
—Señores pasajeros, nos encontramos próximos a aterrizar en el Aeropuerto Internacional Kingsford Smith, en la ciudad de Sydney. Por favor abrocharse los cinturones, enderezar sus mesas y poner en posición vertical los espaldares de sus sillas. Por favor permanezcan sentados hasta que los avisos se hayan apagado.
La morena buscó el cinturón, pero no lo encontraba, ¿es que acaso lo cortaron?
—Debes de estar sentada sobre él —respondió una voz familiar, como si hubiera leído sus pensamientos.
Keylin se estremeció, por lo que dio un pequeño salto sobre su lugar, así que pudo encontrar el cinturón. Cuando lo abrochó, decidió voltearse para agradecer al hombre que estaba sentada junto a ella, sin embargo, las palabras no pudieron salir de su garganta porque ahí se formó un nudo que le impidió gesticular algún sonido ¿A qué hora se sentó él a su costado?, si cuando el avión despegó, no había nadie a su lado.
Ese hombre con traje le parecía tan familiar, inclusive su cabello rosa pastel a combinación de esos ojos púrpura, el hombre a su lado, a pesar de tener una cara tierna, él parecía todo un sueño.
—Tú y yo ya nos conocemos Keylin —murmuró en voz baja mientras inclinaba un poco su cabeza para que solo ella lo pudiera escuchar, ¿cómo es que se sabía su nombre? ¡Ella jamás había visto a ese hombre! —. Me despertaste en Japón, tontita ¿Es que acaso no te acuerdas?
¿Acordarse de qué? Estaba incómoda, así que solamente se encogió de hombros e intentó ignorarlo, su apariencia extraña le decía que no tenía los pies sobre la tierra.
Vio por la venta y pensó que, durante su siesta, ella había soñado que cupido le había ofrecido un trato, un trato que ella había aceptado casi sin dudas, pero, era eso, solamente un sueño.
—Claro que no fue un sueño —afirmó el hombre a su lado—. Como voy a estar despierto, me ha parecido una buena idea siempre estar a tu lado, por cualquier cosa que necesitas, como ahora que ese peinado no da para más.
Keylin arrugó su nariz y empezó a tocar su corta melena que con mucha frecuencia solía esponjarse, se estaba alterando con ese intruso que se llamaba así mismo Cupido y, aparentemente se podía adentrar a su cabeza.
—Deberías de cambiar ese nombre ¿no crees que es raro que me llames Cupido en frente de todo?
—¿Perdón?, estoy segura que te has confundido.
—No, estoy seguro que eres Keylin, una chica que posee una editorial, porque no tiene suficiente confianza en sí misma para publicar sus escritos, además, que nació en México, pero, por cuestiones de la vida, llegaste a Australia, tienes una hermana menor...
Keylin se transportó a un lugar al que ella se sentía e paz, ya que todo lo que había dicho era verdad, pero se preguntó, ¿cómo era posible que esa persona, que jamás había visto con anterioridad conociera esos detalles tan íntimos de ella. Consideró que la mejor opción sería negarlo todo, que ella no era esa persona que estaba describiendo.
—Cupido... o como sea cual sea tu real nombre —carcajeó mientras sacudía la cabeza, intentando sonar relajada, aunque por dentro sentía a morir —. Yo no soy esa persona que describes, estoy segura que estás confundido, pero espero que la encuentres.
—No, yo estoy seguro que eres a quién vine a buscar.
¿A buscarla?, ¿con qué propósito?, ¿qué quería hacerle?
—Ya te expliqué que ayer te perseguí, porque me tuviste miedo anoche, ¿va a volver a ser igual hoy?
—No sé de qué rayos me estás hablando. —Tragó saliva, nerviosa, no sabía cómo deshacerse de esa persona.
Cupido la miró como si no entendiera en la posición que la morocha se encontraba, Keylin, estaba confundida y aterrada, quería que terminara el vuelo para poder perderlo de vista.
—Que no te quiero raptar ni nada, al contrario, quiero ayudarte a encontrar el amor —aquejó el hombre con un poco de indignación por lo que decidió cruzar sus brazos sobre su pecho—. Acuérdate que te dije que deberías de cuidar un poco tus pensamientos que puedo escucharlos como si hubieran salido de tu boca.
Demonios, ¿qué está pasando? Diosito, perdóname por todo lo incorrecto que he hecho durante mi vida, pero no permitas que este sea mi fin, por favor. Tengo muchos planes todavía, y...
—Ya te he dicho que no te voy a hacer nada, nada, no vine acá para matarte, y deja de llorar como si te estuviera asesinando.
Cada palabra que él pronunciaba, le ponía los vellos del brazo en punta, ¿cómo era posible que supiera con exactitud lo que estaba pasando por su cabeza?
—Por favor, estamos por aterrizar —murmuró en voz baja, suplicando internamente que ya se callara.
Ese hombre era un enfermo metal y necesitaba que lo pusieran en un manicomio.
Cupido entendió a la perfección, y estaba bien, después de todo, en su realidad no era normal que una criatura mística pusiera de cabeza su propio mundo.
En ese preciso momento sus oídos se taparon, cerró los ojos y estrujó la mano de Cupido con fuerza, él chilló tan agudamente que la persona que estaba sentado detrás de ellos, pensó quien gritó fue la chica, que era más de nervios que por otra cosa.
Ella se abofeteó mentalmente, porque la razón que tomó la mano del extraño, ¿qué estaba pasando, porque su cuerpo reaccionó de esa manera?
Sus oídos se destaparon cuando las llantas empezaron a rodar sobre la autopista, pero aún seguían entumecidos. Unos anuncios más tarde, el avión se detuvo, así que Keylin se desabrochó el cinturón para bajarse del avión lo más pronto que su cuerpo le permitiera, Cupido le pisaba los talones en todo movimiento.